Ragusa, el fiel aliado del Imperio español en momentos cruciales como Lepanto o la Gran Armada
Representante comercial eficiente, fuente de inteligencia diplomática y militar, agente secreto de los intereses españoles frente a turcos y venecianos. Pero sobre todo colaborador naval de las siempre insuficientes fuerzas españolas
Septiembre de 1538. La flota de la primera Liga Santa, derrotada el día anterior, lame sus heridas en la rada de Corfú. El gran almirante Andrea Doria revista sus dañadas naves. Los turcos, a las órdenes del genial Barbarroja, se han impuesto, una vez más, a una flota considerablemente superior. Las crónicas recuerdan que a media mañana apareció en lontananza una última vela. Se trataba de una «nave ragusea», cuyo nombre no se ha conservado. La comandaba un soldado vizcaíno, Machín de Munguía y transportaba soldados de los tercios viejos.
La nave había sido divisada por última vez la tarde anterior cuando cubría la retirada cristiana rodeada de más de 80 galeras turcas. Tras más de 14 horas de combate había conseguido escapar del cepo otomano. Los veteranos españoles, como siempre, habían dado lo mejor de sí mismos. Pero su éxito no habría sido posible sin el bravo comportamiento de los marinos de Ragusa que formaban la tripulación.
No se ha conservado el nombre del navío ni de su capitán porque su ciudad rendía vasallaje a la sublime puerta y tenía prohibido colaborar con sus enemigos, lo que obligaba a una necesaria discreción. Pero esta anécdota constituye un ejemplo más de la estrecha colaboración que esta república marinera mantuvo con el imperio español.
En la actualidad se llama Dubrovnik. Pero solo desde 1918, cuando el naciente estado yugoslavo impuso este nuevo nombre. Previamente, durante mil años, había sido la república, católica y marítima de Ragusa.
Es una ciudad muy antigua. Comenzó su existencia a la caída del Imperio romano. Al igual que Venecia fue fundada por romanos que buscaban refugio en las costas para escapar de los bárbaros. Después formó parte de la provincia bizantina de Dalmacia.
Bizancio resultó ser un protector poco fiable, por lo que Ragusa tuvo que buscar el apoyo de sus vecinos para preservar su autonomía. En primer lugar, Venecia, que le impuso graves limitaciones al restringir su comercio marítimo. Estas restricciones la obligaron a desarrollar el comercio terrestre, lo que la convirtió en un agenta imprescindible entre el Adriático y el interior eslavo.
En el siglo XIV Hungría derrotó a Venecia. Ragusa aprovechó la ocasión para obligar al dux a otorgarle mayor autonomía. Cuando los otomanos se extendieron por los Balcanes en el siglo XV, la República consiguió autorización del papado para comerciar en los dominios musulmanes, lo que la convirtió en un puente imprescindible entre oriente y occidente. Finalmente se vio obligada a convertirse en vasalla del sultán. Aunque internamente siguió autopercibiéndose como un estado católico e independiente.
La llegada de los aragoneses al Adriático proporcionó un aliado dispuesto a respetar su autonomía y a mantener unas relaciones secretas, que no incomodaran demasiado a los otomanos. Con el estímulo discreto de España y el Vaticano escapó constantemente de las garras de los imperios veneciano, Habsburgo y otomano, enfrentando a unos contra otros. Esta equidistancia le permitió mantener factorías en todos los principales puertos del Mediterráneo.
Ragusa se convirtió en un importantísimo aliado del imperio español. Representante comercial eficiente, fuente de inteligencia diplomática y militar, agente secreto de los intereses españoles frente a turcos y venecianos. Pero sobre todo colaborador naval de las siempre insuficientes fuerzas españolas.
La obligada discreción ha dificultado encontrar fuentes documentales para acreditar esta relación. Muchos buques raguseos cambiaban de nombre al entrar al servicio de España y lo mismo hacían sus capitanes. La mayor parte de los contratos de alquiler de naves se hacían en secreto, para evitar la enemiga del sultán.
Existe constancia de que barcos raguseos participaron en el abastecimiento de la gran flota de la segunda Liga Santa que triunfó en Lepanto y en las campañas del Duque de Osuna contra los turcos. Otros acompañaron a Carlos V en la conquista de Túnez y en el desastre de Argel, con una discreción que las hace indetectables.
Existen muchos más testimonios de la participación de los raguseos en las campañas atlánticas de la monarquía. Hay evidencias de su participación en la campaña de las islas Terceiras con Don Alvaro de Bazán. Al menos cuatro grandes barcos de este origen sirvieron para trasportar a los tercios y no se hurtaron de participar en los duros combates contra los franceses.
Pero fue en la Armada Invencible donde existió una mayor colaboración. La copiosa documentación que se conserva evidencia la participación de barcos y capitanes de nombre croata y la sospecha de que otros, de origen teóricamente italiano habrían disimulado su procedencia.
Recientemente se ha localizado el pecio del San Juan de Sicilia en aguas de la isla de Mull en el archipiélago escocés de las Hébridas. Se trataba la nave ragusana Brod Bartolosi cambiada de nombre al ser contratada por Felipe II. Su capitán era Luka Ivanov Kincovic y la tripulaban 62 marineros croatas. Transportaba a 280 soldados españoles. Perecieron prácticamente todos al explotar el buque en uno los combates librados durante la retirada. Otro ejemplo más de aquella olvidada alianza.