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CalderoteAugusto Ferrer-Dalmau

Grandes gestas españolas

La victoria carlista hacia el trono de España: la batalla de Villar de los Navarros

Escuche y lea esta nueva gesta española de la historia

Un cálido día de agosto de 1837 llegaban a la comarca aragonesa de Daroca, dos insignes personalidades: el rey carlista Carlos V y su sobrino, el Infante Sebastián Gabriel. Iban escoltados por un contingente de tropas que superaba los seis mil soldados.

La presencia de ambos se sitúa en el contexto de la Primera Guerra Carlista y sería la antesala la Batalla del Villar de los Navarros, una victoria decisiva cuyas repercusiones estuvieron a punto de cambiar los destinos de la Historia de España.

La Expedición Real

Hacía tres meses que el monarca carlista había abandonado su cuartel en Estella (Navarra) iniciando una larga marcha que le conduciría a Madrid. Allí se haría con el trono que legítimamente le correspondía. Por ello, hoy se conoce como La Expedición Real.

La ley sucesoria de la dinastía reinante en España era la Ley Sálica. Estipulaba que si el rey no tenía descendencia masculina era el varón más próximo quien heredaba el trono. Por ello, a la muerte de Fernando VII carente de hijos varones, debía ser su hermano Carlos el heredero legítimo. Pero una disposición tardía, anulada, repactada incluso inválida porque incumplía los trámites legales pertinentes llamada La Pragmática Sanción había posicionado como heredera a su sobrina Isabel. Un hecho que sería el detonante de tres sangrientas guerras civiles, e incluso para algunos investigadores, podría hablarse hasta de cuatro ya que el contingente carlista participaría en la guerra civil del siglo XX, casi como una guerra carlista más por las razones religiosas que le llevaron a las tres anteriores.

Una guerra ideológica

Isabel fue proclamada en septiembre de 1833, pero en ningún caso fue la defensa dinástica, ni su personalidad los que arrastraron a más de media España a su bando, pues apenas tenía siete años. Fue una guerra ideológica en la que los liberales, muchos de ellos en el exilio en la época de Fernando VII, utilizaron a la niña como bandera para oponerse a los conceptos defendidos por Carlos y los suyos: la tradición española, la defensa del catolicismo, y el ordenamiento jurídico secular que permitía fueros propios.

Las zonas de influencia

Las rebeliones carlistas se afianzaron en Provincias Vascongadas, Navarra, y regiones de Aragón y Cataluña. Los carlistas o tradicionalistas fueron capaces de levantar un ejército rural a través de reclutas de paisanos y muchos campesinos voluntarios sin apenas experiencia. La causa liberal constituía además un ataque al poder institucional y económico de la iglesia que se materializaría en las desamortizaciones, un robo a mano armada a la institución eclesiástica que perjudicó ostensiblemente a las clases más desfavorecidas. Para ellos la única protección asistencial era la iglesia cuyos bienes eran «El patrimonio de los pobres». La España identitariamente católica se veía abocada a la desacralización de la nación.

Frente a ellos los isabelinos o liberales o cristinos, que abogaban por un liberalismo foráneo y anticlerical contaban con una aplastante superioridad de recursos: la práctica totalidad del Ejército oficial y los habitantes de las ciudades.

Aún así Carlos V tuvo en sus huestes a grandes caudillos como Zumalacárregui y Cabrera que alargaron la guerra y mantuvieron en jaque e un ejército muy superior empleando mayoritariamente la guerrilla como habían hecho los lusitanos o los patriotas que se levantaron contra el dominio napoleónico.

Bloqueo y expedición

Las Navidades de 1836 presentaban un panorama aciago para los carlistas. Las tropas del Ejército del Norte, al mando del general isabelino Espartero habían levantado el asedio de su principal bastión urbano Bilbao y Zumalacárregui había muerto, todo un torpedo en su línea de flotación.

Tras ello, los isabelinos se dispusieron a bloquear la frontera francesa para que los carlistas no pudieran recibir suministros, armamento y tropas de refuerzo de las potencias absolutistas europeas.

Sin liderazgo y anclados en el País Vasco y Navarra, la mala situación económica y las oscuras perspectivas impulsaron a los carlistas a pasar a la ofensiva. Organizarían la Expedición Real que llegaría a Madrid y situaría en el trono a Carlos V. Contaban con un as en la manga: la madre de la heredera, María Cristina, actual regente y temerosa de los liberales exaltados había ofrecido un pacto a Carlos V. Le daría la Corona a cambio del matrimonio de los hijos de ambos como recuerda Bullón de Mendoza. Cuando llegaran a Madrid Cristina se uniría a sus tropas.

Carlistas, vistos por Ferrer-Dalmau

Carlistas, vistos por Ferrer-Dalmau

La expedición contaba con 16 batallones de infantería y 12 escuadrones de caballería, al mando, estaba el infante Sebastián y el general González Moreno, sustituto de Zumalacárregui. La superioridad isabelina en caballería les impidió desplazarse en línea recta a Madrid por lo que tuvieron que atravesar Cataluña, algo que les permitió reforzar su ejército con los apoyos que fueron encontrando. Cruzaron el Ebro sin oposición y acabaron reuniéndose con el general Cabrera que había reagrupado sus tropas en el Bajo Aragón.

A principios de agosto, contaban ya con un ejército de más de 18.000 soldados. Y lo cierto es que aunque los isabelinos eran superiores en armamento y efectivos, su ejército no estaba en sus mejores momentos. Los continuos desplazamientos y la falta de víveres habían socavado su moral, frente ellos, la tropa carlista avanzaba imbuida de un henchido fervor religioso.

Villar de los Navarros (Zaragoza)

Villar de los Navarros (Zaragoza)Territorio Mudéjar

Los generales liberales Baldomero Espartero y Marcelino Oráa, fueron requeridos por el gobierno para frenar el plan del rey Carlos. Tres ejércitos harían frente a la Expedición entre Catalayud, Daroca y Cariñena y actuarían coordinadamente dejándolos sin escapatoria posible, como explica Luis Negro, experto en la contienda.

Oráa ordenó a su segundo, el brigadier Buerens, que se uniera a él para, conjuntamente, atacar al ejército carlista. Buerens arribó con sus tropas a Herrera de los Navarros (a apenas 8 kilómetros de Villar de los Navarros), y envió misivas para informar al general Oráa de su llegada, pero los mensajeros fueron capturados e impidieron la conexión de ambos ejércitos.

Los acontecimientos se precipitaron el 24 de agosto de 1837. Cabrera sabía que la división de Buerens, constaba de ocho batallones de infantería seis escuadrones de caballería y cuatro piezas de artillería. Pero aún siendo muy superior a sus tropas era la más débil de las que se le venían encima y envió a una compañía de caballería carlista para que se adelantase ante la vista de su división. Después, al galope, simularían un retroceso fingiendo que se batían en retirada. Era una táctica que ya se había visto en distintas contiendas en nuestra península: retroceder aparentemente para provocar a los enemigos y obligarles a un confiado ataque. Una trampa en la que sucumbieron primero una compañía de cazadores de la Guardia Real y después el regimiento provincial de Ávila que acudió en su socorro y que fueron víctimas potentes cargas de fusilería que desde un otero eran descargadas por las tropas carlistas.

Guerra carlista, vista por Ferrer-Dalmau

Guerra carlista, vista por Ferrer-Dalmau

Aquella emboscada debilitó a los isabelinos que intentaron un contraataque avanzando hacia Cañada de la Cruz, donde una inesperada artillería carlista comenzó a abatirlos. Los isabelinos desconocían que sus enemigos poseían piezas artilleras y quedaron en shock. Era lógico, ya que era la primera batalla en que los legitimistas habían dispuesto de cañones, desde el inicio de la Expedición Real.

Además la caballería carlista armada con sus lanzas, el arma más sencilla, compuesta por un palo de madera y un trozo de metal pero que en sus eficaces manos se convertían en armas letales, protagonizaron la victoria final. Las tropas liberales fueron conducidas a un estrecho corredor por un guía torpe o lo que es más que posible: por un simpatizante de la causa carlista. Al final del paso, les esperaba el grueso del ejército carlista, cuyos escuadrones de caballería comandados por Joaquín Quílez, y el coronel Lucus alias «Manolín» provocaron la rendición del ejército isabelino, aunque a ambos les costaría la vida.

La caballería carlista vista por Ferrer-Dalmau

La caballería carlista vista por Ferrer-Dalmau

La victoria aparte de ser una gran victoria moral, llevó aparejada la incautación de armas, piezas de artillería, víveres y casi mil voluntarios que se incorporaron a sus tropas. Ferrer Dalmau recoge la sensación épica de victoria en su cuadro «Calderote». Lleva ese título porque ese día, utilizaron las corazas capturadas a los coraceros isabelinos para cocinar el calderote.

Las tropas enfrentadas habían sumado 14.000 soldados, 6.000 combatientes carlistas frente a los 8.000 de Buerens. Hubo 1.500 bajas entre muertos y heridos.

La derrota había sido una debacle para los liberales. Más de mil muertos, 200 heridos y dos mil prisioneros. Y pudo haber sido peor, Buerens al verse derrotado ordenó inteligentemente una retirada en cuadros, lo que facilitó la escapada e impidió una desbandada que hubiera sido una masacre.

Mapa de la Expedición Real

Mapa de la Expedición RealMuseo Zumalakarregi

Gruneisen y la corresponsalía de guerra

La batalla había durado más de ocho horas, y desde un altozano el rey Carlos había permanecido contemplándola con un grupo de distinguidos leales. Entre ellos estaba un personaje singular, Gruneisen, que convirtió esta batalla de Villar de los Navarros en un hito del periodismo mundial.

Otro más de los miles de deméritos que se hacen a los españoles es el atribuir el carácter pionero del periodismo de guerra a la Guerra de Crimea y considerar al británico Howard Russell el primer corresponsal bélico. Craso error. Dos décadas antes precisamente en esta batalla el reportero inglés del londinense Morning Post, Charles Gruneisen, que se había unido a los expedicionarios carlistas envió las crónicas a su periódico. Aunque procuró ser objetivo, sus simpatías hacia Don Carlos eran más que evidentes. Tanto es así, que tiempo después sería capturado por los liberales y solo le libraría de la ejecución en el último momento la intercesión del Gobierno británico. Un documental del Instituto CEU de Estudios Históricos y la Fundación Ignacio Larramendi nos acerca a su vida.

Charles Lewis Gruneisen, un corresponsal de guerra británico en la primera guerra carlista. Libro de Alfonso Bullón de Mendoza

Charles Lewis Gruneisen, un corresponsal de guerra británico en la primera guerra carlista. Libro de Alfonso Bullón de Mendoza

1.200 prisioneros

La violencia en esta guerra fue exponencial y los isabelinos habían sido despiadados en otros enfrentamientos con los soldados carlistas. Por ello, los 1.200 capturados en la batalla fueron trasladaron en penosas condiciones, y para humillarlos, los dejaron medio desnudos… Desde allí comenzaron marchando a pie un periplo por distintas prisiones del Maestrazgo aragonés donde muchos fueron muriendo por agotamiento o ejecutados por ralentizar la marcha. Sin asistencia médica, otros tantos murieron de hambre y frío.

Pero no solo fue eso. El horror llegó a sus máximas consecuencias porque se dieron episodios de canibalismo. Un testigo contaba «Varios de nuestros agonizantes murieron, y por la mañana se veía en ellos la huella de horribles mordeduras. Durante la noche, nueve frenéticos fueron sorprendidos mordiendo cadáveres».

Cuando meses después se hizo un canje de prisioneros de ambos ejércitos, solo habían sobrevivido 200. Mil habían muerto a lo largo de los siete meses de cautiverio.

¿Qué pasó con la Expedición Real? El avance sobre Madrid

La importancia de aquella victoria del Villar de los Navarros había sido crucial para la causa de don Carlos. Gracias a ella, los carlistas tuvieron el camino expedito hasta Madrid.

El 12 de septiembre de 1837, tras avanzar 1.400 kilómetros, cuatro meses de marcha por Navarra, Aragón, Cataluña, Valencia y La Mancha, y haber combatido en cinco batallas a campo abierto, la Expedición Real llegado a las puertas de Madrid. Lo habían conseguido.

Mientras el rey aguardaba en Arganda del Rey, el infante Sebastián de Borbón y Ramón Cabrera, el Tigre del Maestrazgo, llegaban con varios escuadrones a la Puerta de Atocha. Madrid apenas tenía guarnición y Cabrera quería entrar. Sus tropas están exultantes. Tomada la capital, después de tantos esfuerzos y tantas vidas dejadas en los campos de batalla habían ganado la guerra. Solo faltaba la orden del rey.

Don Carlos esperaba que compareciera María Cristina que le había dado su palabra. Además, Espartero se acercaba a Madrid y tenían prisa en tomar una decisión. Y la decisión fue retirarse perdiendo toda esperanza.

Augusto Ferrer-Dalmau pintando el cuadro “No pudo ser”

Augusto Ferrer-Dalmau pintando el cuadro «No pudo ser»

¿Fue la traición de Maria Cristina la responsable de que no entraran en Madrid? ¿Fue la presión del ejército de Espartero que ya estaba a sus espaldas? ¿Fue como opina Ferrer-Dalmau porque la entrada en Madrid hubiera sido un baño de sangre en las calles que quiso evitar el futuro rey?

Después de ello vendrían más batallas, exilios y más guerras que nunca ganaron. Los carlistas con muy pocos medios y con más voluntarios que fusiles habían conseguido construir ejércitos casi de la nada y pusieron en serios apuros a los gobiernos liberales españoles. También perdieron lo que hoy se llaman «la batalla del relato» y en los libros de texto se explican estas guerras como un maniqueo conflicto entre retrógrados cavernarios y modernos liberales. Nunca explican que eran hombres leales a sus reyes legítimos, abanderados de la tradición, que fueron perseguidos o vivieron en un destierro permanente.

Y que fue una rebelión de quienes con honor y valor lucharon contra los recortes de su libertades religiosas y forales, contra el robo de las tierras de sus municipios y los ataques a su iglesia, el patrimonio de los pobres. Eran patriotas con un doble compromiso histórico de fidelidad a una legitimidad y de salvaguardia de la tradición española que resumían en su Dios, Patria, Fueros, Rey y en el color de sus boinas, el color del Sagrado Corazón.

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