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El Camino español por Augusto Ferrer-Dalmau

El Camino español por Augusto Ferrer-Dalmau

Este fue el inicio de los caminos españoles a Flandes, la ruta militar europea más importante del siglo XVI

La diferencia entre el uso del camino marítimo y el terrestre, por tanto, no tuvo que ver con el posible ataque a las armadas de la Monarquía Hispánica por parte de las naves enemigas, sino con el territorio del que se querían sacar tropas para enviar a Flandes

En 1567, cuando a Felipe II no le quedó más remedio que enviar a los Países Bajos un ejército al mando del III Duque de Alba para acabar tanto con los disturbios religiosos protagonizados por las turbas iconoclastas, como con la cínica actitud de la nobleza flamenca y valona –que facilitaban y financiaban dichas algaradas–, se encontró ante el dilema de cómo lograr que las tropas llegaran donde eran necesarias.

Enviar tropas a Flandes

Por ello, se decidió que los soldados elegidos para la misión serían parte de los efectivos que formaban los cuatro Tercios permanentes en la península Itálica: Milán, Nápoles, Sicilia y Cerdeña, las tropas más veteranas y fogueadas de la Monarquía. Esto supuso que antes se realizase una recluta de bisoños en la península Ibérica, los cuales fueron transportados desde Barcelona hasta Génova en galeras –siendo acompañados por el propio Alba– para, una vez allí, ser distribuidos entre las cuatro unidades citadas, al tiempo que de ellas salían alrededor de la mitad de sus hombres para constituir un veterano ejército expedicionario de 10.000 infantes españoles y unos 2.000 jinetes, que partió el 20 de junio de 1567 de Milán en dirección Bruselas, un recorrido de unos 1.000km de distancia que se cubrió en 56 días.

¿El camino marítimo o el terrestre?

Así comenzó a emplearse el camino terrestre que se ha denominado «español» o «de los españoles». Anteriormente se había enviado a las tropas españolas a los Países Bajos por mar, como ya había ocurrido durante las guerras del Emperador Carlos V –por ejemplo, durante los años 40 del siglo XVI–, o en los primeros años del reinado de Felipe IIdurante la campaña de San Quintín no solo llegaron españoles en barco a Flandes, también lo hicieron tropas inglesas, ya que el Monarca era Rey consorte de Inglaterra por su casamiento con María Tudor–. Los soldados españoles no eran en absoluto desconocidos en los campos de batalla del Septentrión, y hay que tener en cuenta que los últimos militares originarios de la península Ibérica que habían abandonado Flandes antes de la llegada de Alba lo habían hecho cinco años antes, en 1562, tras aceptar el Monarca las quejas de flamencos y valones por lo oneroso que era para ellos mantener y pagar a las tropas peninsulares.

La diferencia entre el uso del camino marítimo y el terrestre, por tanto, no tuvo que ver con el posible ataque a las armadas de la Monarquía Hispánica por parte de las naves enemigas, sino con el territorio del que se querían sacar tropas para enviar a Flandes. Desde 1558 hasta la última década del siglo XVI, la Italia de los Austrias estuvo en paz, no hubo apenas acciones militares en las que las tropas españolas allí destinadas tuvieran que actuar, con excepción de las patrullas estacionales que los Tercios de Nápoles y Sicilia hacían en las armadas de galeras por el Mediterráneo en busca de corsarios berberiscos, lo que significaba un excelente entrenamiento para los soldados, duchos tanto en tierra como en mar. La ausencia de actividad marcial hizo posible que esas tropas ya entrenadas pudieran ser enviadas al norte.

La ausencia de actividad marcial hizo posible que esas tropas ya entrenadas pudieran ser enviadas al norte

A comienzos del siglo XVII, las dificultades para mantener abierto el camino terrestre tras los enfrentamientos de la Monarquía con Carlos Manuel de Saboya –por cuyo territorios discurría– se dieron poco antes de que toda Europa, de una manera u otra, se sumiera en una vorágine bélica tan brutal como fue la Guerra de los Treinta Años (1618-1648). La ruta, tras las obstrucciones saboyanas, se dirigió hacia los territorios católicos de Alemania, siendo clave la población de Breisach. Cuando esta cayó en manos enemigas en 1638, el camino terrestre fue finalmente abandonado, pero las tropas españolas siguieron llegando a Flandes, aunque otra vez por mar.

A comienzos de 1605, ya se había ordenado reforzar al Ejército de Flandes desde Lisboa con un Tercio de la Armada del Mar Océano –al mando del Maestre de Campo Pedro Sarmiento–, aunque la unidad llegó disminuida tras haber combatido bravamente en la batalla naval de Dover. Aunque este camino no sólo se usó en dirección norte. En 1638, los Tercios irlandeses de Tyrone y Tyrconnell, al servicio de Felipe IV, navegaron desde los Países Bajos católicos a La Coruña para formar parte del ejército que se formó con la misión de romper el cerco francés a Fuenterrabía. En su trayecto, Lope de Hoces –Almirante a cargo de la flota– abordó y rindió barcos holandeses y franceses que, en total, transportaban más toneladas que sus propias embarcaciones.

Al año siguiente, se logró reforzar al Ejército de Flandes gracias a la llegada de la Armada del Mar Océano mandada por Oquendo, quien logró desembarcar a las numerosas tropas que había transportado desde la península Ibérica antes de ser vencido por su homónima enemiga. A pesar de la derrota, gracias a la Armada de Flandes y sus rápidas fragatas, a los numerosos corsarios de Dunquerque y –tras caer dicha población en manos francesas– de Ostende, y a embarcaciones privadas inglesas y holandesas (una vez que acabó la Guerra de Flandes en 1648), Flandes siguió recibiendo soldados desde la Península. Según el historiador Antonio J. Rodríguez Hernández, entre 1648 y 1692, unos 18.500 reclutas exclusivamente gallegos desembarcaron en el Septentrión para mantener izada la bandera de San Andrés en los territorios obedientes a los Austrias madrileños. Y no fueron los únicos.

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