Al pie del cañón: Agustina de Aragón y la heroica defensa de Zaragoza ante las tropas napoleónicas
Agustina continuó sirviendo en la defensa, en aquella y en otras baterías, y por su ejemplar comportamiento Palafox le concedió los dos escudos de honor con el lema Defensora de Zaragoza y Recompensa del valor y patriotismo
Zaragoza. 2 de julio de 1808. La ciudad resistía el asedio de las tropas napoleónicas cuando en una de las puertas conocida como del Portillo, una joven de apenas 22 años cogía un botafuego, sustituyendo al artillero que yacía muerto junto al cañón, y disparaba hasta hacer huir al ejército enemigo. Con este valiente gesto, Agustina de Aragón se convertía en todo un mito. Pasaría a la historia como «La Artillera» y su resistencia sería ejemplo y modelo de comportamiento heroico en la defensa de la patria frente a la invasión francesa.
Agustina Raimunda María Zaragoza Doménech nació en 1786 en Barcelona. Era la tercera hija del matrimonio formado por Pedro Zaragoza Labastida y Raimunda Doménech Gasull. Con 17 años contrajo matrimonio con Juan Roca Vilaseca, un cabo segundo de artillería destinado en la guarnición de Barcelona. Durante cinco años la pareja vivió feliz. Tuvieron un hijo, al que decidieron llamar Juan, como su padre. Todo marchaba felizmente hasta que la entrada de las tropas napoleónicas en España iba a truncar aquella existencia tranquila: en mayo de 1808 estallaba la guerra de la Independencia.
Zaragoza se levanta en armas
Juan Roca pronto fue llamado a cumplir su deber militar. Como era costumbre entre las mujeres de los militares, Agustina y su pequeño de cuatro años le siguieron. Tras un pequeño enfrentamiento, el matrimonio tuvo que separarse y Agustina y su hijo se trasladaron a Zaragoza. La pareja no volvería a rencontrarse hasta el final de la contienda.
La ciudad se había levantado en armas contra los franceses y contrarios a José I, el 25 de mayo se produjo un motín popular que depuso a las autoridades favorables a la nueva dinastía, abrió los depósitos de armas de la Aljafería y entronizó como máxima autoridad al general Palafox. Con el general al mando y ante el avance de las tropas enemigas, Zaragoza organizó la defensa de la ciudad reforzando las murallas y reclutando voluntarios para ampliarlas tropas españolas. Junio no tardó en llegar y con aquel mes las fuerzas napoleónicas se situaron a las puertas de la ciudad para exigir la rendición de Palafox.
La situación geográfica de la ciudad y el número de contingentes franceses hacían de Zaragoza un sitio relativamente fácil para el enemigo; sin embargo, las tropas napoleónicas se encontraron delante a una población dispuesta a luchar con lo que fuera y como fuera. Numerosas mujeres se mostraron dispuestas a colaborar en la defensa de la plaza, suministrando municiones, agua y alimentos o luchando con el enemigo. Famosa es la frase: «Ánimo artilleros, que aquí hay mujeres cuando no podáis más».
La Artillera y su heroica defensa
Los bombardeos eran cada vez más intensos. Una de las explosiones abrió un boquete en las defensas del barrio de la Magdalena, lo que permitió a los franceses conseguir una vía para avanzar al núcleo urbano. Agustina, sin quedar indiferente a la situación, se ofreció como voluntaria y poco después de colaborar en la defensa suministrando a los combatientes víveres y municiones sucedería la principal hazaña que le valieron los sobrenombres de «La heroína de Zaragoza», «La Artillera» o «Agustina de Aragón».
El 2 de julio se hallaba en las inmediaciones del Portillo cuando explotó una granada, llevándose por delante a la mayor parte de los artilleros de la batería, dejándola inutilizada y expuesta a ser asaltada por una columna enemiga. Lo que sucede a continuación lo relata la propia Agustina en un memorial fechado en agosto de 1809:
«Ya se acercaba una columna enemiga cuando tomando la exponente un botafuego pasa por entre muertos y heridos, descarga un cañón de a 24 con bala y metralla aprovechada de tal suerte, que levantándose los pocos artilleros de la sorpresa en que yacían a vista de tan repentino azar, sostiene con ellos el fuego hasta que llega un refuerzo de otra batería, y obligan al enemigo a una vergonzosa y precipitada retirada».
Esta aguerrida resistencia llega a oídos del general Palafox mediante un parte del comandante de la batería y decide condecorar a Agustina con el título de «Artillera», además de otorgarle un «sueldo de seis reales diarios», según recoge la entrada a su biografía en la página de la Real Academia de la Historia. Su heroísmo no termina aquí, sino que, hasta el final del asedio, Agustina continúa sirviendo en la defensa, en aquella y en otras baterías, y por aquel ejemplar comportamiento Palafox vuelve a concederle nuevos honores: dos escudos de honor con el lema Defensora de Zaragoza y Recompensa del valor y patriotismo.
Los combates continuaron y Agustina decidió continuar su lucha como miembro del cuerpo de Artillería. En mayo de 1857, La Artillera fallecía a los 71 años en Ceuta. En 1870 se decidió trasladar su cuerpo a la ciudad que la convirtió en una auténtica heroína y, con grandes honores, sus restos fueron depositado en la basílica del Pilar. Pero todavía le quedaría un último viaje: en 1908, se levantaba en la iglesia de Santa María del Portillo un mausoleo en recuerdo de los caídos en ese mismo lugar 200 años atrás.