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Ilustración del Juicio del Cadáver pintado por Jean-Paul Laurens. El Papa Formoso y Esteban VI

Ilustración del 'Juicio del Cadáver' pintado por Jean-Paul Laurens. El Papa Formoso y Esteban VI

Formoso I: el Papa que fue juzgado después de muerto por venganza

Formoso coronaría a Arnulfo Emperador en la basílica de San Pedro. Esto le enemistaría de por vida con Lamberto, que resentido, le daría caza aún después de muerto

Siglo Oscuro del Papado (Saeculum obscurum). Este fue el nombre que recibió uno de los periodos más horribles en la historia de la Iglesia Católica que se caracterizó por un nepotismo e injerencia política. Durante este «Siglo Oscuro del Papado» que abarca los años 882 y 1046 se sucedieron más de 40 papas y antipapas, quienes, pertenecientes a las poderosas familias romanas trajeron consigo preocupaciones e intereses exclusivamente particulares.

Esta crisis se inicia con la muerte violenta del Papa Juan VIII (882). Algunas fuentes explican que fue envenenado por alguna persona cercana o un pariente, pero al tardar en hacer efecto el brebaje, fue golpeado con un martillo. Los pontífices que le sucedieron fueron depuestos, encarcelados o asesinados. En los años siguientes, el papado comenzó a estar bajo la influencia de los duques de Spoleto, hasta el punto de depender totalmente de este clan nobiliario.

Una representación del siglo XVI del papado de Formoso, de Facial Chronicle

Una representación del siglo XVI del papado de Formoso, de Facial Chronicle

Formoso I asumió el pontificado en el año 891 convirtiéndose en el 111º Papa. Al año siguiente, el Emperador Guido de Spoleto presionó al pontífice para que consagrase a su hijo Lamberto como próximo monarca; sin embargo Formoso veía en este un «mal cristiano» y autor de muchas ofensas a la Iglesia. Por esta razón acudió al Rey de la Francia Oriental, Arnulfo de Carintia, buscando en él una baza para destronar a la familia romana: a la muerte del perverso Emperador Guido, las tropas de Arnulfo atravesaron los Alpes y expulsaron a los Spoleto de Roma. A los pocos días, Formoso coronaría a Arnulfo Emperador en la basílica de San Pedro.

Esto le enemistaría de por vida con Lamberto, que resentido le daría caza aún después de muerto. Coronado Arnulfo, solo hacía falta que el nuevo Emperador le arrebatase a Lamberto la parte del imperio occidental, pero este cayó repentinamente víctima de una parálisis obligándolo a retirarse de Italia dejando al Papa «traidor» solo ante su mayor enemigo.

El «Concilio cadavérico»

Roma quedó sumida en una serie de cruentas revueltas cuyo desenlace no pudo ver el Papa Formoso ya que falleció en abril del año 896. A la muerte de este y tras un pontificado de sólo dos semanas (Bonifacio VI), sube al trono pontificio el arzobispo de Anagni, Esteban VI, quien, por influencia de Lamberto de Spoleto, convoca el denominado «Concilio de cadavérico» para condenar los actos del difunto Pontífice ya que había nombrado Emperador a un extranjero.

Nueve meses después de haber fallecido, en el año 897, el cadáver de Formoso fue exhumado, ataviado con los ropajes papales y amarrado a una silla en la basílica de San Juan de Letrán, donde sería juzgado por traidor. Se obligó a un diácono a permanecer durante todo el juicio junto al cuerpo putrefacto para que declarase en nombre del acusado como abogado de oficio

La sentencia dictó que Formoso era culpable e «indigno servidor de la Iglesia, llegado a la silla papal de forma irregular, siendo por tanto un Papa ilegítimo». Además, aprovecharon para desacreditar y revocar todos sus nombramientos y disposiciones (a los clérigos que fueron ordenados por Formoso se les exigió su renuncia por escrito). Sin embargo, lo peor de su condena fue la damnatio memoria (condena a la memoria) a la que fue sometido destruyendo y eliminando cualquier archivo, documento o cualquier otro vestigio de su paso por el mundo.

Una vez acabada el juicio, despojaron de todas sus vestiduras y símbolos de jefatura eclesiástica al que fue Papa, le apuntaron los tres dedos de la mano derecha con los que había impartido bendiciones. No satisfechos con estas vejaciones, un grupo de soldados arrojó el cadáver a una fosa maldita en la que yacían los cuerpos de varios condenados a muerte para luego ser lanzado al río Tíber. Más tarde sus restos serían recogidos por un ermitaño dándole una sepultura digna.

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