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'La llegada' por Ferrer-Dalmau

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Los tres acontecimientos para entender la caída del Imperio mexica: el asedio y conquista de Tenochtitlan

A finales de abril de 1521 los 12 bergantines comenzaron a operar en el lago, con lo cual, paulatinamente, la lucha se irá trasladando a la propia capital mexica, al mismo tiempo que entre los aliados de los mexicas comienzan las deserciones

Hay tres acontecimientos que serán fundamentales para entender la caída del imperio mexica. Por un lado, (tras la sorprendente e inesperada victoria de Hernán Cortés en la batalla de Otumba, apenas siete días después de haber perdido dos tercios de su ejército en «la noche triste»), el mantenimiento de la alianza con Tlaxcala y el tejer una red de acuerdos con la mayor parte de las etnias de la región, lo que reforzará la posición castellana, junto a las intrigas y conflictos civiles en Tenochtitlan y fundamentalmente en Texcoco, segunda ciudad en importancia de la triple alianza, (junto a la propia Tenochtitlan y Tlacopan), que cambiará de bando con el ascenso al poder del príncipe Ixtlilxóchitl, favorable al partido de Cortés y la huida a Tenochtitlan del tatloani Coanácoch.

En segundo lugar, el entender que se necesitaba una operación anfibia y la supremacía naval, al estar situada la capital mexica en una isla del lago Texcoco. Asuntos a los que ya he dedicado sendos artículos en El Debate. El tercer y último evento es el propio asedio y la conquista terrestre de una de las ciudades más pobladas y espectaculares del planeta en el siglo XVI, conquista de la que se cumplen justamente este mes de agosto 502 años.

Cortés había conseguido reunir para esta empresa un ejército de más de 135.000 locales que se sumaban a unos 850 españoles. Con todo, no se antojaba una empresa sencilla. Algunos autores piensan que, entre la isla, (poblada por 700.000 personas para el antropólogo Roger Bartra) y las ciudades de tierra firme aliadas habría una población de alrededor del millón de personas. El arqueólogo Matos Moctezuma reduce a 200.000 el número de habitantes de la isla. En cualquier caso, el nuevo huey Tlatoani, Cuauhtemoctzin, «el sol en el ocaso», contaba aún con aliados en la mayor parte de la costa circundante de tierra firme, un poderoso ejército y el factor isla, lo que habría de complicar mucho su conquista.

Cortés, entendiendo que las cartas le favorecían y que el factor tiempo debería jugar a su favor, intentó por todos los medios negociar con el nuevo Emperador. Sin embargo, este joven militar, sobrino de Moctezuma, fue un feroz opositor, desde la llegada de los españoles, del partido «colaboracionista» o «pacifista», de hecho, nada más llegar al poder eliminó a todos los hijos de Moctezuma, como el propio Axoaca, partidarios de evitar la guerra.

Curiosamente, muchos mexicanos actuales consideran que Cuauhtemoc fue un gran caudillo que lucho por la dignidad de su pueblo plantando cara a los invasores. Personalmente considero que fue un buen militar, sí, pero un pésimo estadista y un gobernante sin escrúpulos, porque su, tan loada, por algunos, resistencia numantina intentando salvar una corona que ya tenía fecha de caducidad, condenó a su pueblo al desastre y a la ciudad a su completa destrucción. No hay que olvidar que, además de las batallas que segaban diariamente las vidas de sus jóvenes guerreros, el hambre, la sed y demás penalidades de la población sujeta al asedio y la viruela, introducida inconscientemente por la expedición de Narváez, estaban diezmando a los mexicas que se hacinaban en la capital asediada.

Ni siquiera en los días finales del asedio fue posible llegar a ningún pacto con el huey Tatloani

De hecho, su predecesor, Cuitláhuac, había fallecido por dicha epidemia. En consecuencia, ni siquiera en los días finales del asedio fue posible llegar a ningún pacto con el huey Tatloani. Pacto que hubiese salvado muchas vidas y haciendas, una vez que Cortés siguiendo una política de tierra quemada, fue destruyendo o rindiendo, una a una, las cercanas poblaciones aliadas de tierra firme y la férrea vigilancia de los bergantines en el lago dificultaban sobremanera romper el cerco y que las canoas pudiesen introducir víveres en la ciudad.

Por supuesto, siempre habrá quien diga que el responsable último fue el propio Cortés y su guerra de conquista. Efectivamente, de no haber sido por las dotes diplomáticas del extremeño no hubiese sido posible conseguir una alianza tan amplia y variopinta de pueblos mesoamericanos, algunos, por cierto, enemigos irreconciliables apenas un año antes, como Cholutecas y Tetzcocanos en relación a los tlaxcaltecas. En cualquier caso, desde el descubrimiento de América, los mexicas estaban sentenciados. Si no hubiese sido Cortés, hubiese sido cualquier otro.

En la Europa de la época, la guerra de conquista, pese a los intentos del padre Vitoria y la escuela de derecho de gentes de Salamanca por acotarla, era habitual, piénsese que apenas cuatro años más tarde de la toma de Tenochtitlan, Carlos V y Francisco I se pelearían en Pavía por el territorio del Milanesado. Es más, afortunadamente para los mexicas fuimos los españoles los conquistadores, porque todos sabemos lo que ocurrió con los pueblos originarios en la parte de Nueva España heredada por Estados Unidos.

Pero volviendo al asedio, en febrero de 1521 llega a Veracruz un navío con el tesorero Julián Alderete y con hombres, caballos, pólvora y provisiones para sumarse al ejército de Cortés. Los refuerzos serán recibidos con euforia y subirán la moral de las tropas.

A la espera de que finalizase la construcción de los bergantines, Cortés prosigue sus ataques a las ciudades aliadas. A Tlacopan, la única de la triple alianza que seguía fiel a Cuauhtemoctzin y a Xaltocan, ciudad lacustre en el nordeste del lago, luchó en Chalco y Tlamanalco, en cuyos maizales se aprovisionaban los españoles y sus aliados y prosiguió la batalla en las ciudades tributarias de Cuauhnáhuac, (Cuernavaca) y Xochimilco.

A finales de abril de 1521 los 12 bergantines comenzaron a operar en el lago, con lo cual, paulatinamente, la lucha se irá trasladando a la propia capital mexica, al mismo tiempo que entre los aliados de los mexicas comienzan las deserciones y numerosos pueblos se irán pasando al bando cortesiano.

En junio de 1521, una vez sometidas todas las poblaciones aliadas circundantes, se inicia el asedio propiamente dicho, se corta el suministro de agua dulce, se dividen las tropas entre las diversas calzadas que daban acceso a la ciudad y se van a producir asaltos constantes. Como señalará Bernal Díaz del Castillo «cada día existían tantos combates que si los hubiese relatado todos parecería un libro de caballería». Combates que no siempre favorecían a los castellanos, de ahí la famosa anécdota de Beatriz Bermúdez de Velasco, una de las valientes mujeres soldado de Cortés, conocida como «la Bermuda», que recriminó a un grupo de españoles su huida de la batalla obligándoles a regresar.

Pese a lo encarnizado de los combates, a medida que pasaban las semanas el asedio comenzó a ser efectivo, pero Cuauhtemoctzin no capituló, ni acepto negociar en ningún momento, incluso cuando todo estaba ya perdido optó por huir cobardemente junto a sus familiares y a los nobles que aún le eran fieles abandonando a su suerte a un pueblo al que había obligado a luchar hasta límites más allá de lo razonable. La situación fue narrada por cronistas como Bernal o López de Gómara, señalando que hombres mujeres y niños habían estado comiendo raíces y bebiendo agua salobre y que estaban tan amarillos, flacos, sucios y hediondos, «que era lástima verlos».

La captura de su canoa por el capitán García Hoguín supondría la caída de Tenochtitlan. Aquel 13 de agosto de 1521 se daba un paso de gigante en la construcción de un imperio en el que «nunca se ponía el sol», que duraría los tres siglos siguientes y que convertirían a la heredera de Tenochtitlan, la ciudad de México, en la más cosmopolita e importante del planeta.

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