Cine e historia: la película 'El marqués de Salamanca'
Narrada desde el punto de vista del Rey Alfonso XII, la película ofreció una visión muy negativa de la política de su época, por ser unos años de influencia francesa y de desespañolización
El cine español de los años cuarenta del siglo XX llevó a la gran pantalla la biografía de uno de los nobles más representativos del reinado de Isabel II en El marqués de Salamanca. El film fue dirigido por Edgar Neville en 1948, el cual también participó en la elaboración del guion. Curiosamente, nos encontramos ante la visión cinematográfica de un noble por otro, ya que el director era conde de Berlanga de Duero. Para el papel protagonista logró convencer a un gran actor de la época, Alfredo Mayo, que dotó al personaje de Salamanca de cierta imagen de galán heroico y arrogante que la propia película exigía. El film debía narrar al espectador la vida de un hombre que se arruinó varias veces y logró enriquecerse otras tantas, que triunfó en los negocios más representativos de mediados del siglo XIX –los ferrocarriles y la construcción– gracias, evidentemente, a sus conexiones políticas.
La iniciativa fue, sin embargo, del Estado, dentro de la conmemoración del centenario de la construcción de la primera línea peninsular de ferrocarril en 1848. Realizada por encargo del Ministerio de Obras Públicas y formalmente producida por la Comisión estatal constituida al efecto, El marqués de Salamanca combinó de esta manera la exaltación biográfica con una interesante mirada sobre la historia de la tecnología española del siglo XIX. La película quiso ser básicamente un homenaje al «hombre de actividad más emprendedora que ha habido en España», palabras que podían leer los espectadores en los créditos iniciales. Salamanca cifró sus méritos en haber sido «el personaje que gastó el dinero que no tenía». Narrada desde el punto de vista del Rey Alfonso XII, la película ofreció una visión muy negativa de la política de su época, por ser unos años de influencia francesa y de desespañolización. De esa manera, la vida parlamentaria y la política en general fueron presentadas con tintes críticos, a los que sólo escapó la actividad del protagonista, visionario solitario que terminó retirándose de la vida pública sin renunciar por ello a su sueño de modernizar España.
El marqués de Salamanca se alejó, pues, de las biografías de corte norteamericano para adoptar más bien el modelo biográfico del cine alemán, con sus líderes iluminados y situados por encima del bien y del mal, ajenos a las miserias de una sociedad envilecida por leyes mediocres, las cuales, sin embargo, no resultan un obstáculo para un emprendedor como Salamanca. Especulador y arribista –aunque presentado como víctima del general Ramón María Narváez en el film–, el protagonista se ajustó a ese prototipo de héroe fuera de su tiempo que la España isabelina no supo aprovechar, ni identificarse con sus planes llenos de promesas regeneracionistas para la economía y la prosperidad de la patria.
Pese a todo, la historia de los inicios del ferrocarril en España se presentó en la película como la obra exclusiva de Salamanca, soslayándose la fructífera competencia de Miguel Biada y José María Roca desde la Sociedad de los Caminos de Hierro de Mataró, responsable en último término del tendido de la primera línea férrea del reino. Pero no es la exactitud histórica lo que preocupó al guionista o a sus patrocinadores oficiales, sino la voluntad apologética y doctrinal. Surge ante el espectador la llegada del tren a España pura y llanamente por la insistencia tenaz de Salamanca, quien no ceja en su empeño a pesar de no contar con el apoyo del Gobierno de Isabel II ni de sus más importantes inversores, lo que le lleva a caer en manos de usureros y prestamistas. El ferrocarril es una fantasía incluso para las mentes más preclaras, que consideran científicamente inviable el proyecto. Únicamente, el marqués parece saber que ésa es una apuesta imprescindible. Así, quien fuera un poco culto podía perfectamente comparar a Salamanca y sus vicisitudes con Cristóbal Colón y la tozudez de los sabios universitarios y de los cortesanos de los Reyes Católicos. Otro visionario y héroe enfrentado a los ciegos gobernantes del pasado. Lógicamente, los beneficios son exclusivamente para el protagonista, como simbólicamente se aprecia en el film en la escena en que unos atónitos campesinos ven lejanamente el paso del tren mientras el mismo llega hasta el Palacio Real de Aranjuez. El film español conmemoró formalmente el centenario del tendido de la línea Barcelona-Mataró en 1848, pero lo hizo ilustrando en cambio los esfuerzos de su gran competidor, siendo el clímax de la cinta la inauguración, en febrero de 1851, de la línea Madrid-Aranjuez.
Pero, además, El marqués de Salamanca fue una película típicamente de Neville, es decir, crítica y popular, logrando el espinoso objetivo de saber relatar historias con gran sabiduría. Para él, resultaba más trascendental el drama humano de Salamanca –un hombre que se hace y se destruye a sí mismo– que los alardes formales y conmemorativos del film. De ahí que su estilo cinematográfico fuera directo y fluido en esencia, con una especial habilidad para la puesta en escena, donde se recreó el Madrid isabelino, y un excelente tratamiento de la interpretación.