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Los rusos deponen armas y estandartes ante Carlos XII de Suecia, tras la batalla de Narva. Pintura de Gustaf Cederström, 1910

Los rusos deponen armas y estandartes ante Carlos XII de Suecia, tras la batalla de Narva. Pintura de Gustaf Cederström, 1910

Picotazos de historia

La historia detrás de un concierto de rock y el dolor que trae la guerra

Las canciones del grupo de power metal Sabaton tratan sobre hechos y personajes relacionados con la guerra. Su sexto álbum está dedicado a la figura del rey de Suecia Carlos XII de la dinastía Vasa y a la desconocida Gran guerra del Norte

Carolus Rex es el título del sexto álbum producido por el grupo de power metal Sabaton. Este grupo de rock tiene la particularidad de que sus canciones tratan sobre hechos y personajes relacionados con la guerra. Y son francamente buenos. Al menos a mi me gustan. Ocurre que la otra noche empecé a ver el concierto que dieron en la ciudad de Gothenburg en el año 2020. El concierto –fantástico– empezó con una canción del disco que mencioné al principio: Carolus Rex. Este disco está dedicado a la figura del rey de Suecia Carlos XII de la dinastía Vasa, «el rayo de la guerra», considerado como uno de los mejores lideres militares que han existido y una persona dedicada en cuerpo y alma a la guerra.

La canción que iniciaba el concierto, En livstid I krig, traducido como «una vida en guerra», nos presenta el conmovedor punto de vista y pensamiento del soldado común ( «Solo un joven, apenas un hombre, cuando fui llamado a filas», reza una de sus líneas) y nos presenta una guerra desconocida para nosotros. La llamada Gran Guerra del Norte (1700 – 1721) fue un conflicto que enfrentó al Imperio sueco (Suecia, Finlandia, parte de Noruega y territorios en la zona báltica de Rusia) contra Noruega-Dinamarca, Imperio ruso y una pléyade de pequeños estados centroeuropeos y otros no tan pequeños como Polonia/Lituania. Todo por el control del mar Báltico.

Carlos XII desembarca en Selandia

Carlos XII desembarca en Selandia

Por el lado sueco contaron con un joven inexperto que acababa de llegar al trono y que resultó ser un genio militar lleno de audacia e iniciativa, lo que alargaría el conflicto y lo enquistaría, pues uno de sus fallos era la terquedad. Por el lado ruso tenemos a un joven Pedro I que estaba modernizando su nación, introduciendo novedades y creando donde nada existía. Si arduo era su trabajo al menos contaba con la obediencia ciega de sus súbditos ( ¡por la cuenta que les traía!) y los grandes recursos de su imperio. Por contra, el Imperio sueco apenas contaba con un millón cien mil habitantes. Para ellos cada leva era un doloroso desprenderse de amigos, parientes, padres e hijos, que, según dictara la ley, eran susceptibles de ser llamados a una guerra para no volver jamás. Y al ser tan pocos su falta era dolorosamente presente.

En Suecia estas levas se hicieron cada vez más frecuentemente, pues urgía rellenar los huecos creados por la metralla. En los pueblos del interior de la península escandinava se tallaron unas figuras en madera para ponerlas, en las afueras del pueblo, junto al camino que tomaron los jóvenes que nunca volvieron. Era su manera de despedirse de ellos. La Gran Guerra del Norte se juntó con otro elemento –otro de los jinetes del Apocalipsis– que sembró la muerte y desesperación por doquier: la Peste.

Samuel Donnet: Ilustración de la Gran Peste en Danzig (Gdańsk) 1709

Samuel Donnet: Ilustración de la Gran Peste en Danzig (Gdańsk) 1709

La primera aparición fue en 1702 en Polonia, en 1706 había alcanzado los confines de Lituania y sembrado su trágica cosecha por Prusia, Brandenburgo, Pomerania, Estonia, Letonia, Finlandia, Suecia, Bremen, Zelanda, Hamburgo, Holstein, etc.

El balance de la guerra fue descorazonador. Suecia perdió su imperio y su territorio quedó reducido a la Suecia actual más Finlandia. La nación estaba completamente arruinada, exhausta, exangüe. Se calcula que su población había quedado reducida a 860.000 habitantes. Unas 240.000 muertes por la guerra y la peste suponía más del 20 % de la población, la mayor parte de ellos fueron los más jóvenes. Los que empezaban a vivir. A los que más doloroso fue ver partir. Por eso la canción, un poco extraña en un grupo de rock, tiene tintes conmovedores ya que habla de un sentimiento que ha existido desde el origen de la guerra. («La guerra puede destruir a un hombre. Doy mi vida por la Patria pero ¿quién me llorará?»).

El escritor y periodista Giovanni Guareschi ( 1908 – 1968), autor del inolvidable personaje del cura Don Camilo, recordaba con emoción los cientos de pequeños anuncios que llenaban las páginas finales de los periódicos, al final de la Segunda Guerra Mundial. Cada uno de ellos daba la filiación, unidad y fotografía de un soldado que partió a la guerra y que no volvió. Los desesperados familiares gastaban en estos anuncios sus preciosos ahorros con la esperanza de que alguien pudiera dar alguna información sobre su paradero. Guareschi contaba como le conmovió uno de ellos. No se diferenciaba en nada del resto, excepto en las cuatro palabras finales que eran el grito de inenarrable angustia y dolor de una madre: «Hijo mío, ¿dónde estás?».

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