El nacimiento de la Falange: el fascismo español que no fue
El fascismo español no tuvo arraigo ni votos importantes entre los españoles y nunca fueron más de 10.000 antes de la guerra
«Nada de un párrafo de gracias, escuetamente gracias como corresponde al laconismo militar de nuestro estilo». Así comenzaban las palabras de José Antonio Primo de Rivera, hijo del Dictador, en el mitin fundacional de Falange Española del 29 de octubre de 1933 en el teatro madrileño de la Comedia. El acto coincidía, no casualmente, con la fecha en que 11 años antes Mussolini había encabezado la Marcha sobre Roma para hacerse con el poder en Italia.
El fascismo, movimiento político entonces muy de moda en Europa, era una extraña mezcla de patriotismo radical, socialismo con propiedad privada, llamadas a la justicia social con fuertes toques de romanticismo y de darwinismo social. Fruto de esta novedosa y entonces explosiva carga ideológica hizo que Primo de Rivera hablase de la unidad de la patria en unos momentos en que sectores de la población vasca, catalana y, en menor grado, gallega pedían la partición de España:
«La Patria es una unidad total, en que se integran todos los individuos y todas las clases; la Patria no puede estar en manos de la clase más fuerte ni del partido mejor organizado. La Patria es una síntesis trascendente, una síntesis indivisible, con fines propios que cumplir; y nosotros lo que queremos es que el movimiento de este día, y el Estado que cree, sea el instrumento eficaz, autoritario, al servicio de una unidad indiscutible, de esa unidad permanente, de esa unidad irrevocable que se llama Patria».
La crisis que vivían las democracias liberales de entreguerras, con unos partidos políticos cada día más preocupados por sus intereses exclusivos y alejados de la ciudadanía que los votaba, muy desacreditados, llevó a que, siguiendo las corrientes políticas orgánicas y de partido único que triunfaban en Europa, pidiese:
«Que desaparezcan los partidos políticos. Nadie ha nacido nunca miembro de un partido político; en cambio, nacemos todos miembros de una familia; somos todos vecinos de un Municipio; nos afanamos todos en el ejercicio de un trabajo. Pues si esas son nuestras unidades naturales, si la familia y el Municipio y la corporación es en lo que de veras vivimos, ¿para qué necesitamos el instrumento intermediario y pernicioso de los partidos políticos, que, para unirnos en grupos artificiales, empiezan por desunirnos en nuestras realidades auténticas?».
La violencia política se enseñoreaba de las calles y campos españoles. Los anarquistas, especialmente, y los partidos radicales de izquierdas habían ido mucho más lejos de las manifestaciones y huelgas. Barcelona, la ciudad más cosmopolita e industrial de España, en 1909 y en 1917, había ardido a manos de los revolucionarios. La violencia llama violencia. Regeneracionismo y acción iban a formar parte desde aquel día del discurso falangista:
«Queremos que España recobre resueltamente el sentido universal de su cultura y de su Historia. Y queremos, por último, que si esto ha de lograrse en algún caso por la violencia, no nos detengamos ante la violencia. Porque, ¿quién ha dicho –al hablar de «todo menos la violencia»– que la suprema jerarquía de los valores morales reside en la amabilidad? ¿Quién ha dicho que cuando insultan nuestros sentimientos, antes que reaccionar como hombres, estamos obligados a ser amables? Bien está, sí, la dialéctica como primer instrumento de comunicación. Pero no hay más dialéctica admisible que la dialéctica de los puños y de las pistolas cuando se ofende a la justicia o a la Patria».
El reciente nacido movimiento político de clara intencionalidad fascista se uniría el 15 de febrero de 1934 con las JONS de Ramiro Ledesma para crear FE de las JONS. Nacía un partido minoritario que estaba llamado a tener un importante papel en la historia de España que iba a empezar el 18 de julio de 1936. FE de las JONS tuvo una brevísima vida, tres años.
En Italia gobernaba el fascismo, un ideario político nuevo, joven y revolucionario que, junto a la también joven ideología del comunismo bolchevique, prometían un mundo nuevo alejado de los principios liberales formulados por Rousseau.
Durante toda la II República, tanto los meses en que gobernó la derecha como los 157 días de Frente Popular, a diferencia de lo que ocurría en Europa, el fascismo español no tuvo arraigo ni votos importantes entre los españoles. Mercedes Fórmica afirmaba que no eran más de dos mil en febrero del 36. Nunca fueron más de 10.000 antes de la guerra, aunque en las navidades del 36 Hedilla ya manda medio millón de hombres.
Sería con el fracaso del golpe de estado y el comienzo de la guerra civil cuando una importante masa de jóvenes españoles vieron en la camisa azul falangista el lugar para encuadrarse en la guerra que comenzaba y que había de prolongarse a lo largo de mil días.
La marcha de la guerra, controlada por militares profesionales, llevó a la elección de un jefe militar, un Generalísimo, para dirigir las fuerzas en combate y la retaguardia. El 28 de septiembre de 1936 el grupo de generales reunidos a las afueras de Salamanca eligió como jefe al general Francisco Franco. Meses después, el 19 de abril de 1937, los militares fusionaban bajo su mando los partidos FE de las JONS y la Comunión Tradicionalista, creándose un nuevo partido único con el nombre de Falange Española Tradicionalista y de las Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalista (FET y de las JONS), siendo los restantes partidos políticos prohibidos.
Miles de españoles combatirían durante la guerra en las Banderas (batallones) falangistas. Los falangistas dentro del partido único tuvieron notable poder dentro del Régimen hasta el final de la 2ª Guerra Mundial. La derrota del Eje en 1945 marcó su declive, aunque Franco siguió contando con ellos –cada vez menos–, pues los falangistas integraban el grupo social más numeroso que sustentó el franquismo hasta noviembre de 1975.