4 de julio de 1776: el principio de la historia norteamericana
Thomas Paine, exhortaba a los americanos a proclamar su independencia. Inglaterra, en su opinión, no era la madre patria; el Rey Jorge III se había convertido en un tirano; en Norteamérica la ley debía ser la única soberana
A mediados del siglo XVIII comenzaron una serie de tensiones económicas y fiscales entre el gobierno de Londres y los habitantes de las trece colonias británicas en Norteamérica. Las ideas independentistas, defendidas hasta entonces solo por los colonos más radicales, fueron ganando terreno a partir de enero de 1776, en buena medida como respuesta a la ley del Rey Jorge III que declaraba a las colonias en estado de rebeldía y a la difusión de un panfleto titulado Sentido común que tuvo un enorme éxito.
En él su autor, Thomas Paine, exhortaba a los americanos a proclamar su independencia. Inglaterra, en su opinión, no era la madre patria; el Rey Jorge III se había convertido en un tirano; en Norteamérica la ley debía ser la única soberana. La Corona era una institución lo suficientemente importante en el organigrama político del Imperio Británico, símbolo de su unidad, como para que los líderes independentistas insistieran en justificar rotundamente su ruptura y crítica. En mayo se reunió en la ciudad de Filadelfia el segundo Congreso Continental que tomó las primeras medidas para organizar la guerra: reclutamiento de tropas, compra de armamento y búsqueda de recursos financieros.
Las colonias debían convertirse en estados libres e independientes, estableciéndose relaciones y alianzas con otros países extranjeros
En el Congreso, los delegados de las colonias empezaron a pedir uno tras otro que se votase la independencia. De hecho, el debate se abrió cuando el 7 de junio el virginiano Richard Henry Lee presentó la siguiente resolución: las colonias debían convertirse en estados libres e independientes, estableciéndose relaciones y alianzas con otros países extranjeros, mientras se preparaba un plan de confederación para someterlo a la aprobación de las colonias.
Tras un mes de discusiones, el 4 de julio de 1776 fue aprobado el texto de una Declaración de independencia cuyo borrador había redactado Thomas Jefferson. El texto recogía en su primera parte los principios que no eran otros que los derechos naturales, ya formulados por Locke a finales del siglo XVII: los hombres son libres, iguales e independientes; el poder de los gobiernos ha de basarse en el consentimiento de los gobernados; si un gobierno viola esos principios el pueblo tiene derecho a rebelarse y a formar un gobierno fundado en dichos principios.
A continuación se acusaba al Rey de Gran Bretaña de haber empujado a sus súbditos americanos a la rebelión, actuando de forma arbitraria y desoyendo sistemáticamente las peticiones de justicia que repetidamente le habían dirigido. En consecuencia, las colonias decidieron romper los vínculos que las unían a la Corona británica y declararse independientes.
Como señalan algunos historiadores, la declaración debe ser considerada, en primer lugar, como una herramienta de persuasión y combate. Dirigida a la opinión mundial, al mundo como juez supremo, trató de justificar la determinación tomada basándose en la constitución británica, es decir, en los derechos naturales. Por otra parte, con la denuncia de una larga serie de despotismos y usurpaciones que pretendían someterlos a una tiranía absoluta, los redactores del documento querían demostrar que habían agotado todos los recursos antes de tomar la decisión de declararse independientes. El texto presentó lagunas evidentes y algunas exageraciones, pero es incuestionable que se trata del primer documento político que recogió los principios del derecho natural, la idea del gobierno fundado en el consentimiento de los gobernados, el derecho a la libertad y a la búsqueda de la felicidad.
Comenzó así la guerra de la independencia de las trece colonias (1776-1783) que fue un largo conflicto que enfrentó a dos adversarios desiguales. Los americanos tuvieron que improvisar un ejército para luchar contra la mayor potencia militar del momento. El valor y el entusiasmo de unos soldados novatos no servía en muchas ocasiones para resolver la falta de instrucción y de disciplina frente a la veteranía del ejército británico, al que se unieron 17.000 mercenarios cedidos por los príncipes alemanes de Hesse y Brunswick, aliados políticos de la dinastía de los Hannover, entonces en el trono de Gran Bretaña.
La carencia de dinero para suministros y equipamientos dejó con frecuencia a los combatientes norteamericanos en situación sumamente precaria. En este sentido, resultó decisivo el papel organizador de George Washington y del general prusiano Von Steuben, así como la actividad del Congreso, todavía sin poder político, coordinando las aportaciones de los estados. Al hablar de esta guerra de la independencia se olvida a menudo que fue también una guerra civil. Un sector de los colonos permaneció fiel a la Corona y luchó al lado de las tropas británicas, aunque en este último caso, los participantes fueron un número menor. La mayor parte adoptó una actitud pasiva o se refugió en Canadá o Inglaterra. De ahí que resultasen más numerosas las confiscaciones de bienes o las condenas a destierro, pero no las ejecuciones. Al ganar los independentistas, los leales a la Corona fueron tachados de «traidores» pero fueron solamente colonos que perdieron una guerra.