Ventajas de alistarse en la flota romana en tiempos de Trajano
El ejército resultaba una salida bastante aceptable para aquellos que no formaban parte de las élites provinciales o no tuvieran una fortuna de la que vivir
A comienzos del siglo II d.C., durante el gobierno del emperador Trajano, Claudio Terenciano, un joven originario de Karanis (en El Fayum, Egipto) escribía una carta a su padre para contarle que había sido admitido en la flota y no «vagabundeaba como un fugitivo» (P.Mich. VIII, 467). No cabe duda de que, como hoy, a comienzos del siglo segundo d.C. los padres deseaban ver «bien colocados» a sus hijos. Tras pasar el examen de ingreso denominado probatio en el que se certificaba que el recluta era apto para el servicio, este pasaría por un periodo de instrucción para ser, después, destinado a un cuerpo e inscrito en sus registros. En la misma epístola, cuyo contenido no tiene desperdicio, el joven relataba a su padre que debía partir hacia Siria con un destacamento (vexillum), y que dos conocidos suyos habían tenido la inmensa suerte de ser admitidos en la Classis Augusta Alexandriana (es decir, la flota radicada en Alejandría, en el Delta del Nilo), por lo que servirían cerca de casa, además de que, por favor, le enviara una espada de combate, una lanza, un hacha, un manto y una túnica entre otras cosas.
La carta redactada en papiro y hallada en Egipto, donde este soporte fue magníficamente conservado gracias a las condiciones climáticas del lugar, forma parte de la gran colección papirácea de la Universidad de Michigan. Las cartas conservadas en papiro son, sin duda alguna, la mejor fuente para conocer las experiencias personales de los soldados romanos, experiencias que, si fueron registradas en otros soportes y en otros lugares del Imperio romano, no se han conservado y no han podido llegar hasta nosotros.
Extranjeros en la flota romana
El caso del soldado egipcio Claudio Terenciano debió de ser bastante común a finales del siglo I y comienzos del II d.C. El ejército resultaba una salida bastante aceptable para aquellos que no formaban parte de las élites provinciales o no tuvieran una fortuna de la que vivir. Aun así, la carrera militar era conditio sine qua non para integrar los gobiernos locales, además de para obtener numerosas ventajas y prebendas sociales y fiscales. En el caso de Terenciano, seguramente se tratase de un peregrinus, es decir, un extranjero, que solo podía aspirar a integrar los cuerpos llamados auxiliares (cohortes de infantería o alae de caballería) o alguna de las flotas (classis) romanas.
Alistarse en la flota romana, según las cartas y diplomas militares (certificados de licenciamiento y concesión de pagos militares junto a la ciudadanía romana y derechos como el del matrimonio legal) conservados era propio de soldados de origen egipcio, griego o sirio. La pega era que había que servir un mayor número de años, entre los 20 y los 26 (en la época, prácticamente media vida).
Una institución muy flexible
Quienes poseían la ciudadanía romana sí podían alistarse en las legiones, cobrando un mayor salario y recibiendo recompensas más cuantiosas en el momento del licenciamiento, incluyendo en muchas ocasiones importantes sumas de dinero e incluso tierras para asentarse. Los legionarios, sin embargo, no solían recibir diplomas militares, ya que contaban con todos los derechos ciudadanos. Pero la realidad en muchas ocasiones distaba de la norma. Existen testimonios que indican que la institución militar romana era sumamente flexible y se adaptaba a las circunstancias del momento. Conservamos, por ejemplo, documentos que atestiguan los traslados de tropas no ciudadanas desde cuerpos auxiliares y de marinería a las legiones, y se entiende que en algún momento, ya fuera antes o después del traslado, estas tropas recibían la ciudadanía romana y sus derechos anejos.
En otra carta conservada en papiro (PSI IX 1026), esta vez procedente de Cesarea, en Palestina, unos soldados de la Legión X Fretense pedían al legado de la legión (el comandante del cuerpo) que reconociera su licenciamiento por escrito, ya que habían sido trasladados desde la flota de Miseno en tiempos del emperador Adriano (imp. 117-138 d.C.). La movilidad y la obtención de mejor estatus, como puede verse, era posible en el ejército romano. El caso concreto de estos soldados seguramente fue para reconstituir el cuerpo de la maltrecha Legión X Fretense, que había sido una de las que se enfrentó a la cruenta (y última) rebelión judía en 132-135 d.C., liderada por Simón Bar Kojba.
Ascender en el estatus social
Pero ¿para qué querrían esos soldados licenciados un reconocimiento por escrito del comandante del cuerpo? La respuesta es que, a su llegada a Egipto, el prefecto de la provincia (Egipto no tenía gobernador, sino prefecto) llevaría a cabo una especie de examen legal llamado epícrisis, donde la persona era reconocida de manera oficial como veterano, con una serie de derechos y ventajas, sobre todo de carácter fiscal. Tras acabar su servicio militar, ya fuera en las legiones o en los cuerpos auxiliares y la flota, los soldados podían volver a su tierra de origen, o quedarse donde habían servido, como terratenientes o potentados comerciales, abriendo negocios o formando parte de los gobiernos locales.
En el caso de los soldados licenciados de la Legión X Fretense, lo más probable es que quisieran obtener ese reconocimiento para conseguir mayores ventajas como veteranos legionarios, y no como veteranos de la flota, abriéndoseles las puertas a un mundo de más alto estatus social, llegando a formar parte de nuevas élites locales. El caso de Karanis (El Fayum, en Egipto), en la rica región del lago Moeris, es un claro ejemplo de población «militar», donde se asentaron veteranos cuyos hijos fueron también al ejército para seguir la tradición familiar. A Claudio Terenciano, nuestro protagonista, le hubiera gustado ser destinado a la flota alejandrina para estar cerca de casa, y servir en la milicia sin mucho sobresalto. Sin embargo fue destinado a otra flota (seguramente la de Miseno), desde donde fue enviado con un destacamento a Siria para luchar. Parece que Terenciano sobrevivió, porque se conservan cartas suyas posteriores.