Así clausuraban la temporada militar en la Antigua Roma
Este sería, según los estudiosos, el principal rito de clausura del año militar, ya que el gesto en sí del sacrificio servía para proteger y propiciar las fuerzas de la victoria para la siguiente campaña
Ahora que, al parecer, está de moda pensar en el Imperio romano, es un buen momento para recordar una de las festividades más curiosas y menos conocidas por el público general: el Equus October (o «Caballo de octubre»), que se celebraba cada año el día 15 de este mes.
Esta celebración, cuya historia transita a medio camino entre la leyenda y la realidad, servía además como clausura del año agrícola (al comienzo del otoño) y de la temporada militar. Aunque hoy en día sean pocas las actividades que les están limitadas a los seres humanos con independencia de las estaciones, en la época preindustrial, las actividades bélicas habitualmente se interrumpían durante los meses más fríos e intempestivos del año. Las tropas se retiraban a los acantonamientos invernales (los castra hibera, en el caso del ejército romano) y se esperaba a que el tiempo fuese más favorable y a estar reaprovisionados antes de reemprender las campañas.
La fuente más antigua de aquellas por medio de las cuales conocemos la fiesta del Caballo de octubre es Timeo (s. III a.C.), que vinculaba el sacrificio equino con el caballo de Troya y la pretensión romana de descender de troyanos refugiados, huidos de la guerra. Pero esta posibilidad ya era enfáticamente negada en la propia Antigüedad por autores como Polibio. Otros, como Plutarco y Festo, aportan gran cantidad de detalles necesarios para conocer la celebración en profundidad. El Calendario de Filócalo, del año 354 d.C., nos permite comprobar que esta ceremonia todavía se llevaba a cabo aún a pesar de la expansión que para entonces ya tenía el cristianismo en el Imperio.
El Equus October era, ante todo, un sacrificio ofrecido al dios Marte. El día 15 de octubre tenía lugar una carrera de bigas (carros de dos caballos) en el Campo de Marte. Del carro que resultase vencedor, se elegía al caballo del lado derecho como víctima para ofrecer a la divinidad. Primero, se rodeaba su cuello con un collar hecho de panes, con el fin de favorecer las cosechas. A continuación, el animal era matado mediante una lanzada ante el altar de la deidad. No se hacía con una lanza cualquiera; sino con una específicamente consagrada a Marte, y probablemente lo llevaba a cabo un flamen Martialis. Este sería, según los estudiosos, el principal rito de clausura del año militar, ya que el gesto en sí del sacrificio servía para proteger y propiciar las fuerzas de la victoria para la siguiente campaña.
Cuando el caballo ya estaba muerto, se le decapitaba y se le cortaba asimismo la cola. Esta última se llevaba rápidamente hasta la Regia, de forma que la sangre pudiese gotear aún sobre el fuego sagrado de Vesta. Por su parte, los habitantes de la Via Sacra y los de la Subura competían para ver quién se hacía con la cabeza del equino. Si vencían los primeros, la fijaban sobre el muro de la Regia; si vencían los segundos, la colgaban de la torre Mamilia.
No es raro que un rito tan antiguo conjugue estos elementos con aquellos propios de un rito militar
Las vestales conservaban la sangre de la cola del caballo para mezclarla con tallos de habas y con la ceniza de res de las Fordicidia (festival que culminaba el 15 de abril en la que se sacrificaba una vaca preñada a la diosa Tellus, la tierra en la mitología romana) y realizar así el producto mágico de fumigación que se usaba en las Parilia (fiestas en las que se conmemoraba la legendaria fundación de Roma).
El Equus October presenta rasgos profundamente característicos de una sociedad agraria indoeuropea: los panes, la mezcla de sangre y ceniza o incluso la cabeza del animal como protección de las cosechas. A pesar de que pueda resultar extraño, no es raro que un rito tan antiguo conjugue estos elementos con aquellos propios de un rito militar. Marte, dios de todo lo bélico, tenía una versión arcaica de tipo agrario. Se lo invocaba como protector de los campos contra todas las plagas visibles e invisibles y como protector de las gentes y los animales contra la enfermedad; y, por ende, la prosperidad de los campos. No es tampoco la única divinidad europea en la que se conjugan elementos de guerrero con elementos rurales. Los truenos, por ejemplo, son un elemento del mundo natural a menudo asociados con dioses guerreros a los que sin embargo invocan los agricultores para el riego de sus campos.
Algunos estudiosos han apuntado la posibilidad de que en este rito se dé una construcción heterogénea que englobase elementos de épocas diversas, armonizándolos en el conjunto de las fiestas de fecundidad. No se trataría de algo artificial: diferentes necesidades pueden haber ido inscribiéndose desde fechas antiguas en un mismo rito, y el paso del tiempo habría ido haciendo olvidar el significado de algunas. En todo caso, la mayoría coincide en ver una importante influencia etrusca en la fase de formación y origen de esta ceremonia.
No hay otro ejemplo en la religión romana de sacrificio de caballos. Es raro encontrar en la Antigua Roma un ejemplo de víctima sacrificial que no formase parte de la dieta de consumo normal más o menos cotidiano. Por ello, el célebre estudioso de mitología comparada Georges Dumézil argumentó convincentemente que el Equus October conservaba remanentes de un ritual indoeuropeo común vinculado muy especialmente a la realeza, análogo al Aśvamedha védico y al ritual céltico irlandés de sacrificio de caballos descrito por Giraldus Cambrensis.
Pero no tiene nada de extraño que un ritual de la Antigua Roma nos sea absolutamente ajeno y carezcamos de parámetros culturales para comprenderlo. Después de todo, como han señalado recientemente varios especialistas en recepción de la Antigüedad Clásica, gran parte de ese «pasado romano» en el que está tan en boga pensar, nunca existió. Es fruto de un constructo posterior, en gran medida contemporáneo. La Antigua Roma tenía más que ver con el mundo indoeuropeo y su ideología que con el sustrato judeocristiano en el que se ha desarrollado Occidente. Continúan proliferando los discursos que insisten en que «somos romanos», pero si viajásemos a la Antigua Roma, partiendo de la imagen que nos hemos forjado de ella con base en películas y novelas, no la reconoceríamos (y, probablemente, querríamos regresar lo antes posible).