Picotazos de historia
El Nido del Águila, el majestuoso refugio de la montaña que los nazis regalaron a Hitler
Martín Bormann, entonces Jefe de Gabinete de Adolf Hitler, encargó la construcción de un complejo para uso exclusivo de las máximas jerarquías del partido nazi. Hoy es una atracción turística
El 20 de abril de 1939 Adolf Hitler recibió un extraordinario regalo –aunque Martín Bormann lo concibió como un regalo del Partido Nacional Socialista al final lo encajó como un regalo al führer– por su cincuenta cumpleaños de parte de la nación.
El Kehlstein es un subpico de 1.834 metros de altitud del macizo de Goll, en los Alpes de Berchtesgaden. En este lugar de sobrecogedora belleza Martín Bormann, entonces Jefe de Gabinete de Adolf Hitler, encargó la construcción de un complejo para uso exclusivo de las máximas jerarquías del partido nazi. Allí tendrían lugar las reuniones políticas, de partido y gubernamentales.
Las obras fueron realizadas por unos dos mil operarios de la Organización Todt, dirigida por Fritz Todt quien fue el creador de la red de autopistas de Alemania y Plenipotenciario General para la regulación de la construcción industrial e Inspector General de carreteras del Reich. El primer desafío al que se enfrentaron fue la construcción de una carretera de cuatro metros de ancho y seis kilómetros y medio de largo, con cinco túneles y una curva muy cerrada que llegara hasta el área de aparcamiento de la casa, superando así un desnivel de más de ochocientos metros.
Desde el aparcamiento se accede a un túnel, iluminado por antorchas, de 124 metros de largo. Este túnel, de una altura de tres metros y completamente revestido de mármol, conduce a un lujosamente decorado ascensor forrado con placas de latón dorado y espejos. El hueco vertical por donde se desplaza el ascensor había sido excavado en el mismo corazón de la montaña y se elevaba 124 metros.
La sala de recepción del gran chalet está decorada con una chimenea de mármol rojo regalo de Benito Mussolini. El suelo esta cubierto por una rica alfombra, regalo del emperador Hiro Hito del Japón. Estos son los únicos elementos foráneos que nos encontraremos en las instalaciones de Berchtesgaden. Todo lo demás, absolutamente todo, ha de ser de origen estrictamente alemán. El edificio contará con un sistema de generadores propios lo que le permitirá tener avances como una cocina completamente electrificada. Algo muy raro entonces.
La casa será conocida como la D-Haus, abreviatura de casa de recepción diplomática. El 18 de octubre de 1938 fue invitado a Berchesgaden el embajador saliente de la república francesa, André François Poncet quien, extasiado ante las magnificas vistas del edificio, lo bautizó como «el Nido del Águila». El nombre tuvo éxito y así sería denominada en el futuro la Kehlsteinhaus. Pero este edificio, orgullo de la ingeniería alemana, edificado frente al Untersberg (macizo bajo el cual, según cuentan las leyendas, yace dormido el emperador Federico I Barbarroja –que daría nombre a la operación de invasión alemana de la Unión Soviética– esperando el día en que Alemania le necesite) es hoy una atracción turística.
Atracción turística
Una atracción que recibe más de medio millón de visitas al año y uno de los contadísimos lugares relacionados con Adolf Hitler que no ha sido metódicamente destruido para borrar su memoria. Berchtesgaden permanece como excepción. ¿Por qué? La explicación es simple e incluso algo ridícula: Hitler odiaba Berchtesgaden.
Están documentadas catorce visitas en total que Hitler hizo a la casa del Nido del Águila y en cada una de ellas se hace notar el desagrado e incomodidad del führer. Y es que el túnel de entrada hasta el ascensor les recuerdo que tenía tres metros de altura– producía una desagradable sensación de claustrofobia al dirigente alemán. El funcionamiento del mecanismo del ascensor era otro motivo de preocupación para Hitler, convencido como estaba que el sistema atraería los rayos. De hecho tenía razón ya que cayeron dos rayos sobre la vertical del agujero del ascensor que costaron la vida de cuatro operarios. Por supuesto, ni locos le contaron al führer semejante suceso y lo tuvieron en la inopia hasta el final. Y, para rematar, las maravillosas vistas que se contemplaban desde la casa dejaban a Hitler literalmente sin aliento... del vértigo que le daba.
En definitiva: cada visita a Berchesgaden era una angustia continua para el dirigente alemán, motivo por el cual se dosificaba los disgustos. Gracias a ello es la única de las residencias, cuartel general o edificio vincula con Adolf Hitler que no ha sido pulverizado.