Cuando en España estaba mal visto trabajar: Carlos III lo convirtió en un honor
El 18 de marzo de 1783 el monarca se vio obligado a promulgar una Real Cédula en la que se decretaba que trabajar no era un deshonor
Lo que hoy en día para muchos es una cosa normal y diaria, en una época de la historia de España se tuvo que obligar a la gente a hacerlo. Nos estamos refiriendo a trabajar. El 18 de marzo de 1783 el Rey Carlos III promulgó una Real Cédula en la que se decretaba que trabajar no era un deshonor. La sociedad española estaba imbuida en el ideal nobiliario de aspirar a la ociosidad, por lo que el trabajo estaba mal visto.
Las personas que tenían trabajos manuales no eran bien vistas
En España había trabajos que eran deshonrosos e indignos. Las personas que tenían trabajos manuales no eran bien vistas. Nos referimos a zapateros, carpinteros, agricultores, curtidores, alfareros, panaderos… Si un hijo o hija se casaba con alguno de ellos o ellas, era para la familia una desgracia y un desprestigio social. Era tan exagerado que la gente prefería ser pobre, vivir en la indigencia, antes de desprestigiar su honor. Esto provocó que, a nivel económico, se estancara el crecimiento productivo. Aquel 18 de marzo de 1783 Carlos III, en la Real Cédula, escribía que…
«Declaro que no sólo el oficio de curtidor, sino también los demás artes y oficios del herrero, sastre, zapatero, carpintero y otros a este modo, son honestos y honrados; que el uso de ellos no envilece la familia ni la persona del que lo ejerce; ni la inhabilita para obtener los empleos municipales de la república en que están avecindados los artesanos y menestrales que los ejercitan; y que tampoco han de perjudicar las artes y oficios para el goce y prerrogativas de la hidalguía, a los que la tuvieren legítimamente, conforme a lo declarado en mi ordenanza de reemplazos del Ejército de 3 de noviembre de 1770, aunque los ejercieren por sus mismas personas... siendo exceptuados de esta regla los artistas o menestrales o sus hijos que abandonasen su oficio y el de sus padres y no se dedicaren a otro o a cualesquiera arte o profesión con aplicación y aprovechamiento aunque el abandono sea por causa de riqueza y abundancia; en inteligencia de que mi Consejo, cuando hallare que en tres generaciones de padre, hijo y nieto ha ejercitado y sigue ejercitando una familia el comercio o las fábricas con adelantamientos notables y de utilidad al Estado, me propondrá, según le he prevenido, la distinción que podrá concederse al que se supiese y justificase ser director o cabeza de tal familia que promueve y conserva su aplicación».
Trabajos reservados a cargos sociales
Desde la Reconquista los conocidos como cristianos viejos tomaron posesión de una inexistente hidalguía, una nobleza menor, una limpieza de sangre, que les hacía creer en un deshonor, dentro de su rango social –muy bajo– llevar a cabo cualquier tipo de trabajo. Eso sí, cuando se trataba de armas o letras no les importaba trabajar. De no dedicarse a esto, no tenían ningún trabajo, pues los cargos públicos estaban reservados a otra clase social, un poco más elevada que la de los castellanos viejos. Tampoco se podían casar con personas de otro linaje. Ellos consideraban que tenían un estatus, pero el resto de la sociedad no.
Los españoles llevaban casi tres siglos despreciando el trabajo
A los trabajos antes reseñados podríamos unir el de sastre, verdugos, cómico o actor. Aquellos llamados hidalgos sufrían, por su negación a trabajar, privaciones extremas, como hemos comentado. El crecimiento productivo en España estaba en peligro. En Europa, Asia y América crecían las exportaciones de manufacturas españolas. Sobre todo textil y productos de lujo.
Dar a conocer y potenciar los oficios
Se consiguió alguna cosa? Es evidente que los españoles llevaban casi tres siglos despreciando el trabajo. Este hecho era un gran impedimento para poner fin, de la noche a la mañana, a unos prejuicios fuera de contexto e inútiles. Aquella mentalidad se tenía que ir cambiando. ¿Cómo hacerlo? Para ello se utilizó a actores y cómicos. Se hizo, por así decirlo, una especie de campaña de publicidad para convencer a los españoles –o a una parte de ellos– que el trabajo ennoblece.
Con los actores y cómicos se empezaron a programar obras de teatro que ponían en valor ciertas profesiones. Así se interpretaron obras como El fabricante de paños, El vinatero de Madrid, Los menestrales, La industriosa madrileña, entre otras. Con ello se pretendía potenciar y dar a conocer oficios nobles, bien vistos y que aquellos castellanos viejos podían llevar a cabo sin perder su honor, dignidad y estatus social.
El conde de Campomanes, con anterioridad a la Real Cédula, en el 1760, opinaba que «en España convendría poner en aprecio los oficios, desterrar toda vulgaridad y preocupación en esta parte: de manara que la ociosidad y holgazanería, o los verdaderos delitos, sea lo que deshonra, y jamás la honesta profesión de los oficios».
Aquella Real Cédula permitió que, incluso los nobles pudieran acceder al mundo laboral para que se recuperara una economía española en decadencia. También se permitió que ciertos trabajos manuales pudieran acceder a la nobleza o pudieran ejercer cargos públicos o empleos municipales. Dicho de otra manera, se transformó el mercado laboral español, modernizándolo para que todos pudieran acceder a diferentes empleos y así erradicar la ociosidad.
Esta, como ocurre muchas veces, no fue bien recibida por el pueblo. La sociedad ociosa se reveló. Se criticó a Carlos III por su intento de romper una tradición y una forma de ser social. Aquellos castellanos viejos preferían seguir pasando hambre antes de trabajar. La medida no fue rápida y se implantó con cierta calma. Un siglo después de la Real Cedula se oficializó la eliminación de la diferencia entre oficios viles y no viles. Así se declararon todos los oficios como nobles, honrados y dignos.