Picotazos de historia
El sitio de Viena 1683 (II): reuniendo las huestes
Sobieski recibió más de millón y medio de ducados para ayudarle a reunir una fuerza de cuarenta mil soldados, la mayor parte de caballería, que se reunirían para defender Viena
En agosto de 1682, tomando como excusa los enfrentamientos de las tropas austriacas contra los húngaros calvinistas de Thokoly, el Gran Visir –con la aprobación de Mehmed IV– declaró la guerra al Imperio e inició la movilización.
En Europa Leopoldo buscó ayudas y apoyos. Luis XIV prometió no llevar a cabo intervenciones en la frontera con el Imperio, lo que permitiría que regimientos escogidos se pudieran trasladar al ejército austriaco que estaba reuniéndose bajo el mando del duque Carlos de Lorena, cuñado de Leopoldo y comandante en jefe del Ejército. Una pena que el Rey Sol enviara un embajador al sultán comunicándole su deseo de no intervenir, fastidiando así el buen efecto creado y ganándose el mote de «Su Turquísima Majestad».
El temor al turco hizo el milagro –junto con el dinero gastado generosamente– de conseguir el apoyo de los príncipes. Baviera prometió diez mil soldados a cambio de 400.000 florines y la mano de una princesa imperial, Brunswick 20.000 soldados por 50.000 táleros al mes. El Papa Inocencio XI envió un millón de florines a Leopoldo y medió para que otras naciones aportaran. España consiguió arañar de alguna parte 150 mil escudos. Vital fue la aceptación del Papa a los acuerdos entre el Rey de la mancomunidad polaco-lituana y el zar de Rusia respecto a las tierras al sur de Kiev. Estas quedaran bajo la fe ortodoxa era una circunstancia menor cuando el peligro musulmán era más inmediato. Por otro lado, el zar de Rusia podía mantener ocupados a fuerzas turcas y tártaras que, de otra manera, podrían usarse en el ataque a Viena. Cuanto al Rey de Polonia/ Lituania era tema aparte.
Sobieski y su ejército
Jan Sobieski era alto, grande, experimentado en la guerra y la diplomacia. Durante varios años estuvo como rehén en Estambul, de donde volvió con un gusto por las sedas y alfombras que amalgamó, de manera muy personal, en una forma de vestir que los elegantes de Europa llamaron «a la oriental», consistente en una mezcla de pieles, joyas y sedas que causaba admiración en las cortes más refinadas. Invirtió grandes sumas en crear la mejor caballería pesada de Europa, individuos con coraza y casco que portaba una estructura de madera a sus espaldas asemejando dos altas alas emplumadas. Estos húsares alados eran una fuerza de choque formidable, aumentado por el sonido de las plumas y el retumbar de los cascos de los caballos –de hecho, muchas veces era más decisivo el factor psicológico de la combinación de estos dos efectos que la carga en sí– además de ser una unidad de combate capaz de moverse con rapidez. También contaba con una eficaz caballería ligera, mucho más apta para combatir contra los tártaros y los cosacos. Sobieski recibió más de millón y medio de ducados para ayudarle a reunir una fuerza de cuarenta mil soldados, la mayor parte de caballería, que se reunirían para defender Viena.
El gran visir estaba ocupado arreglando carreteras, levantando puentes nuevos y reforzando los antiguos, creando depósitos de armamento y pertrechos, organizando ataques de grupos de tártaros, húngaros y transilvanos en las fronteras de Rusia, Moldavia, Moravia, Hungría y Austria con el objetivo de crear inquietud, tomar fortalezas fronterizas y crear desconcierto en las fuerzas imperiales.
En mayo de 1683 llegó la noticia a Viena que un enorme ejército estaba en marcha. La corona imperial, junto con todas las joyas y el tesoro, se trasladaron de Bratislava a Viena y de allí a Litz. Carlos de Lorena, viendo la imposibilidad de defender la frontera contra un número cada vez mayor de enemigos organizó la retirada de sus tropas, que entonces sumaban 32.000 soldados, aún no habían llegado los refuerzos prometidos. Leopoldo I, que no era ningún héroe, salió tan despepitado de Viena que el embajador de España no tuvo tiempo de hacer su equipaje. Los vieneses, viendo tal ejemplo lo emularon con entusiasmo y en menos de tres días más de setenta mil ciudadanos habían abandonado la ciudad, lo que resultó útil para albergar a los refugiados y echar mano de las despensas y almacenes para la defensa de la ciudad.