
Álvaro, Gonzalo y Morgana V, hijos del escritor peruano , caminan portando dos urnas con los restos de su padre
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Entregan los restos mortales de Vargas Llosa a sus hijos tras una ceremonia íntima y privada
El escritor peruano dejó por escrito que deseaba ser incinerado y partir sin homenajes públicos
Los restos del escritor peruano Mario Vargas Llosa, Premio Nobel de Literatura 2010 y una de las figuras más emblemáticas de las letras hispanoamericanas, fueron cremados este lunes en el Centro Funerario y Crematorio del Ejército, en el distrito limeño de Chorrillos. La despedida, discreta y familiar, se realizó en estricto cumplimiento del deseo del autor: partir sin homenajes públicos ni ceremonias oficiales.
El féretro fue trasladado desde su domicilio en Barranco, el distrito bohemio de Lima donde vivió sus últimos días, a las 16:10 hora local (21:10 GMT), menos de 24 horas después de que su familia confirmara su fallecimiento a los 89 años. Álvaro y Gonzalo Vargas Llosa, sus hijos mayores, portaban dos urnas —una de mayor tamaño que la otra— al concluir la ceremonia. En el exterior del crematorio los esperaba Patricia Llosa, esposa del autor y madre de sus tres hijos, incluido Morgana.
«Queremos llevar este duelo en la intimidad», reiteró Álvaro Vargas Llosa ante los medios, horas antes del traslado del cuerpo. «Mi padre no quiso ceremonias póstumas ni homenajes. Hemos decidido velarlo en casa, como familia, como él lo habría querido», añadió, en una breve declaración. El escritor será recordado, dijo, como «uno de los mejores hombres que ha tenido el Perú» y como un padre «infinitamente querido» cuya ausencia deja un vacío inmenso.
Una figura clave en la literatura mundial
Nacido en Arequipa en 1936, Mario Vargas Llosa fue uno de los grandes nombres del llamado «Boom latinoamericano», junto a Gabriel García Márquez, Julio Cortázar y Carlos Fuentes. Su primera novela, La ciudad y los perros (1963), rompió esquemas narrativos y denunció la violencia de los colegios militares peruanos, marcando el inicio de una trayectoria literaria profunda, crítica y prolífica.Obras como Conversación en La Catedral (1969), La guerra del fin del mundo (1981), La fiesta del Chivo (2000) y El sueño del celta (2010) cimentaron su reputación como un narrador magistral, capaz de explorar con agudeza las relaciones de poder, la corrupción política, el fanatismo ideológico y los dilemas morales del individuo.
Además de su labor literaria, fue un intelectual público activo, polemista y defensor del pensamiento liberal. Su candidatura presidencial en Perú en 1990, frente a Alberto Fujimori, marcó un hito en la historia política reciente del país, aunque fue derrotado en segunda vuelta. Posteriormente, se estableció en Europa, principalmente en Madrid y París, sin dejar de participar en el debate político y cultural global.
En 2010, el Comité Nobel lo galardonó «por su cartografía de las estructuras de poder y sus imágenes mordaces de la resistencia del individuo, la revuelta y la derrota».

Fueron cremados en una ceremonia íntima, tal y como deseaba el Nobel de Literatura de 2010
Una despedida sin multitudes
A diferencia de otros grandes escritores latinoamericanos cuya partida estuvo marcada por funerales de Estado o ceremonias multitudinarias, Vargas Llosa eligió la reserva. No habrá, al menos por ahora, actos oficiales ni homenajes abiertos al público. Sus cenizas, según fuentes cercanas a la familia, podrían ser llevadas en los próximos días a Arequipa, su ciudad natal, aunque no se ha confirmado si serán depositadas allí de forma definitiva.
Desde el anuncio de su fallecimiento, líderes políticos, escritores, lectores y universidades de todo el mundo han expresado su pesar por la partida del autor. El presidente del Perú, así como instituciones culturales en España y América Latina, han elogiado su legado, mientras se espera que en las próximas semanas se organicen tributos literarios y académicos en su honor.
Por ahora, el silencio y el recogimiento prevalecen. Un silencio elegido por el propio Vargas Llosa, quien, después de una vida dedicada al arte de contar historias, pidió cerrar el telón con la misma sobriedad con la que vivió sus últimas páginas.