Las claves de la conquista del poder por el fascismo italiano
El fascismo era un movimiento revolucionario transgresor que se convirtió en el espacio mestizo de confluencia de desengañados de la derecha, como de la izquierda
Desde que el 23 de marzo de 1919 nació el fascismo italiano en la moderna ciudad de Milán, de manos de Benito Mussolini. El nuevo movimiento político se caracterizó por su mensaje revolucionario en lo social, intensamente nacionalista y marcadamente rupturista con el parlamentarismo liberal. El fascismo entró con decisión en los ámbitos sociales donde nadie antes había hecho política, como el mundo de la mujer o el juvenil. Se identificó como el hermano político del futurismo vanguardista que Filippo Tommaso Marinetti capitaneaba en el espacio cultural, rompiendo las viejas barreras de derecha e izquierda. El fascismo era un movimiento revolucionario transgresor que se convirtió en el espacio mestizo de confluencia de desengañados de la derecha, como de la izquierda. Sin embargo, ese perfil de nacionalismo revolucionario no conseguía triunfar electoralmente.
La llegada legal al poder de Mussolini tuvo que ser mitificada a través de una visión «revolucionaria» de la Marcha de Roma
Hasta el nombramiento de Benito Mussolini como primer ministro, los gobiernos italianos fueron representativos de la vieja elite liberal italiana, expertos en la composición de ejecutivos de coalición donde el apoyo de los católicos sociales y del ala reformista de los socialistas mantuvo un orden liberal quebrado y que ya no correspondía a la sociedad italiana nacida después de la Primera Guerra Mundial. Los gobiernos caciquiles italianos tuvieron que aguantar la impopularidad originada con la «victoria mutilada» por la carencia de territorios anexionados, el fuerte endeudamiento causado por la guerra y las duras medidas que hubo de tomarse para hacer frente a la situación económica, con el cierre de fábricas y el aumento del desempleo. Las protestas originadas por los trabajadores trajeron una fuerte política represiva por parte del ejecutivo. La respuesta organizada por el Partido Socialista, después de la experiencia de la revolución bolchevique, fue poner bajo su control el norte y el centro del país, al dominar el poder municipal y las Cámaras de Trabajo, mediante las cuales controlaban la contratación de jornaleros en el campo. La formación de destacamentos de guardias rojos para proteger las ocupaciones de fábricas y haciendas agrarias parecían anunciar la formación de un estado revolucionario, como la Hungría de Bela Kun o el Berlín espartaquista.
Es en este contexto de violencia socialista y anarquista cuando se formaron unidades de autodefensa en el campo y en las ciudades, inicialmente sin vinculación política ninguna, pero el olfato político de Benito Mussolini le llevará a una intervención que cambiará la historia de Italia. Si el Estado liberal italiano era incapaz de mantener el orden, los escuadristas fascistas, compuestas por antiguos Arditi, se lanzaron a desarraigar a los socialistas de su poder municipal, restableciendo el orden, integrando a las unidades de autodefensa en el fascismo y propiciando el apoyo de la miedosa clase media a la extensión del movimiento mussoliniano a otras partes del país. El fascismo revolucionario irá quedando en minoría ante la llegada en aluvión de los miles de nuevos fascistas procedentes de los escalones medios de la sociedad que derechizaban el movimiento. En las elecciones de mayo de 1921, 36 diputados fascistas entraron en el parlamento formando parte de una coalición con viejos liberales de derechas.
El propio Mussolini no confiaba mucho en la marcha, pero aquella concentración de sus paramilitares debía servir como suficiente presión para abrirle la oportunidad de entrar en el ejecutivo italiano
En su primera intervención como diputado, Benito Mussolini, el 21 de junio de 1921, aprovechó para hablar de forma moderada, ganando respetabilidad política y manifestando su respeto por la tradición católica y por el Vaticano. El Estado estaba en plena parálisis, las huelgas eran rotas por los fascistas que impedían la paralización de los servicios llevando sus propios técnicos y haciendo aparición allí donde el Estado no estaba, ni se le esperaba. Benito Mussolini inició su ronda de contactos con diferentes líderes políticos sin resultados aparentes. El fascismo en el congreso celebrado en Roma del 7 al 9 de noviembre de 1921 proclamaba reunir 320.000 afiliados. El fascismo proporcionando un rostro parlamentario dando cobijo a los sectores emprendedores de las nuevas clases medias que tenían la oportunidad de sustituir a las viejas oligarquías agrarias liberales
La «marcha sobre Roma», fue organizada por cuatro dirigentes, Michele Bianchi, Italo Balbo, Cesare María de Vecchi y el general Emilio de Bono. El propio Mussolini no confiaba mucho en la marcha, pero aquella concentración de sus paramilitares debía servir como suficiente presión para abrirle la oportunidad de entrar en el ejecutivo italiano. Aquellos miles de hombres fueron andando, a caballo, camiones y trenes, pero su parecido era más al de una romería que a una marcha marcial de guerreros revolucionarios. Las negociaciones de salón que se hicieron a la sombra de la acción de los escuadristas, que mojados y agotados creían estaban protagonizando una revolución, en realidad proporcionaban la cuartada para la llegada al poder. El 30 de octubre de 1922 el Rey Víctor Manuel III nombró a Benito Mussolini nuevo jefe del Gobierno de Italia por un período de aproximadamente un año, que debería convocar nuevas elecciones generales. Ese día los 30.000 fascistas se habían triplicado y su número aumentaba con ganas de ver a su líder convertido en honorable primer ministro. El 16 de noviembre se constituyó el Gobierno de Mussolini, que fue de coalición, y donde de catorce ministros, solo cuatro eran fascistas de origen, el resto representaban a diferentes fuerzas parlamentarias. El nuevo ejecutivo juró en el Parlamento (Aventino), donde recibió el apoyo de 306 votos a favor, 116 en contra y 7 abstenciones. Dos semanas después, el 3 de diciembre de 1922, en la Cámara del Senado, 196 fueron a su favor y 19 en contra, cuyos representantes reconocieron al nuevo ejecutivo y le otorgaron plenos poderes durante un año. La llegada legal al poder de Mussolini tuvo que ser mitificada a través de una visión «revolucionaria» de la Marcha de Roma, como luego se divulgó en la película Vecchia guardia, de Alessandro Blasetti.