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La obra 'El milagro de Empel' de Augusto Ferrer-Dalmau

La obra 'El milagro de Empel' de Augusto Ferrer-Dalmau

Los soldados españoles del Tercio Viejo en Flandes que prefirieron la muerte a la deshonra

La Guerra de Flandes y el milagro de Empel protagonizan el podcast de esta semana

Entre los dominios de Centroeuropa de Felipe II estaba Flandes: diecisiete provincias históricas que corresponden hoy a los actuales territorios de Holanda, Bélgica, Luxemburgo y una pequeña zona del noreste francés.

Flandes pasó a los duques de Borgoña en el siglo XIV y llegó a la Casa de Habsburgo, los Austrias, por el enlace matrimonial de Felipe de Borgoña con Juana de Aragón conocida como 'la Loca'. Allí, en Flandes nacería en Gante, su primogénito Carlos en la actual Bélgica, cuyo primer título –con solo quince años– fue el de duque de Borgoña.

Flandes era leal al imperio, y sus soldados flamencos peleaban con honor en las batallas contra los franceses. Pero todo eso cambió con el estallido de la reforma luterana, cuya facción calvinista se extendió por los Países Bajos. En ese momento Alemania, que ya no pertenecía a la Corona española estaba sufriendo terribles guerras de religión.

Francia por su parte mantenía una guerra perpetua entre católicos y hugonotes por lo que en Flandes era prioritario detener su avance y sería el cardenal Granvela el responsable de mantener en paz lo que era para la Corona española un centro estratégico crucial para el control de Francia, Inglaterra y al territorio imperial.

Flandes era también una región próspera con influyentes élites nobiliarias que utilizarían el protestantismo como arma de poder. Y el detonante fueron los decretos del Concilio de Trento, cuya católica majestad Felipe II como no podía ser de otra manera, intentaría cumplir a rajatabla. Estos incluían una reducción de la libertad religiosa, pero sobre todo la sustitución de los tres poderosos obispados de Flandes por diecisiete diócesis más pequeñas. Diócesis más pobres y compartimentadas, lo que conllevaba un debilitamiento de sus privilegios.

Por otro lado, la burguesía y el pueblo llano estaban inmersos en una crisis económica. Suecia y Dinamarca estaban en guerra lo que había cerrado los intercambios, los precios habían subido y las mercancías escaseaban. Una crisis que fue utilizada hábilmente por los díscolos calvinistas.

Pero no solo por ellos, también por Inglaterra, anticatólica furibunda y deseosa de aminorar a cualquier precio el poder español en cualquier zona del planeta que rauda y veloz decidió apoyarlos y Francia archienemiga de la monarquía hispánica, también amparó las demandas calvinistas. Flandes se convirtió en una bomba de relojería. Pese a lo que cuenta la leyenda negra de Felipe II en ningún caso fue intolerante, sino que apostó en un primer momento por una actitud conciliadora.

La Guerra de Flandes, el Vietnam de la España imperial

El gobierno de Flandes estaba en manos de su hermanastra Margarita de Parma, hija natural de Carlos V. Ella y Granvela quisieron negociar con los estados generales que eran el órgano de representación de la nobleza y la burguesía flamenca. En 1566 presentaron ante Margarita una reclamación formal de libertad religiosa, el llamado «Compromiso de Breda». Ardua tarea. Y aunque Felipe destituyó a Granvela por ineficaz, no pudo ceder a las pretensiones religiosas.

El 15 de agosto de 1566, festividad de la Asunción, se producía la «rebelión de los iconoclastas». Los calvinistas desencadenaron violentos ataques y cruentos asaltos a las iglesias católicas y se lanzaron a la destrucción de cualquier imagen que considerasen herética. Hordas de desheredados y maleantes se incorporaron a este furor transmutado en bandidaje.

El protestantismo se había convertido en el arma política y en el pretexto del enfrentamiento contra Felipe II. Orange

Y detrás de la agitación estaba la rebelión antiespañola de nobles holandeses a cuya cabeza estaba Guillermo de Orange. El protestantismo se había convertido en el arma política y en el pretexto del enfrentamiento contra Felipe II. Orange. Antiguo compañero de juegos del monarca, ambicionaba sin ambages hacerse rey de los Países Bajos.

Pese a que se ha repetido de forma continua, en absoluto estas revueltas tenían carácter independentista ni enfrentarían a holandeses y españoles, sino que fue una guerra civil entre holandeses partidarios de la independencia, y otra facción católica compuesta por un número mayoritario de holandeses.

En 1566, Felipe II respondía enviando tropas de ayuda a los católicos al mando del duque de Alba, que llegará con los Tercios españoles atravesando el extraordinario Camino Español desde Milán hasta Bruselas.

Sería el principio de una guerra que iba a durar ochenta años. Y la conversión de un territorio en proyectil contra la Corona española por sus enemigos: Inglaterra, los protestantes alemanes, Francia... Luis de Requeséns, don Juan de Austria, Alejandro Farnesio o Ambrosio Spínola serán gloriosos militares que pelearon con bravura y honor en esas tierras norteñas. El famoso dicho de los Tercios confirmaba la dureza de la contienda los soldados: «España, mi natura. Italia, mi ventura. Flandes, mi sepultura». Algunos investigadores han llegado a llamar a la Guerra de Flandes el Vietnam de la España imperial.

En este conflicto se enmarca la batalla de Empel, a la que Ferrer-Dalmau dará vida en uno de sus lienzos más conocidos: El Milagro de Empel. El cuadro religioso más difundido del siglo XXI.

El milagro de Empel

En 1585 España libraba en Flandes durísimos y gélidos combates. En la isla de Bommel, entre los ríos Mosa y Waal, los soldados del Tercio Viejo habían quedado sitiados, en clara inferioridad, por las tropas del almirante Holak. Este decide abrir el dique del río Mosa para aislar a los españoles y dejarlos sin escapatoria con la intención de forzar una rendición, que les ofrece en términos honrosos.

La propuesta de Holak obtuvo una única respuesta por parte de Bobadilla, el maestre de campo español, una frase que se haría célebre y se repetiría siglos después en el Sitio de Zaragoza en la Guerra de la Independencia: «Los infantes españoles prefieren la muerte a la deshonra. Hablaremos de capitulación después de muertos».

Esta negativa exasperó a Holak, que ordenó abrir un segundo dique e inundar aún más la zona. Los españoles perdieron víveres y mantas en su rápida retirada a la colina de Empel, una pequeña elevación que aun permanecía sobre el mar, mientras eran martilleados por artillería enemiga.

Sin esperanza, y ante la imposibilidad de recibir refuerzos, el tercio se preparaba estoicamente para su masacre. Mientras cavaba una trinchera de refugio, un soldado se topó con una imagen flamenca de la Inmaculada Concepción –probablemente ocultada por algún católico durante la reforma protestante, como sucedió en España durante la Reconquista y en la Guerra Civil– y se interpretó el hallazgo como una señal divina. Se erigió un altar improvisado y los soldados se encomendaron a ella para pasar sus últimos momentos. Con el magnético poder que el honor y el orgullo otorgaba a los mandos de los Tercios , Bobadilla arengó:

–«¡Soldados! El hambre y el frío nos llevan a la derrota, pero la Virgen Inmaculada viene a salvarnos. ¿Queréis que se quemen las banderas, que se inutilice la artillería y que abordemos esta noche las galeras enemigas?»

–«¡Sí, queremos!»

Era el 7 de diciembre. Los holandeses habían organizado el combate final para el día 8, pero amaneció un día de frío inusual acompañado de un viento huracanado. Los cronistas de la época afirman que la profundidad del hielo equivalía a la longitud de dos picas. Unos recientes análisis científicos han estipulado que, para que ello sucediera, la temperatura habría debido alcanzar los veinte grados bajo cero, pero lo cierto es que las temperaturas de la zona no suelen bajar de los tres bajo cero, de ahí que se hablara de un hecho milagroso. Lo fuera o no, la realidad es que se heló el cauce del Mosa, haciendo posible la salida de los españoles. Estos avanzaron hacia la flota enemiga que, encalladas sus naves en el hielo, no esperaba un ataque. Los combates fueron fieros y sangrientos y los Tercios se apoderaron de numerosas armas, prisioneros y de todos los barcos no destruidos.

Esa misma madrugada el Tercio se recompuso y cargó hacia el fuerte, donde se encontraba la artillería que tanto les había hostigado durante el asedio. Arcabuceros y piqueros provocaron la desbandada holandesa y el fuerte cayó en manos españolas. El almirante Holak dejó de este intenso enfrentamiento dos frases para la historia: «Tal parece que Dios es español al obrar, para mí, tan grande milagro». Así como: «Los cinco mil españoles parecían ser a la vez cinco mil infantes, cinco mil caballos ligeros, cinco mil gastadores y cinco mil diablos».

Aquel mismo día, la Inmaculada Concepción era proclamada patrona de los Tercios de Flandes e Italia, patronazgo que hoy perdura en la infantería española. El dogma de la Concepción Inmaculada de María no tenía el respaldo de la Iglesia de Roma y pasarían nada menos que tres siglos hasta que lo reconociera como tal, pero desde entonces sería defendido con fervor en todos y cada uno de los territorios de la Corona española.

*Escucha el podcast completo en el reproductor superior.

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