Picotazos de historia
El origen siniestro de los gulags, los campos de trabajo soviéticos
La función inicial del campo era la de alojar a los opositores políticos en un lugar distante de la capital y de difícil acceso, mientras se decidía su destino
En el Golfo de Onega sito en el mar Blanco, cerca del círculo polar, se encuentra el archipiélago de las Solovetski. Este lugar desde hace siglos ha sido, por su alejamiento y crudeza climática, el centro de una ferviente actividad monástica conformando un conjunto cultural declarado Patrimonio de la Humanidad en 1992. En el año 1923 por decreto de Lenin el conjunto de los edificios de los monasterios de Solovetski fue declarado «Campo Solovki para propósitos especiales».
La función inicial del campo era la de alojar a los opositores políticos en un lugar distante de la capital y de difícil acceso, mientras se decidía su destino. El mismo año de la creación del campo fue condenado por actividades relacionadas con el contrabando un individuo de pequeña estatura, raza judía y origen controvertido. Este individuo se llamaba Naftaly Frenkel.
Frenkel, entre otras cosas, era un organizador nato. Al poco de su llegada confirmó que si quería sobrevivir debía de hacerse necesario e integrarse en la estructura del campo. Se cuenta que elevó un escrito a la dirección general de prisiones explicando que el campo carecía de organización y propósito y que estaba dirigido por individuos sin dirección ni capacidad. Nadie sabe a ciencia cierta qué sucedió o cómo pero el hecho es que en 1926 Naftaly Frenkel estaba a cargo del campo de Solovetski ¡siendo prisionero! Liberado de su condena al año siguiente, Frenkel marcó los objetivos y pautas del campo de concentración, que serían seguidos en el resto de los campos en territorio soviético.
Frankel fue el padre de los tristemente conocidos como GULAG. Oficialmente creados por decreto del 25 de abril de 1930 como «Dirección General de Campos y Colonias de Trabajo Correctivo» (Gulag es el acrónimo en ruso), los gulags estaban gestionados por la OGPU (policía política) dependiente de la NKVD (Comisariado del Pueblo para Asuntos Internos).
Frenkel en su carta señalaba los fallos de organización del embrionario campo de concentración de Solovetski. Hizo hincapié en la falta de propósito del campo, el desperdicio material y humano y presentó alternativas. Una de ellas fue la llamada «escala de alimentación», sistema por el cual «ocasionalmente» los prisioneros eran recompensados con comida.
Los prisioneros eran divididos en tres grupos: los aptos para trabajos pesados, solo aptos para trabajos livianos e inútiles. En función del trabajo desarrollado recibían las raciones de alimentos. Este sistema estaba concebido para eliminar a los individuos más débiles y controlar a los más fuertes por medio de la comida.
Este sistema estaba concebido para eliminar a los individuos más débiles y controlar a los más fuertes por medio de la comida
El siguiente paso de Frenkel fue el hacer de los campos de prisioneros centros de actividad rentables. Vamos, una fuente de ingresos. Para ello contaba con una gran mano de obra esclava capaz de llevar a cabo cualquier obra o trabajo que se le encomendase, pues las perdidas humanas eran fácilmente reemplazables. En poco tiempo surgieron más campos siguiendo el modelo señalado por Frenkel y dedicados a la construcción de: carreteras, canales, aeropuertos, vías férreas, minería, etc. Se utilizaron como medio de colonización y extracción de recursos en zonas inhóspitas. El precio humano pagado por estas actividades no era considerado por los gerifaltes del partido pero, para mantener en funcionamiento esta rentable estructura, hacía falta un suministro continuo de mano de obra esclava.
Entre enero de 1935 y junio de 1941 en la Unión Soviética se produjeron algo menos de veinte millones de arrestos que dieron lugar a siete millones de ejecuciones. Stalin creó un mundo de pesadilla donde la delación y la traición era un temor constante, incluso en el seno de la propia familia.
Los delitos, por nimios y absurdos que fueran, eran susceptibles de largas condenas y las ejecuciones quedaban a discreción de los tribunales populares. Un chiste contado a la persona equivocada podía llevar a ser condenado como «agitador antisoviético» (la más leve de las acusaciones) y acabar con una pena de diez años de trabajos forzados en un gulag. Eso si se conseguía sobrevivir.
En definitiva: la URSS, cual moderno Moloch Baal, necesitaba un flujo continuo de víctimas –los últimos informes e investigaciones sitúan la horquilla entre el 13 y el 15 %– como mano de obra esclava para sustentar una economía que acabaría colapsando debido a la Guerra Fría. Este es el modelo de trabajo que ponen como ejemplo ciertos individuos y del cual no oirán critica alguna a los llamados «sindicatos mayoritarios» que tenemos la suerte de disfrutar.