Las termas romanas mejor conservadas de Europa cuyas aguas tienen propiedades curativas
Continúan siendo uno de los puntos turísticos de mayor atracción con, aproximadamente, un millón de visitantes anuales
Muy cerca de Londres y Bristol, en el condado de Somerset, se encuentra Bath, la ciudad romana mejor conservada de todo Reino Unido. Entre la gran variedad de patrimonio histórico que ofrece, uno de sus mayores atractivos son las termas que construyeron los romanos a mediados del siglo I d.C. en torno a un santuario dedicado a la diosa celta Sulis.
Su importancia es tal, que tras la caída de Roma, el lugar perdió su nombre latino (Aquae Sulis) y fue sustituido por Bath (baño en inglés) haciendo referencia a estas casas de baños, un lugar de entretenimiento y socialización, que ha sobrevivido al paso del tiempo bajo un monumental complejo neoclásico del siglo XVIII, reconocido como patrimonio inglés en el ámbito arquitectónico.
En tiempos del Imperio romano, el agua jugó un papel importante en el desarrollo social y económico. Estos espacios –públicos o privados en villas romanas– estaban reservadas para actividades gimnásticas y lúdicas; además, ofrecían baños de vapor y piscinas frías, templadas y calientes.
El conjunto de Bath, formado por un templo, la casa de baños y un museo que alberga objetos de la antigua Aquae Sulis, es la única fuente termal natural en Inglaterra en el que sigue fluyendo todavía el agua caliente. Su origen se remonta a la civilización celta cuando, según cuenta la leyenda, el rey legendario de los britanos llamado Bladud se curó de lepra tras sumergirse en estas aguas y, en gratitud, decidió levantar un templo en honor a la diosa Sulis.
Con la llegada de los romanos en el siglo I d.C, el santuario original fue adaptado a la diosa Minerva como su deidad asociada. En los siguientes 300 años se produjeron diversas modificaciones hasta configurar el complejo termal. Durante la ocupación romana de Britania, bajo el reinado del emperador Claudio, se ordenó la colocación de postes de roble para proporcionar una base sólida al complejo y se rodeó la fuente de la que brotaban las aguas termales con una cámara de piedra irregular recubierta de plomo. Con este trabajo de ingeniería se aseguraba que el agua se mantuviera pura y a la temperatura adecuada.
El complejo incluía todas las comodidades romanas: el caldarium (el baño caliente), el tepidarium (baño templado) y el frigidarium (el baño frío). Los romanos hacían uso de cada una de estas salas, no solo por razones de higiene, sino también como un lugar de socialización y relajación. Sin embargo, con el abandono romano en el siglo V, el lugar cayó en el olvido y el tiempo e inundaciones provocaron su deterioro.
No fue hasta el siglo XII cuando los baños tuvieron su primera reurbanización y Juan de Tours construiría un edificio de aguas curativas en la misma fuente del manantial que proveía de agua a las termas. Después, en el siglo XVI, el gobierno de la ciudad levantó los nuevos baños conocidos como Baños de la Reina, ubicados al sur del manantial.
Redescubrimiento en el siglo XVIII
Tiempo después, el comandante Charles Davis, topógrafo de la ciudad, sacaría a la luz –en 1878– los restos de las termas romanas. Los trabajos de excavación se llevaron a cabo tras una fuga en el manantial del Baño del Rey que obligaron a explorar y comprobar el suelo de los baños. Estas obras duraron unos dos años y las termas romanas se descubrieron finalmente en 1880.
Volvió a abrirse al público en 1897 cuando finalizaron las mejoras y en el siglo XVIII los arquitectos Wood (padre e hijo) realizaron una renovación significativa: diseñaron el complejo arquitectónico al estilo neoclásico que podemos disfrutar hoy en día.
Propiedades curativas
Desde el principio, se ha asociado a estas aguas propiedades curativas. Así lo atestiguan algunas inscripciones que todavía se conservan y que narran historias de legionarios que acudían a este lugar para tratar sus dolencias. Y aunque hasta entonces era solo una creencia; ahora, una nueva investigación sobre los baños termales de Bath afirma esas cualidades sanadoras.
Investigadores de la Facultad de Ciencias Biomédicas de la Universidad de Plymouth han realizado un estudio publicado en la revista especializada The Microbe, donde concluyen que en estas aguas existen ciertas sustancias antibióticas capaces de acabar con bacterias tan comunes, pero potencialmente mortales como E. coli y Staphylococcus aureus, el más peligroso de todos los estafilococos que genera afecciones de la piel, neumonía, meningitis o sepsis.
Para llegar a estos datos, los científicos tomaron muestras de agua, sedimentos y crecimiento bacteriano de diversas zonas de los baños, como en el «Baño del Rey», donde las aguas alcanzan alrededor de 45 °C, y el «Gran Baño», donde las temperaturas se acercan a los 30 °C. Los análisis revelaron alrededor de 300 tipos distintos de bacterias, de las cuales 15 eran activas contra patógenos humanos. Así, estos resultados preliminares indican que las fuentes termales podrían albergar beneficios naturales. Aunque es necesario un estudio más profundo, los expertos piensan que los resultados de los análisis podrían incluso salvar vidas.