La llegada del 'Semiramis' a España o el regreso de los españoles presos en los gulags de Stalin
En 1946 había ya más de 240 campos de trabajo para prisioneros de diferentes nacionalidades que albergaban a varios millones de hombres y mujeres
El 5 de marzo de 1953 fallecía Iósif Stalin. Fue, sin lugar a dudas, el incuestionable vencedor de la Segunda Guerra Mundial. Una victoria que sumiría a la mitad de Europa, y a una gran parte de la humanidad, bajo un régimen de terror que constaría la vida a más 100 millones de personas y que se prolongaría hasta la caída del Muro de Berlín en 1989 en Rusia y en el este de Europa. Un terror que aún persiste en muchas naciones en la actualidad (Corea del Norte, China, Venezuela, Cuba...).
La victoria soviética provocó que una enorme cantidad de soldados que habían combatido bajo las banderas del Eje, tras su rendición, fueran esclavizados, forzados a realizar trabajos inhumanos en los gulag soviéticos durante más de una décadas. Stalin y el Politburó soviético, desde que el Ejército Rojo entró en Berlín, habían decidido que los vencidos debían pagar con su sangre los enormes sufrimientos que habían infligido a al pueblo rusos: «Los prisioneros de guerra eran considerados por la URSS no sólo como una fuente de trabajo, sino también como un recurso destinado a ser utilizado en la economía del país no sólo durante la guerra, sino, lo que es más importante, en la posguerra», escribe el historiador Vladímir Vsevolodov.
Más de cuatro millones de alemanes fueron obligados a trabajar en la URSS después de la Segunda Guerra Mundial para reconstruir las ciudades soviéticas destruidas, sus infraestructuras y levantar su industria. Una gran parte de estos prisioneros eran soldados aunque cerca de un tercio eran alemanes étnicos capturados fuera de Alemania. La mayor parte de ellos no lograron volver a sus casa. La misma suerte corrieron sus aliados, entre ellos los españoles que combatieron en la División Azul.
La Dirección Principal de Prisioneros de Guerra e Internos se organizó en la URSS incluso antes de que comenzara la guerra. En 1941, había ocho campos de trabajo para prisioneros de guerra en la URSS. En 1946 había ya más de 240 campos de trabajo para prisioneros de diferentes nacionalidades que albergaban a varios millones de hombres y mujeres.
La vida en los gulag era muy dura. Al trabajo extenuante y al frío se unía el mal trato de los carceleros y la falta continuada de alimentos, ropa y medicamentos: «Hasta que llegamos al campamento, la ración diaria era de un litro de sopa líquida y trescientos gramos de pan duro. Aquellos días en los que se nos ordenaba cortar leña para la cocina de campaña rusa, nos daban un poco de té caliente para cenar. Nosotros, una docena de prisioneros, estábamos encerrados bajo llave en un corral de cabras, supervisados por una joven teniente del Ejército Rojo», recuerda el soldado alemán Helmut Bon.
Los campos de Stalin no eran campos de prisioneros sino el escenario de un genocidio
Las tasas de mortalidad eran altas en los gulag. Según las estadísticas soviéticas, entre 1945 y 1956, murieron en los campos de prisioneros más de 580.000 personas, de las cuales más de 356.000 eran alemanas, aunque los datos soviéticos no son nada fiables. En 1947, el 70 % de los prisioneros de este campo ya estaban enfermos.
La repatriación de los prisioneros de guerra alemanes desde la URSS terminó oficialmente el 5 de mayo de 1950. TASS declaró que 1.939.063 prisioneros de guerra alemanes habían sido repatriados desde 1945. Pero, en realidad, quedaban todavía muchos en los gulag. La mayoría de los pocos supervivientes de los campos de trabajo forzado en la Unión Soviética fueron liberados después de 1953, a la muerte de Stalin.
La Cruz Roja alemana ha tratado de rastrear la suerte de estos cautivos, el destino final de 1.300.000 prisioneros de guerra alemanes en manos de los vencedores aún se desconoce; siguen oficialmente como desaparecidos. Los campos de Stalin no eran campos de prisioneros sino el escenario de un genocidio.
489 prisioneros españoles
Durante la Segunda Guerra Mundial 45.242 soldados españoles combatieron bajo las banderas del III Reich el comunismo soviético. Sufrieron 3.369 muertos, 752 desaparecidos, 9.522 heridos, 1.512 congelados y 8.398 enfermos, sumando un total de 23.552 hombres, casi el 50% de los integrantes de la División Azul. Su sacrificio sirvió para evitar la entrada de España en la Segunda Guerra Mundial y la invasión de la Península por las divisiones de Hitler.
489 de ellos cayeron prisioneros de los soviéticos. Su paso por el gulag fue especialmente duro pues Stalin nunca le dio cuartel mientras estuvo vivo. 67 murieron en cautiverio. Los que lograron sobrevivir a los campos de concentración rusos regresaron a España el 2 de abril de 1954 abordo del buque Semiramis, barco griego bajo pabellón de Liberia (alguno de los repatriados, al vislumbrar esa bandera a través de los barrotes del vagón de ganado que les conducía al puerto, pensaron que era la bandera estadounidense, de la que solo difiere en el número de estrellas), fletado por la Cruz Roja francesa.
Embarcaron en Odessa rumbo a España, al puerto de Barcelona, 286 españoles: 229 veteranos de la División Azul, 19 desertores del Ejército Rojo, cuatro niños de la guerra, 19 marinos mercantes republicanos y 15 alumnos de la aviación republicana a los que cogió en Rusia el final de la Guerra Civil Española en la escuela de vuelo de Kirovabad (actualmente en la República de Azerbaiyán) y que por diferentes circunstancias acabaron también en el gulag a partir de 1941.
El buque atracó a las 5:35 horas de la tarde en el puerto de Barcelona. Les esperaban el ministro de Secretario Genera del Movimiento, Raimundo Fernández Cuesta, el Ministro del Ejército general Agustín Muñoz Grandes, primer jefe de la División Azul, y el exdivisionario y camisa vieja Agustín Aznar. En la basílica de La Merced se celebró una ceremonia de acción de gracias oficiada por el arzobispo-obispo de Barcelona, Mons. Gregorio Modrego y Casaús.
Entre los que pudieron regresar a España se siguen recordando los nombres de oficiales como el capitán Palacios, el teniente Rosaleny y el sargento Salamanca o el guripa Montaña. Sobre el campo de batalla de Krasny Bor le impuso el capitán Palacios una Medalla Militar Individual. Hecho preso por los soviéticos fue a un gulag hasta su regreso en el Semiramis. El 18 de junio de 1998 el Rey Juan Carlos I le impuso la condecoración ganada en los campos de batalla rusos con 55 años de retraso.
Las desventuras de estos españoles han quedado recogidas en el libro Embajador en el Infierno que narra las memorias del capitán Palacios a través de la pluma de Torcuato Luca de Tena. El libro fue llevado al cine bajo el título Embajadores en el Infierno (1956) dirigida por José María Forqué.