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La emperatriz Eugenia, fotografiada en 1856

La emperatriz Eugenia, fotografiada en 1856

Dinastías y poder

¿Cómo las coronas de Eugenia de Montijo llegaron a los Alba?

Con los años, ya viuda y sin descendencia directa, parte de su patrimonio mermado por el exilio pasó a manos de su sobrino Carlos Fitz-James Stuart

La granadina convertida en Emperatriz de los Franceses marcó modas y fue un icono de estilo en su tiempo. Llegó a París para casarse con Napoleón III y desde ese momento sus apariciones públicas provocaron un aluvión de informaciones. Dicen que Paulina de Metternich le presento a Charles Frederick Worth, su modisto de cabecera y padre de la alta costura. Lemonnier, Kramer y Ansorena diseñaron muchas de las diademas de su exclusivísimo joyero. Con los años, ya viuda y sin descendencia directa, parte de su patrimonio mermado por el exilio pasó a manos de su sobrino Carlos Fitz-James Stuart. Pero ¿cómo llegó la mujer más poderosa del II Imperio a emparentar con los Alba?

Eugenia de Guzmán y Portocarrero nació en Granada en 1826. Era la hija menor del liberal duque de Teba, que se había distinguido en su heroica lucha a favor de José I y, después, contra el absolutismo de Fernando VII. Su hermana se llamaba María Francisca y un día se convertiría en duquesa de Alba. Pero fue su madre, la ambiciosa Manuela Kirkpatrick, de orígenes escoceses, quien más condicionó el destino de las dos jóvenes: con el patrimonio heredado del duque, doña Manuela no dudó en establecerse temporadas en París en busca de buena sociedad y mejor posición. Era una «animadora cultural» cuyas tertulias aristocráticas en su quinta de Carabanchel Alto resultaban las más concurridas de la sociedad del momento.

Eugenia de Montijo, Emperatriz de los franceses, retratada por Franz Xaver Winterhalter

Eugenia de Montijo, Emperatriz de los franceses, retratada por Franz Xaver Winterhalter

Desde niñas las hermanas mantuvieron cercanía con Próspero Mérimée y tantos otros literatos, políticos y artistas a los que la matriarca era asidua. Se relacionaron también con el duque de Sesto, José Osorio, que se decía enamorado de Francisca, aunque como en un vodevil, fuese Eugenia quien le distinguió con sus atenciones. Eran tiempos de revueltas y pronunciamientos en una Europa que comenzaba a abrirse a un nuevo espíritu romántico. Paca era morena, Eugenia pelirroja. Winterhalter, el «pintor de la realeza», las retrató fantásticas. Una y otra se convirtieron en las jóvenes más demandadas por galantes buenos partidos. En 1843 Paca conoció a Jacobo Fitz-James Stuart, XV duque de Alba y descendiente a su vez de la célebre Teresa de Silva, la de los toros y las verbenas, inmortalizada por Goya. La boda se celebró en Madrid el 14 de febrero de 1844 y, desde entonces, la mayor de las hermanas pasó a engrosar el alto linaje de la nobleza española. De ese matrimonio nacerían tres hijos.

Era una «animadora cultural» cuyas tertulias aristocráticas en su quinta de Carabanchel Alto resultaban las más concurridas de la sociedad del momento

Eugenia quedaba soltera y con una vida a caballo entre España y Francia. Dicen que fue en el palacio de Tullerías donde Napoleón III, recién proclamado Emperador por la Asamblea, quedó deslumbrado ante la proverbial belleza de la granadina. Ella al principio se resistió, pero en 26 de enero de 1853 terminó pasando por el altar en una ceremonia en Notre Damme recogida por toda la Prensa. «Vestía un traje de raso blanco guarnecido de encaje de Alenzon; su cuello iba adornado con un collar de dos filas de perlas de rara hermosura», destacaba La Época. Doña Manuela tenía a una hija convertida en duquesa de Alba y otra Emperatriz. Buena marca para la flamante consuegra.

Grabado de 1853 realizado con motivo de la ceremonia de matrimonio civil de Napoleón III y de Eugenia de Montijo, celebrado el 29 de enero de ese mismo año

Grabado de 1853 realizado con motivo de la ceremonia de matrimonio civil de Napoleón III y de Eugenia de Montijo, celebrado el 29 de enero de ese mismo año

Durante esos días la influencia de la Montijo se hizo notar en todas las esquinas de aquella Francia ecléctica definida como una especie de «democracia plebiscitaria». Con una política expansionista en lo exterior y fuertemente conservadora en lo interior, el catolicismo que emanaba de Eugenia se hizo palpable, entre otras cosas, en la ayuda que Napoleón brindó al Papado frente a la ofensiva unificadora de los Saboya. Parece que también la fallida aventura de establecer un Imperio para el archiduque Maximiliano de Habsburgo en México fue otra de sus obsesiones. Eugenia llegó a ocupar eventualmente la regencia en tres ocasiones durante el mandato de Napoleón III, aquel conglomerado entre bonapartistas, orleanistas, republicanos y legitimistas en el que se había convertido el Imperio. De la unión de Eugenia y Napoleón III, nació un solo hijo, de nombre Eugenio Luis, que estaba llamado a heredar la dinastía de los Bonaparte y que despertó excelsas esperanzas patrióticas. Pero las muertes ensombrecerían aquellos destinos.

Paca Alba fallecía en 1860 a causa de la tuberculosis. Ella y su hermana habían viajado en el yate real una larga temporada buscando una pronta recuperación. No fue posible. Eugenio Luis, moría atravesado por una lanza zulú en 1879, después de que la derrota de Sedán frente a los alemanes de Bismarck los llevase al exilio y a él a enrolarse en las filas del ejército Imperial Británico. Eugenia de Montijo, quien había sido durante diecisiete años Emperatriz de los Franceses, se quedaba sin descendencia directa.

Eugenia pasó el resto de sus días entre su residencia de Farnborough (Inglaterra) y España, con frecuentísimos viajes y visitas al Palacio de Liria en el que falleció el 13 de julio de 1920. Ese día, ABC le dedicó su portada: «Desaparición de una figura histórica», leemos. Las pinturas, patrimonio y parte de las joyas que no tuvieron que subastarse pasaron directamente a su sobrino, Carlos, el hijo y los descendientes de su hermana. Jacobo, Cayetana y Carlos Fitz-James Stuart, hoy duque de Alba, han atesorado ese legado.

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