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A bordo del buque Semiramis 248 combatientes de la División Azul

A bordo del buque Semiramis 248 combatientes de la División AzulEditorial Actas

El gulag: 70 años del cautiverio comunista vivido por españoles

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Este mes se cumplen 70 años de uno de los hechos más intensos, inolvidables y emocionales en la España de Franco: la llegada del barco Semíramis un 2 de abril de 1954. Todavía hoy sobrecogen las blanquinegras imágenes que transmiten los gritos desaforados de los cautivos en la cubierta de aquel buque desvencijado con nombre de reina asiria.

Casi más emociona el delirio de la muchedumbre que, enfervorizada, aguardaba en el puerto de Barcelona el retorno de los héroes que habían sacrificado su vida y juventud luchando contra el comunismo y que habían vivido la más amarga de las experiencias del «terror rojo» en el infernal cautiverio soviético.

Y es que existe abundante bibliografía y visibilidad mediática de los duros episodios vividos por los españoles en los campos de concentración nazis. Pero esto ha hecho olvidar que existieron otros totalitarismos padecidos también por compatriotas. Es el caso de los miembros de la División Azul, republicanos y «niños de la guerra» que estuvieron bajo el férreo yugo del carcelario sistema comunista.

Hoy, la División Azul se ha convertido en uno de los temas históricos más punteros del momento con una interesante producción editorial que ha abarcado diferentes ámbitos de actuación. Uno de ellos es la llamada «literatura divisionaria del cautiverio», que comprende las memorias de prisioneros que relataron su dura experiencia en los campos de trabajo. También destaca el gran ensayo Cautivos en Rusia, de Francisco Torres, rigurosa obra de investigación, que es la referencia histórica de este capítulo divisionario.

La Segunda Guerra Mundial había terminado en 1945 y los prisioneros de guerra de las potencias beligerantes habían sido liberados. Sin embargo, el contingente español, pese a que España no había participado en la contienda, por empeño personal de Stalin, permanecieron allí diez años más que los cautivos de las demás nacionalidades, incluidos los alemanes. Así Stalin se vengaba por la humillación personal sufrida en la Guerra Civil Española, en la que había sido derrotado pese haber gastado recursos y puesto muchas esperanzas.

Stalin se vengaba por la humillación personal sufrida en la Guerra Civil Española, en la que había sido derrotado pese haber gastado recursos y puesto muchas esperanzas

La muerte de Stalin, un año antes, había permitido llevar a buen puerto la mediación. Las gestiones para su repatriación se habían llevado en el máximo secreto.

La nave traía a bordo a los prisioneros de guerra, pero también antiguos niños de la guerra y un grupo de republicanos. En Rusia habían dejado el hacinamiento en barracones insalubres, epidemias e infecciones, trabajos forzados, el hambre apenas aliviado por una dieta miserable. También abandonado alguna novia de guerra y a los camaradas muertos. Pero lo más doloroso fue el haberse sentido olvidados y saberse prisioneros sin límite de condena.

La lista de los repatriados del Semíramis, facilitada por el Ministerio del Ejército, cambiaba la vida de casi tres centenas de familias españolas. Pero incluso, sin aparecer sus nombres, la esperanza seguía latiendo en todos aquellos cuyos familiares habían desaparecido en combate, dados por muertos o fallecidos a causa de las enfermedades, el frío, el hambre y las penurias del cautiverio.

La División Azul

Pese a constituir sólo una mínima parte de los ejércitos desplegados en el terrible frente ruso, la División Azul había tenido un comportamiento muy destacado. Fue porcentualmente la más condecorada y el destacamento con más universitarios del frente. Hitler llegó a considerar a la División como una de las unidades mejores de la Wehrmacht, hecho muy significativo, porque muchos expertos bélicos califican al ejército alemán de la II Guerra Mundial como el mejor de la historia.

Su primer general, el carismático Muñoz Grandes, había sido distinguido con la Cruz de Hierro con hojas de roble, máxima condecoración, sólo concedida a otro general no alemán. El general estaría a pie de puerto del Barcelona recibiendo a los hombres del Semíramis, en el que sólo llegaban ocho oficiales, tres capitanes: Asensi, Palacios y Oroquieta.

El concepto de la superioridad aria-alemana y del orden en las tropas germanas, habían sido serios obstáculos para su interacción con los españoles. Estaban desconcertados por su carácter individualista y su tendencia a improvisar, A ello habría que sumar sus relaciones con las muchachas judías o la empatía con la población civil. Pero una vez en el frente, la División Azul deslumbraría a los alemanes por su valor, al afrontar el combate creciéndose en las situaciones más difíciles y resistiendo como leones en el invierno más frío de cuantos se habían vivido en el siglo en el frente más letal de la Segunda Guerra Mundial.

Más de 40.000 hombres sirvieron, en sucesivos reemplazos, en el frente soviético. Prácticamente la totalidad se alistaron por un intenso compromiso ideológico falangista, un asunto pendiente entre españoles y soviéticos, ya que responsabilizaban al comunismo de la guerra civil española. La demoledora arenga de Serrano Suñer no había dejado resquicio al error: «Rusia es culpable» , lo que movió a un alistamiento masivo. Por tanto, no irían a Rusia a luchar a favor de Alemania, sino «contra el comunismo». También hay que citar a otros alistados que acudieron llevados por el afán de aventura, ser soldados de fortuna o disimular un pasado republicano.

Acabarían pagando un precio demasiado alto. Más de 5.000 muertos, 8.000 heridos y 7.800 víctimas de congelación y enfermedades Pero la suerte más dramática fue la que corrieron los que cayeron prisioneros.

Más de 500 soldados españoles, miembros de la División Azul, que combatían como voluntarios en una unidad integrada en la Wehrmacht, cayeron prisioneros en manos del Ejército Rojo, la mayoría de ellos en la famosa batalla de Krasny Bor. Al perder Alemania la guerra, se vieron confinados en los campos de prisioneros del Gulag y, por empeño personal de Stalin, permanecieron allí mucho más tiempo que los cautivos de las demás nacionalidades, incluidos los alemanes. Así se vengaba por la humillación personal sufrida en la guerra civil española, en la que había sido derrotado pese haber gastado recursos y puesto muchas esperanzas.

Muchos de los divisionarios no sobrevivieron al Gulag, y los que lo hicieron quedarían marcados de por vida

El término «gulag» es el acrónimo ruso de Dirección General de Campos de Trabajo, nombre con el que pasaron a la historia los campos de trabajo para presos políticos (enemigos de la patria) en la Unión Soviética de Iósif Stalin. Muchos de los divisionarios no sobrevivieron al Gulag, y los que lo hicieron quedarían marcados de por vida. La mayoría arrastraron graves secuelas físicas y psicológicas consecuencia de las condiciones infrahumanas (un sistema carcelario militarizado con durísimas condiciones de trabajo, bajísimas temperaturas, largas jornadas sin descansos, combinadas con una deficiente alimentación) que padecieron los 11 años de cautiverio.

Sin embargo, pese a su terrible reclusión, no perdieron la esperanza y el presidio se convirtió en un ignoto combate por la libertad y la dignidad. Tanto es así que uno de sus protagonistas, el famoso capitán Palacios, calificó esta experiencia como «la batalla de los 11 años». Una batalla que continuaron luchando, porque muchos de aquellos prisioneros ni se sentían derrotados, ni asumieron nunca que su guerra contra el totalitarismo comunista hubiera terminado.

Grandes novedades en la investigación

Torres en Cautivos en Rusia identifica un número de prisioneros superior en un centenar al reconocido hasta hoy. Traza una horquilla entre 523 y 585, con una treintena de asesinados al ser capturados, algunos con extremada crueldad. A ellos añade unos 60, la mayor parte trabajadores en Alemania, «republicanos», capturados en 1945 y liberados en 1948-1949. También aporta un número inferior al que suele barajarse de desertores.

Padecieron sufrimiento moral y físico y también la muerte ya que el tifus y el hambre acabarían con un 24-26 % de los prisioneros, uno de los más altos por nacionalidades).

El libro de Torres saca a la luz las investigaciones en torno al periplo de negociaciones llevadas en secreto para la liberación, y profundiza en las responsabilidades. Demuestra que no fue sólo Stalin quien como venganza personal a la derrota comunista en la Guerra de España niega su liberación, sino que señala también al PCE y a Dolores Ibárruri como principales responsables. Se habían opuesto no sólo a la liberación de los divisionarios, que podría justificarse por razones ideológicas. Lo más sorprendente es que impidieron la salida de los «republicanos» (pilotos, marineros o niños de la guerra).

En la historia de los prisioneros españoles en el gulag hay tramas dignas de novela, como los múltiples intentos de fuga, los posibles espías y romances con rusas y prisioneras. Existieron también en los campos «las novias de los españoles».

Su vuelta en el Semíramis traerá inolvidables reencuentros de los hijos con las madres, padres y hermanos que nunca perdieron la esperanza, junto a peticiones de perdón a las familias por los sufrimientos causados. Algunos se habían alistado y se fueron casi sin despedirse. También se dieron situaciones fuera de control como los que encontraron a sus esposas casadas con otro, habiéndolos dado por muertos. Dos generaciones después, hay una constante en las familias. A su vuelta corrieron un manto de silencio sobre lo vivido y apenas contaron nada más que cuando se reunían entre ellos.

La historia de estos españoles Cautivos en Rusia es una historia humana de heroísmo, generosidad, compañerismo, solidaridad, sacrificio y esperanza del retorno a la patria. Pero, sobre todo, deja de manifiesto la fortaleza moral de aquellos hombres que en las más difíciles condiciones tuvieron el valor firme de caer y saber levantarse por un ideal.

Valores que brotaron de la condición humana de aquellos españoles, que fueron auténticos Soldados de Hierro, no sólo en el frente sino en la más atroz y cruel adversidad comunista.

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