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María Antonieta saliendo de la Conciergerie, 16 de octubre de 1793. Óleo sobre lienzo de Georges Cain, París, Museo Carnavalet, 1885

María Antonieta saliendo de la Conciergerie, 16 de octubre de 1793. Óleo sobre lienzo de Georges Cain, París, Museo Carnavalet, 1885

El día que la guillotina acabó con María Antonieta: París se echó a la calle para presenciar su muerte

En el momento de ser juzgada la acusaron de «azote y sanguijuela» de los franceses, de conspirar contra Francia, de promover intrigas, de satisfacer sus caprichos desmesurados, arruinando las finanzas de Francia

En París, el 16 de octubre de 1793 la reina María Antonia Josefa Juana de Habsburgo-Lorena, conocida popularmente como María Antonieta, era guillotinada. Casada desde los 14 años con el futuro Luis XVI de Francia, nunca fue bien vista en la Corte francesa. En ella la llamaban autrichienne –perra austríaca– o autre chienne –otra perra–. El pueblo no se quedó atrás y la llamaba «Madame Déficit» o «loba austríaca». El 21 de septiembre de 1792 la monarquía quedó abolida y la Familia Real encarcelada en la torre del Temple.

Arresto de la Familia Real

Arresto de la Familia RealMarshall, Thomas Falcon

En abril de 1792 la trasladaron a la Conciergerie. Allí fue encerrada en una celda sin aire fresco, sin luz, sin abrigo y vigilada las 24 horas por guardias. Según explican las crónicas, estos estaban prácticamente todos los días borrachos. Los nervios de María Antonieta estuvieron a punto de quebrarse, pero aguantó. En el momento de ser juzgada la acusaron de «azote y sanguijuela» de los franceses, de conspirar contra Francia, de promover intrigas, de satisfacer sus caprichos desmesurados, arruinando las finanzas de Francia y de haber mantenido relaciones incestuosas con su hijo Luis Carlos. María Antonieta fue odiada por el pueblo, pues este estaba acosado por el hambre mientras ella vivía en la abundancia.

María Antonieta fue odiada por el pueblo, pues este estaba acosado por el hambre mientras ella vivía en la abundancia

Durante el juicio, al ser acusada de haber corrompido a su hijo, apeló «¡a todas las madres que se encuentran aquí!». El juicio se inició un 14 de octubre y la sentencia se leyó el 16 de octubre a las cuatro de la madrugada. El tribunal la declaró culpable de alta traición al ser la viuda de Luis XVI.

La mañana del 16 de octubre todo París se echó a la calle. Estas estaban llenas de gente. Estaban deseando ver a la reina antes de morir ejecutada. Aquella mañana María Antonieta comió bouillon –caldo–. Se cambió de ropa. En ningún momento la dejaron sola los guardias. Por eso, su criada Rosalía Lanorlière tuvo que desplegar una sabana para que no la pudieran observar. Se puso un sencillo vestido blanco, pues no la dejaron vestir de negro. Escogió el blanco porque era el color utilizado por las reinas viudas francesas.

El secretario del Tribunal y cuatro jueces fueron a buscarla a las 10 de la mañana. Le leyeron de nuevo la sentencia. El verdugo Henri Sanson se le acercó y le ató las manos en la espalda. Le retiró el tocado y le cortó el pelo, lo quemaron para que no fuera utilizado como reliquia. Acompañada del verdugo cruzó la puerta de la Conciergerie dirección a la Cour du Mai. Ahí la esperaba un carro tirado por dos caballos percherones. El verdugo la ayudó a subir. Comentemos que el padre del verdugo, Charles-Henri Sanson, fue el encargado de guillotinar a Luis XVI.

Ejecución de María Antonieta. Anónimo, 1793

Ejecución de María Antonieta. Anónimo, 1793Wikimedia Commons

El carro tenía una tabla en los ejes que hacía función de banco. María Antonieta se sentó en él junto con el padre Girard, párroco de Saint-Landry. Al no ser su sacerdote de confianza, se negó a confesarse. Detrás, encima del carro estaba el verdugo y caminado a su lado el ayudante del verdugo. El carro salió de la Conciergerie y se abrió paso entre la multitud. Se situaron 30.000 soldados para abrir paso al carro que llevaba a la reina depuesta.

Los ciudadanos parisinos guardaban silencio mientras avanzaba el carro. Cuando llegó a la rue Saint-Honorée se rompió el silencio y empezaron a gritar en contra de María Antonieta. A las 12 horas el carro llegó a la Plaza de la Concordia, que en esa época se llamaba de la Revolución. La reina bajó del carro sin la ayuda de nadie. Subió las escaleras del patíbulo, donde se encontraba la guillotina. Perdió uno de los zapatos. Sus últimas palabras, según la tradición, fueron «señor, le pido perdón, no lo hice a propósito». Y es que había pisado uno de los pies del verdugo.

La colocaron sobre la plancha de madera de la guillotina. Le fijaron la cabeza para que no se pudiera mover. A las 12.15 horas cayó la hoja. El verdugo cogió la cabeza, la levantó y gritó: «¡Viva la República!». El público permaneció en silencio y, una vez ejecutada, se marcharon.

El cuerpo y la cabeza de María Antonieta fue llevado al cementerio de la Magdalena. Lo arrojaron en la misma fosa común donde estaba Luis XVI. La cubrieron con cal. Con anterioridad madame Tussaud realizó una máscara mortuoria. Tenía 38 años. En aquella fosa -hoy Capilla Expiatoria en la Square Louis XVI, rue Pasquier- también se encuentran los cuerpos de Robespierre, Madame du Barry, Carlota Corday o Olympe de Gouges.

¿Por qué nadie movió un dedo para salvar la vida de María Antonieta? Nos tenemos que remontar unos meses antes. El 18 de marzo de 1793 los austríacos ganaron la batalla de Neerwinden, donde recuperaron Bélgica. También ese mes estalló la batalla de la Vendée, donde los católicos se levantaron a favor del rey y la Iglesia. Eso provocó que los revolucionarios tomaran medidas contra la aristocracia y María Antonieta. Esta fue sometida a registros nocturnos en sus aposentos y se enrejaron las ventanas para que por ahí no pudiera escapar.

Ante esa victoria de Austria sobre Francia y con la situación dominada, el emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, Francisco II, sobrino de María Antonieta, no movió un solo dedo para salvarle la vida. María Antonieta era la menor de 15 hermanos. Entre ellos el emperador José II y María Cristina. Esta, cuando le notificaron la muerte de su hermana comentó que nunca tenía que haberse casado. Pues bien, su sobrino no la conocía, nunca se habían visto. No quiso intercambiarla por prisioneros de guerra franceses. Tampoco firmar una paz con Francia, a cambio de su tía, teniendo en cuenta que tenía la situación dominada y ventajosa para Austria. Tampoco el Príncipe de Sajonia-Coburgo-Saalfeld, el general Francisco Josías, tenía claro que debieran utilizarse hombres y recursos para rescatarla. Así pues, se esperó que los acontecimientos fueran favorables para María Antonieta, lo cual como hemos visto no sucedió.

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