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Enero de 1922: meses después del desastre de Annual

Enero de 1922: meses después del desastre de Annual

Estas podrían ser las causas del desastre de Annual

La retirada del campamento de Annual fue caótica y provocó un pánico que hizo caer todas las posiciones españolas en la parte oriental de Marruecos como fichas de dominó

El 21 de julio de 1921, como es bien sabido, se decidió el abandono del campamento de Annual. La retirada fue caótica y provocó un pánico que hizo caer todas las posiciones españolas en la parte oriental de Marruecos como fichas de dominó. Monte Arruit se rindió el 9 de agosto, al quedar aislada tras caer Nador el día 2 y Zeluán el 3 del mismo mes. A principios de agosto, los rifeños estaban a las puertas de Melilla, contenidos por las tropas que habían llegado desde Tetuán y la península. Los regimientos peninsulares llegaban a la ciudad rodeada, pero las operaciones de contraataque, es decir, de recuperación del territorio no fueron inmediatas. Se trató de asegurar el éxito de la reconquista retrasándola hasta tener certeza del resultado favorable, fue la decisión política inducida por el Estado Mayor.

En septiembre las tropas españolas entraron de nuevo en Nador, en octubre a Monte Arruit y en enero de 1922 se había llegado a Dar Drius. No se quiso avanzar más. Hasta mayo de 1926 no se volvió a Annual. Pudo haberse hecho antes, pero no tenía sentido táctico. 

En febrero de 1922 se había celebrado en Pizarra (Málaga) la Conferencia que lleva su nombre, en la que se decidió actuar con cautela y asegurar el control del territorio rebelde con el desembarco en Alhucemas. Mientras tanto, se buscaría la negociación con El Raisuni en la zona occidental para recuperar el territorio abandonado tras el desastre. Habían pasado 10 años desde la instauración del Protectorado y España, incumpliendo los acuerdos internacionales, no controlaba la zona que se le adjudicó. Esto era causa para que Francia reclamara ese territorio.

Las consecuencias del desastre de Annual fueron muchas: una crisis política que se desató tras el Expediente Picasso, una crisis militar que provocó la destitución de Berenguer como alto comisario y el ascenso de Primo de Rivera al poder en 1923 para reconducir la situación nacional que terminaría en una situación social convulsa y la llegada de la República. Llegados a este punto se pueden elaborar algunas consecuencias de la gran derrota española.

Consecuencias de la derrota española

Primero, la rápida reconquista hasta Drius demuestra que se hubiera podido hacer antes si se hubieran destinado los medios suficientes y se hubiera llevado una estrategia adecuada. Silvestre optó por extender mucho las líneas, avanzar temerariamente, establecer infinidad de posiciones mal abastecidas y que no servían a un apoyo escalonado. Siguió un criterio que no era lo aconsejado por los tratadistas militares. Avanzó sin que tuviera oposición hasta el río Amekran, el límite del Rif central. Quizá porque los rifeños lo dejaron llegar sin presentar batalla. Y culminó el desastre por la falta de una reacción valiente para oponerse al enemigo, en vez de huir sin orden y sin mando. Todo lo avanzado hasta 1921 no sirvió para nada porque no se consolidó nunca la autoridad española.

Para dominar el país y establecer la autoridad protectora se necesitaba al menos 100 mil hombre bien armados y con buena instrucción para acabar con la rebeldía rifeña

Segundo, la guerra de Marruecos se decidiría en Alhucemas, pero la batalla terrestre principal debía darse en la parte occidental, en Beni Arós, en las montañas de Xauen y Ketama, en el territorio rebelde que gobernaba El Raisuni. En esto tenía razón Berenguer cuando destinaba la mayor parte de las tropas y de los medios a la comandancia de Tetuán y dejaba la de Melilla menos dotada. Pero es verdad que Berenguer nunca impidió la acción desordenada de Silvestre. En la conferencia que ambos mantuvieron en 5 de junio de 1921 a bordo del Príncipe de Asturias, el alto comisario quedó convencido de que la línea establecida por Silvestre era sólida y se podía defender. También prometió refuerzos que enviaría desde Tetuán o Ceuta, Regulares o Legión, pero descartando la llegada de tropas de la península. Aquellos refuerzos nunca llegaron. Berenguer no supo ver la gravedad de la situación, tenía mala información y prefirió dedicar todos sus esfuerzos a los combates que dirigía en las proximidades de Xauen.

Tercero, el abandono o la permanencia en Marruecos eran posturas defendibles ambas. Pero si se optaba por mantener la presencia española en el país, tenía que hacerse poniendo los medios para completar la ocupación. Hacer las cosas a medias, se demostró que era peor que no hacer nada. Ya en 1913 el general Jordana, alto comisario, señaló que para dominar el país y establecer la autoridad protectora se necesitaba al menos 100 mil hombre bien armados y con buena instrucción para acabar con la rebeldía rifeña.

Todo lo avanzado hasta 1921 no sirvió para nada porque no se consolidó nunca la autoridad española

Por último, hay muchas dudas razonables sobre la actitud de Abd el Krim el Khattabi. Su expansión por el territorio, más allá del Rif central posiblemente no fuera planeada sino consecuencia del desastre español. Más aún, se enfrentó a El Raisuni por temor a que este pactara con España y su poder legó a las puertas de Tetuán. 

Era mucho para sus fuerzas y, además, atacó las posiciones francesas del Uarga, dejando a Francia en una posición en la que solo le quedaba unirse a España contra el enemigo común. A partir de ahí, todo fueron reveses. Llevó a su pueblo, unido por tener un enemigo común, a una ilusión de independencia pero que no vivió nunca la paz. Tuvo un control autoritario sobre el Rif. Y, al caer su construcción política y limitar, cogió el dinero y se entregó a los franceses que lo enviaron a la isla de Reunión. No se puso al frente de su pueblo en la hora fatal ni asumió sus responsabilidades con nobleza, como hizo Abd el Kader en Argelia o el mismo Mizzian en la guerra contra España en 1909. Cuando iba a ser trasladado a Francia, en una escala en El Cairo, huyó y se quedó en esa ciudad hasta su muerte. Nunca volvió a Marruecos a pesar de la independencia y de haber aceptado la presidencia del Istiqlal. ¿A qué tenía miedo? ¿Al Rey o a los rifeños que abandonó? Son dudas razonables que María Rosa de Madariaga, en su excelente biografía sobre el líder rifeño, no despeja. Son lagunas que deben ser investigadas por los especialistas.

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