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batalla de Clontarf

Batalla de ClontarfWikimedia Commons

El inicio de la violencia étnica en Irlanda: la Edad Media

A pesar de que se han cumplido 25 años del acuerdo que logró acabar con la lucha político-militar, el odio que ha dividido y enfrentado a los habitantes de Irlanda del Norte desde hace muchísimo tiempo permanece latente

Estos días volvemos a leer con preocupación el repunte de la violencia en el Ulster, una de las regiones norirlandesas que permanecieron unidas a Gran Bretaña tras la constitución del Estado Libre Irlandés en 1922. A pesar de que este año se han cumplido veinticinco años de la ratificación del Acuerdo del Viernes Santo en Belfast, que logró acabar con la lucha político-militar entre republicanos-católicos y unionistas-protestantes, la verdad es que el odio que ha dividido y enfrentado a los habitantes de Irlanda del Norte desde hace muchísimo tiempo permanece latente. Viví varios años en Dublín y pude dar fe de ello cada vez que visité el otro lado de la frontera. Con razón me decía mi amigo Ben que: «mientras ambos gobiernos paguen religiosamente tanto a unos como a otros grupos terroristas, la paz durará, la complicación vendrá cuando se cierre 'el grifo' y los violentos vuelvan a poner en práctica su antigua forma de vida».

Contra los vikingos

Al hablar del problema de Irlanda, nos solemos referir simplemente a los hechos acaecidos en los últimos dos siglos, es decir el XX y el XXI, creyendo que en esos doscientos años se pueden encontrar e identificar el origen de todos los males que aquejaron a la isla. Sin embargo, en favor de la verdad, deberíamos retrotraernos a la Edad Media, exactamente a la decimosegunda centuria, momento en el que un ejército inglés (formado por normandos, ingleses, galeses y flamencos) puso sus pies en la isla en 1169.

No obstante, no era la primera vez que la isla había sido atacada y medio conquistada. Los vikingos fundaron Dublín y numerosas ciudades comerciales costeras como Wexford o Waterford en su intento por controlar las mejores rutas comerciales, pero tras la batalla de Clontarf (1014), el poder de los invasores del norte se debilitó y, finalmente, fueron absorbidos por los gaélicos, la población autóctona de la isla. Sin embargo, con el nuevo ataque la situación político-social iba a mudar de forma dramática.

El conglomerado de tropas al mando de Strongbow, Richard de Clare, y otros señores de la guerra de origen normando, había sido llamado por el depuesto reyezuelo de Leinster, Dermot MacMurrough, que prometió tierras y ganancias a cambio de ser restituido en sus estados. Los ingleses, así denominan los textos contemporáneos gaélicos a los invasores, consiguieron reinstaurar a MacMurrough en unas pocas semanas y recibieron aquello que se les había prometido. Así comenzó la conquista inglesa. En 1171 fue el propio Rey de Inglaterra, Enrique II, el que decidió comandar la invasión total de Irlanda, razón por la que Strongbow y sus compañeros rindieron sus estados al Rey inglés, el cual se los devolvió en forma de feudo.

Un destino ligado a Inglaterra

Además, se iniciaron unas campañas destinadas a agrandar los territorios controlados por los vasallos del monarca inglés, aunque llegó un momento en que quedó claro que era imposible conquistar la isla por entero, razón por la que se firmó el Tratado de Windsor (1175), que la dividía en dos áreas de influencia: la inglesa, en manos de los hombres de Enrique II, y la gaélica. A pesar de ello, los recién llegados mantuvieron sus ataques a las zonas gaélicas con la intención de conseguir botín y fama, quedando el tratado en papel mojado.

Desde un primer momento quedó patente que los ingleses no aceptaban, ni siquiera como a vencidos, a los nativos irlandeses

Llegado el momento, la conquista dio paso al asentamiento, que fue en forma de colonia, por lo que se trajeron campesinos desde el otro lado del Mar de Irlanda. Además, gracias a las casualidades de la Historia, resultó que el sucesor de Enrique II, el Rey Juan, anteriormente ya había sido nombrado Señor de Irlanda, por lo que en una sola persona se unió la corona inglesa y el señorío sobre la isla, quedando su destino ligado al de Inglaterra hasta ahora. El señorío y la prominencia de los ingleses duró hasta 1350 cuando, debido a una serie de factores internos y externos, los gaélicos empezaron a recuperar su antigua potencia militar, lo que produjo una reconquista parcial de sus antiguas posesiones. Además, ciertas familias de origen normando –como los Butler, los FitzGerald o los Burgh– que estaban afincadas lejos del área de influencia de Dublín, acabaron por mezclarse con los habitantes nativos, creándose así una especie de tercera etnia denominada hiberno-normanda, a caballo entre los gaélicos y los Old English, aquellos que permanecían fieles a los usos y costumbres inglesas.

En el siglo XVI, a los problemas entre etnias se sumaron las diferencias religiosas

Esta división étnica, que llegaría hasta el siglo XVII, supuso el enfrentamiento entre las tres etnias en un combate a muerte por la posesión de las mejores tierras y pastos. Cuando los miembros de un sept –el vocablo gaélico para clan– eran expulsados de sus tierras por los ingleses, aquellos pasaban a subsistir en las peores que permanecían aún libres ya que los invasores nunca les permitieron continuar sus labores agrícolas como arrendatarios. Desde un primer momento quedó patente que los ingleses no aceptaban, ni siquiera como a vencidos, a los nativos irlandeses. Además, la sujeción de Irlanda a la metrópoli quedó totalmente asentada con la ley Poynings (1494), que hizo oficial que la política de la isla se manejaría desde Inglaterra –tanto por el Parlamento como por el Rey–, quedando reducida aquella a una simple colonia.

Grosso modo este fue el desarrollo político de Irlanda durante la Edad Media. Pero la violencia étnica que caracterizó estos primeros trescientos años de ocupación inglesa no se fue apaciguando posteriormente. Más bien fue al revés, ya que, en el siglo XVI, a los problemas entre etnias se sumaron las diferencias religiosas, y sus mortales consecuencias, tras la ruptura de Enrique VIII con la Iglesia Católica en 1534. Acción que provocó en la isla un nivel de violencia y destrucción inusitado, incluso para aquellos tiempos de constantes guerras religiosas.

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