80 años del desembarco de Normandía
Muñecos, mentiras y un catalán en Lisboa: así se preparó el desembarco en Normandía
Había que confundir a los alemanes. Si ellos creían que el desembarco sería en Calais, había que alimentar esa creencia mientras la operación se orientaba a otro lugar
Los alemanes lo sabían: los aliados preparaban un desembarco en Francia. Desde que Stalin empezó a pedir que los occidentales abriesen un segundo frente contra el Eje, la inteligencia alemana se esforzaba sin éxito en averiguar los planes aliados. Primero cayeron en la trampa de la Operación Mincemeat, que ocultó los planes para el desembarco en Sicilia y el salto a la península italiana, que dejaría al régimen fascista, como dijo Ismael Herráiz, fuera de combate. Los británicos les hicieron creer que iban a invadir Grecia y los alemanes se tragaron el anzuelo.
Berlín estaba decidido a que no les tendiesen otra celada en Francia. El Muro del Atlántico, la formidable red de fortificaciones artilladas a lo largo de la costa del Canal de la Mancha, prometía ser un obstáculo infranqueable: nidos de ametralladoras, casamatas, artillería de costa, trincheras, defensas antitanques… La Organización Todt, especializada en la construcción de infraestructuras, se había esmerado, aunque Rommel había advertido de un detalle: si los aliados atacaban por tierra desde el interior, las baterías que miraban al mar serían vulnerables. No le hicieron mucho caso. A fin de cuentas, tropas canadienses y británicas habían intentado tomar el puerto de Dieppe en agosto de 1942 y habían sufrido una derrota sin paliativos.
Los alemanes, en fin, estaban a la espera. Era de esperar que el desembarco se produciría por el punto más próximo a Inglaterra: el Paso de Calais. Desde allí, tratarían de abrirse paso hasta París. Hitler, que imponía decisiones militares a sus propios generales, creía que el contingente del Muro del Atlántico detendría el avance: 120.000 hombres desplegados por todo el norte de Francia desbaratarían la intentona, que se estrellaría contra los búnkeres de hormigón armado mientras los cañones y las ametralladoras MG-42, 1200 balas por minuto, los despedazarían. El teniente general Fritz Bayerlein, cuenta Beevor en su libro sobre el Día-D, estaba tranquilo: «Considerábamos que el desembarco de Dieppe era una prueba de que podíamos repeler cualquier invasión». La posibilidad de desembarcos en Noruega, Dinamarca, Portugal o España fueron descartados.
Los británicos y sus aliados estadounidenses también lo creían. Había que confundir a los alemanes. Si ellos creían que el desembarco sería en Calais, había que alimentar esa creencia mientras la operación se orientaba a otro lugar.
Así se fraguó la operación de inteligencia que propició el desembarco. En junio de 1943, una unidad de nombre enigmático, la «Sección de control de Londres», empezó a tender la trampa. Había que lograr tres objetivos: inducir el engaño de un desembarco en Calais, ocultar el día y el lugar del verdadero desembarco y mantener a los alemanes ocupados en el norte durante dos semanas a la espera de un ataque que no se produciría.
En primer lugar, los aliados inventaron unos efectivos ficticios: el Primer Grupo de Ejército Americano, al mando nada menos que del general George S. Patton. Lo dotaron de uniformes, oficiales y una cadena de mando que engañaría a los espías alemanes que operaban en territorio británico y que, en su mayor parte, ya estaban fichados, pero no detenidos.
Si los aviones de reconocimiento alemanes sobrevolaban el sureste de Inglaterra, verían embarcaciones y carros de combate que se iban agrupando para invadir el continente, pero eran tanques hinchables, embarcaciones de madera y falsos efectivos irreconocibles desde el aire. Emisiones de radio aliadas indicaron movimientos de tropas que, en realidad, no existían.
Láminas de aluminio y cortinas de humo interferirían los radares y nublarían la visión en las horas previas al desembarco. La resistencia francesa –que había ido nutriendo sus filas desde 1941– haría el resto: sus sabotajes de la red ferroviaria dificultarían los desplazamientos de tropas.
Sin embargo, todo aquello no bastaba. Era preciso intoxicar a la inteligencia alemana con información proveniente de sus propias fuentes. Aquí entra en la historia Juan Pujol García, «Garbo», agente doble al servicio de Gran Bretaña, que fingía espiar para Alemania. Nacido en Barcelona en 1912, lo había reclutado en Madrid en 1941 nada menos que Karl-Erich Kühlenthal, el jefe de la inteligencia militar alemana en España.
Después de infiltrarse en el aparato de información alemán, se ofreció a los británicos, que ya lo habían rechazado una vez. Esta vez lo aceptaron. En un caso único de espía independiente, Garbo inventó una falsa red de informadores que operaban desde Inglaterra –en verdad estaba en Lisboa– y suministraba a Alemania información de fuentes públicas o directamente mentira. Fue Garbo quien envió los falsos mensajes que advertían de un supuesto desembarco menor en la región de Normandía, que sería la distracción de la verdadera invasión de Europa desde el Paso de Calais.
Cuando los británicos, los canadienses y los estadounidenses alcanzaron las playas de Normandía, el mando alemán mantuvo las tropas en la región de Calais a la espera de unas tropas invasoras que nunca llegaron. Cuando reaccionaron, ya era tarde y la cabeza de puente aliada estaba establecida. Hace ochenta años, comenzaría el avance de los aliados occidentales hacia Alemania.