Los cuatro destrozos estilísticos del chamán en su boda con Marta Luisa de Noruega
El flamante marido de la Princesa no da pie con bola en sus atuendos de la ceremonia. Repasamos sus cuatro fallos estilísticos
Está claro que a Marta Luisa de Noruega le importa únicamente la opinión de su gurú y ahora marido, el controvertido y muy comercial Durek Verrett. Si hace unos días posaban de rosa cual niñas de 6 años en una pijama party de la «urba», en su boda el chamán se ha asegurado de dar la nota e ir a su aire.
Marta Luisa pasaba en su boda de ser princesa/novia (el sueño del 99% de las niñas) a novia de «polingano» (bruja jerezana televisiva «dixit») con un vestido de costurones laterales, escote de pico exagerado y axilas al aire. La melena suelta a capas mal peinada, las discretísimas e incluso diríamos corrientes joyas y un velo sin interés, acompañaban el conjunto de una señora de 52 años venida a menos. A mucho menos. Sobre todo, por casarse con un brujo de dudosas capacidades de brujería en pleno siglo XXI.
Pero Durek Verrett, que de brujo tendrá poco pero de números sabe, ha aprovechado para lucir de chamán convertido en príncipe/princesa, con un atuendo feminizado y cargado de flores. Para empezar, ha escogido llevar fajín con una chaqueta de frac: el frac va con chalequillo que sobresale por abajo y es solo el esmoquin el que se combina en ocasiones con fajín fruncido o con chaleco.
Su segundo patón es elegir un pañuelo compañero al fajín, en un rosa asalmonado, que recuerda más al conjunto de Saint Laurent de Preysler en la boda de Chábeli que a otra cosa. Los pañuelos de esa enjundia, los dejaron de usar los hombres allá por 1830, cuando brillaba el Beau Brummell. Para más inri, el tercer patón ha sido llevar el bajo de los pantalones larguísimo: le sobran unos 25 centímetros, lo cual, teniendo en cuenta que el chamán más famoso del mundo mide casi 1,90 metros, indica que ni él ni nadie se ha ocupado de coserle el dobladillo.
Para colmo, como cuarto destrozo estilístico, Verret ha escogido no llevar una sola, pequeña y discreta flor en el ojal de la chaqueta, algo común en el Reino Unido en eventos como las carreras de Ascot y una horterada por lo general en España. El chamán convertido en príncipe - o princesa, con tanta flor- se ha puesto un bouquet entero de ranúnculos rosas en el ojal. Esto es un no parar. Pobre Harald.