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El Púgil en reposo o el púgil de las Termas

El Púgil en reposo o el púgil de las TermasWikimedia Commons

Picotazos de historia

El púgil en reposo de las Termas de Constantino, ¿una de las mejores esculturas del arte griego?

No vemos una escultura, o el material en el que esta hecha, vemos un luchador cuyos mejores días ya han pasado, posiblemente vencido pero no derrotado

En marzo de 1885, en un punto de la ladera de la colina Quirinal, donde se sitúan los restos de las grandes Termas de Constantino, se encontró una maravillosa escultura de bronce –un mes antes, muy cerca del lugar de hallazgo, se encontró otra escultura a la que se bautizó como «el Príncipe Helenístico»– que representaba a un luchador tras una pelea.

El arqueólogo Rodolfo Lanciani nos dejó una vívida descripción del momento: «El hecho más importante recogido, mientras estuve presente durante la remoción de la tierra en la que yacía enterrada la obra maestra, es que la estatua no había sido arrojada allí, ni enterrada a toda prisa si no que había sido tratada con todo cuidado… para ocultar la estatua, había sido rellenada con tierra tamizada para salvar la superficie de bronce de cualquier posible ofensa».

La escultura es un conjunto de ocho piezas o segmentos fundidos con la técnica de la «cera perdida» y unidos con verdadero virtuosismo. Los labios, las heridas y cicatrices de la cara, los hematomas, fueron modelados por separado usando una aleación más oscura. La figura representa a un púgil (boxeador) a quien alguien ha interpelado mientras descansaba tras un duro combate.

El Púgil en reposo

El Púgil en reposoWikimedia Commons

El luchador es un varón maduro al que se representa sentado sobre una roca. En sus manos ciñen los pesados hymantes (en latín cestus) –anchas tiras de cuero que rodean los nudillos y que se reforzaban con plomo– y en su rostro podemos encontrar las heridas abiertas y sangrantes así como marcas y cicatrices antiguas que le señalan como un veterano luchador. Para mostrar la sangre se utilizó cobre sobre el bronce para crear el efecto de la salpicadura.

Los hymantes ya nos sitúan la pieza como una creación del siglo IV a. C. y el estilo en el que el contraste entre la calma del cuerpo ( brazos, torso y piernas) y el brusco giro de la cabeza –que confiere a la obra un enorme realismo– es, para algunos, señal de que la escultura tiene relación con Lisipo (390 – 318 a. C.) o al menos con su hermano Lisístrato. Ambos grandes artistas del periodo helenístico.

Detalle de los hymates del púgil

Detalle de los hymantes del púgil

Las cuencas de los ojos del púgil debían estar rellenas de alguna pasta vítrea que hoy se ha perdido, pero las vacías cuencas parecen aumentar el realismo y la humanidad que rezuma la obra. Ya en su tiempo debió ser considerada y admirada pues su pie derecho y uno de los hymantes muestran signos de erosión, producto del contacto de innumerables manos. ¿Buscaban algún tipo de protección o bendición, o simplemente era una muestra de respeto? No podemos saberlo aunque los romanos creían que algunas esculturas de atletas famosos podían tener ciertos poderes curativos.

Un aspecto curioso del rostro del púgil son sus orejas: inflamadas por los golpes y representadas con un realismo casi forense. Los golpes recibidos podían dar lugar a una sordera traumática temporal y ello explicaría la torsión del cuello: para poder leer los labios del interlocutor.

Detalle de la cabeza

Detalle de la cabeza

Todas estas circunstancias y detalles, y bastantes más, nos indican que estamos –como nos señaló Lancini– ante una obra maestra. Una de las escasas obras maestras originales que nos han llegado, pues el duro bronce es frágil ante la codicia y necesidad humana y muy pocas de las obras creadas nos han llegado debido a que la mayoría fueron fundidas para aprovechar el bronce. Pero, insisto, es la tremenda humanidad que exuda lo que nos emociona e instintivamente reconocemos. No vemos una escultura, o el material en el que esta hecha, vemos un luchador cuyos mejores días ya han pasado, posiblemente vencido pero no derrotado. E, inmediatamente, nos sentimos identificados y –al menos a mí– se me llena el corazón con un enorme respeto por ese púgil.

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