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'Fernando VII', obra de Vicente López Portaña

'Fernando VII', obra de Vicente López Portaña

La traición de Fernando VII antes de morir

El Rey Felón conspiró contra su padre, derogó la Constitución de 1812, suprimió la prensa libre, reinstauró el absolutismo y dio paso a la I Guerra Carlista. La infanta María Luis Carlota de Borbón relata cómo contribuyó a la abolición de la Ley Sálica

«Es un tonto que ni caza ni pesca, no se mueve de su cuarto, y tampoco tiene deseo ni capacidad para ser marido». Así pensaba María Antonia de Borbón de su esposo Fernando VII, el cual murió un día como hoy en 1833. Se le ha tildado de cobarde, vago, antipático, nada agraciado físicamente, fumador empedernido y habitual de los burdeles. Fue rey de España desde 1808 a 1833. Su muerte se produjo como consecuencia de los ataques de gota que sufría. El rey Felón conspiró contra su padre, derogó la Constitución de 1812, suprimió la prensa libre, reinstauró el absolutismo y dio paso a la I Guerra Carlista. Dicen que María Antonia de Borbón casi se desmayó al verlo a causa de su fealdad.

Cobarde, vago, antipático, nada agraciado físicamente, fumador empedernido y habitual de los burdeles

La catedrática Isabel Burdiel sobre Fernando VII escribe que «su manera de reinar consistió siempre en dividir y enfrentar entre sí a cuantos le rodeaban, de forma que potenció en todos ellos, a través del desconcierto y del terror, el más abyecto servilismo. Ladino, desconfiado y cruel, dado al humor grueso y a las aventuras nocturnas, el rey podía ser muy manipulable si se sabía atender bien a sus deseos». Pues bien, sobre un hecho que ocurrió poco antes de su fallecimiento hablaremos a continuación.

Boda con María Cristina de Borbón

La excelente relación de la familia real con Fernando VII se vio rota como consecuencia de la boda de éste con su sobrina María Cristina de Borbón, el 11 de diciembre de 1829. De este matrimonio nacieron Isabel y María Luisa. Antes de ese matrimonio no había tenido descendencia. Por tanto, su sobrino, el conde de Montemolín, fue recibido con todos los honores de Príncipe de Asturias. A su muerte heredaría el trono de España su hermano Carlos María Isidro de Borbón, pero María Cristina de Borbón quiso que la mayor heredara el trono de España, en contra de todo derecho.

Retrato de María Cristina de Borbón, por José Baztán Lacasa

Retrato de María Cristina de Borbón, por José Baztán Lacasa

Cambió la historia de España la infanta María Luis Carlota de Borbón. Su secreto se lo contó al general Jaime Ortega y el relato lo publicó en La usurpación de un trono Modestinus, pseudónimo de Guillermo Arsenio de Izaga. Los hechos, tal y como los relacionó la infanta, fueron los siguientes:

«Mi conciencia me obliga a haceros revelaciones, que sacarán el carmín de la vergüenza y de la culpa a mis mejillas, pues yo, instrumento de masones, de personas que no viven como Dios manda, intervine de una forma funesta en la abolición de la ley sálica. Las influencias palaciegas, con que contaban los francmasones, lograron que el Rey Fernando VII, mucho antes de morir, con pleno conocimiento, más sin ningún derecho y de una manera ilegal y hasta ilícita, aboliera esta ley, que aseguraba el derecho a la corona a Don Carlos; más después, haciéndole entrar en reflexión Calomarde y algunos otros consejeros dignos y honrados, el Rey deshizo lo que, en secreto puede decirse, había hecho, dejando en vigor aquella sabia pragmática que, en bien de España, los procuradores en Cortes, con anuencia del Rey Felipe V, había solemnemente promulgado».

Continúa: «Sabedores de ello los liberales o masones, buscaron todos los resortes para lograr inclinar de nuevo el ánimo del Rey a favor de una abolición inconcebible por arbitraria y despótica. A tal efecto, acudieron a mí, y yo, miserable, dejándome seducir por sus felones halagos, me ofrecí a servir de instrumento de gente tan vil, hasta el punto de que, abusando del mi sexo y de mi regia estirpe, en un acto de exaltación, le estampé mis dedos en sus mejillas».

«¡Oh! Hasta me horroriza pensarlo. Utilicé todas las estratagemas imaginables para disuadir a Fernando VII, quien, con la mano en el corazón, me decía que no podía hacerlo, que de lo que yo trataba no era, nada menos, que la SANCIÓN REAL DE UN ROBO y que él, viéndose cercano a la eternidad, quería morir tranquilo y en la gracia del Señor».

«De nada sirvieron las poderosísimas razones que me presentó el Augusto Soberano para frenarme en mi perenne empeño de alcanzar la abolición de la ley sálica. Los masones, que, gracias a su infernal astucia, llegaron a introducirse en palacio en los últimos años del reinado de Fernando VII, no pararon de conspirar para llevar a cabo sus criminales intenciones. Ayudados, y con valiosa cooperación, de Cristina, prepararon solapadamente el terreno para dar, en los últimos momentos del Rey, la puntilla a favor de sus insaciables deseos».

«Estaba Fernando VII en la cama del dolor, luchando con la muerte. Un silencio sepulcral reinaba en el cuarto del moribundo Soberano, interrumpido sólo por los horrorosos suspiros del estertor que salía de los morados labios del agonizante. Tome V.A. –me dice un alto dignatario de la Corte–, urge, conviene que, antes el Rey no expire, ponga al pie de este decreto su firma, y se ha pensado que nadie más que V.A. puede llevar a cabo tan importante acto».

"Cogí ese papel que quemaba mis manos; desorientada, atravesé entre la corte de generales y altos dignatarios que, en las antesalas del piso donde agonizaba el Rey, esperaban la triste nueva de su fallecimiento: me dirigí a su cuarto y… ¡Dios mío! ¡Qué hice!... y cogiendo la mano del moribundo Soberano, puse entre sus dedos una pluma y le dije: Fernando, señor Fernando, pon bajo ese real despacho tu nombre y rúbrica, que de eso depende la felicidad de tu Isabel. Cuando escuchó el Rey el nombre de su idolatrada hija, trató de incorporarse; más cayó como una losa de plomo y con los ojos vidriosos y con el estertor de la muerte, puso una ininteligible firma y una mal ordenada rúbrica bajo un escrito que no sabía lo que decía, exclamando: ¡Por Dios! ¡Déjeme morir en paz!”.

Gracias a esa firma Fernando VII restablecía la Pragmática de 1789 o Ley de Partidas. Con ello Isabel sería proclamada reina de España en detrimento de su tío. La consecuencia fue que el 2 de octubre de 1933 estallara la I Guerra Carlista, entre los partidarios de Carlos V y los de Isabel II.

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