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Batalla de Tampico en Pueblo Viejo (Ca. 1925)

Batalla de Tampico en Pueblo Viejo (Ca. 1925)

La expedición del general Barradas

¿Cómo contaría uno de los participantes lo ocurrido en la reconquista de México?

Reproducimos el informe a Fernando VII realizado por uno de los participantes en la expedición del general Barradas para la reconquista de México en 1829

Vengo ante vos, mi señor, el séptimo de los Fernandos que han reinado, para daros cuenta de la expedición para restituir el virreinato de Nueva España que encomendasteis al general brigadier don Isidro Barradas y al coronel don Miguel Salomón, buena elección la vuestra porque eran veteranos de la guerra contra Simón Bolívar en aquellas de Costa Firme.

Mapa descriptivo del general Barradas

Mapa descriptivo del general Barradas

La preparación

El general a quien encomendasteis arribó a la Habana el dos de junio del año de Nuestro Señor de 1829, y allí constituyó un real ejército de vanguardia de menos de 4.000 almas, entre marineros y soldados. El día cinco del mes de julio, evocando a San Antonio María, tomamos rumbo a México, bajo el mando del ilustre almirante Ángel Laborde, asistido por el célebre Juan Bautista Topete, embarcados en el buque insignia El Soberano; tras su estela iban dos fragatas, dos cañoneros y 15 buques de transporte. Pero un violento ciclón, a tres días de viaje, en la Bahía de Campeche, nos dispersó de tal forma que al punto de reunión en la Isla que llaman de Lobos, en Cabo Rojo Veracruz, el 14 de julio arribaron la fragata Amalia y cuatro transportes y hubimos de esperar una semana al resto. Un transporte con casi medio millar de soldados no llegó y luego supimos que se vio forzado a dirigirse a Nueva Orleans para ser reparado.

La llegada

Ya el 26 de julio, fiesta de santa Ana, la flota estaba próxima a Tampico, al sur del Río Pánuco. Cuál sería nuestro infortunio cuando la marea frustró un primer intento de desembarco de 750 soldados en 25 botes. Sin arredrarse, el almirante Laborde ofreció una onza de oro a quien nadara a tierra para reunir noticias de las defensas de la zona. Hubo un voluntario, el aventurero Eugenio de Aviraneta e Ibargoyen, antiguo guerrillero del Empecinado a quien vos hicisteis colgar en buena hora. Llevó consigo de onzas de oro una docena y una botella sellada con proclamas a favor de España. Una vez en tierra, habló con lugareños huastecos que negaron la presencia de tropas mexicanas en las cercanías. Luego supimos que Felipe de la Garza estaba en Tampico comandando mil hombres esperando órdenes del jefe militar de Veracruz, el general Antonio López de Santa Anna.

Eugenio de Aviraneta, secretario político de la expedición de reconquista

Eugenio de Aviraneta, secretario político de la expedición de reconquista

Aviraneta pagó las informaciones con tres onzas de oro y quedaron tan contentos que le indicaron el mejor lugar para desembarcar, cosa que hicimos a partir de las dos de la tarde. Las tropas marcharon hacia Tampico al norte, mientras nuestras naos pusieron proa al Río Pánuco. El día de santa Elena, último de julio, lidiamos contra fuerzas mexicanas en el Llano de Los Corchos, a una legua al sureste de Tampico Alto. Ocupamos la ciudad y el Puerto de Tampico no encontrando en ella a alma alguna. Nos afanamos en construir un Fortín en La Barra, al norte, en el margen tamaulipeco de la desembocadura del Río Pánuco, donde nuestra artillería controlaba la entrada marítima al puerto.

Reacción mexicana

Luego supimos, mi señor Rey, que ya en enero de 1829, Feliciano Montenegro, que era a la sazón cónsul mexicano en Nueva Orleans, había notificado a su Gobierno de las intenciones y preparativos de nuestra expedición de reconquista de México. Para impedirla, el general Santa Anna aprestó una fuerza mixta de un millar de infantes, medio millar de a caballo, cuatro piezas de artillería, así como una flota de tres bergantines, cuatro goletas y cinco botes artilleros movilizados para bloquearnos. Los de Santa Anna evacuaron las poblaciones cercanas para dejarnos sin el apoyo esperado. Por ello pasamos hambre, enfermamos y el clima no ayudó a mejorar nuestro triste estado. En esa llegaron los ejércitos mexicanos para sitiarnos desde el Pueblo Viejo de Tampico, Las Piedras y El Humo, en la margen veracruzana del Río Pánuco, así como desde Villerías y Doña Cecilia en el lado tamaulipeco.

General Antonio López de Santa Anna, jefe del Ejército de Operaciones

General Antonio López de Santa Anna, jefe del Ejército de Operaciones

Lucharon y perdieron

El 21 y de agosto, día de santa Ciriaca, nos atacaron amparados en la noche en la Plaza del Muelle y la Plaza de Armas de Tampico. Aprovechando que nuestro general Barradas y el grueso de su ejército se encontraban en Altamira, a cinco leguas al norte de Tampico, los de Santa Anna cruzaron el río Pánuco y pugnamos con ellos hasta las dos de la tarde alentados por nuestro coronel Miguel Salomón quien solicitó una tregua con la intención oculta de ganar tiempo para que llegaran nuestros refuerzos. Y así fue, la venida del general Barradas a Tampico forzó a los mexicanos a retirarse, pero el astuto Santa Anna, al verse acorralado, se amparó en la tregua acordada. Nobleza obliga. Dejamos que el mexicano retornara a su cuartel en Pueblo Viejo y allí le faltó tiempo para reorganizar el sitio contra nosotros. El combate del Fortín de La Barra de Tampico, en la desembocadura del Río Pánuco, entre los días 10 y 11 de septiembre, marcó nuestro final. Los mexicanos con 1.200 hombres nos cercaron el Fortín donde no llegábamos a seiscientos. Tras combatir toda la noche, exhaustos acordamos un alto el fuego para atender a los heridos y dar cristina sepultura a los muertos.

Llegaron más tropas mexicanas. Barradas, sitiado, solicitó parlamento y capituló con tristeza el 11 de septiembre ante Santa Anna, en el Pueblo Viejo de Tampico ante al general Manuel Mier y Terán. Los españoles quedamos como prisioneros de guerra, dispersos en poblaciones huastecas cercanas hasta que fuimos embarcados hacia Cuba; yo salí de los últimos tres meses después, acabando el año 1829. En la Capitulación de Tampico acordaron nuestros jefes, sin su aquiescencia, mi señor y Rey, renunciar a tomar las armas contra esa incipiente República. Habéis de saber que no eran ciertos los discursos de los exiliados que nos aseguraron que seríamos recibidos como libertadores y ahora queda todo ello a la voluntad y refrendo de Vuestra Majestad.

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