Grandes gestas de la Historia
Cuando Melilla se hizo española: así fue la gran gesta colectiva
Lea y escuche el relato en este nuevo episodio de las gestas de la historia española que recupera El Debate
Más de medio milenio antes de la creación del reino de Marruecos tenía lugar una de las gestas de la Historia de España: la incorporación de Melilla. Y tuvo la particularidad que fue la más incruenta. No se derramó ni una gota de sangre y ha permanecido española de forma ininterrumpida.
Y es que con el fin de la Reconquista, los sultanatos del Norte de África vivían una profunda crisis. Una situación que intensificó los ataques de contingentes piráticos musulmanes a las costas españolas en los que no era infrecuente que recibieran ayuda de los propios moriscos que vivían en la península.
Su fin más que el saqueo –que también– era aprovisionarse de cautivos, algo muy lucrativo. Muchos eran vendidos en los mercados de esclavos en los que por ser de raza blanca alcanzaban alta cotización, y otros permanecían prisioneros un tiempo indefinido hasta que se pagara un rescate por ellos. Era un duro cautiverio al que muchos no sobrevivían, y gran parte de los liberados lo lograban gracias a los ímprobos esfuerzos de la orden mercedaria que apelaba a la piedad cristiana y recaudaba limosnas para redimirlos.
Por ello, España para protegerse necesitaba tener plazas fuertes en la costa norte de África. Además desde Alfonso X el Sabio hasta Isabel la Católica nunca se abandonó la idea de proseguir la reconquista por el Magreb. No olvidemos que hasta la invasión árabe, eran ciudades que habían sido romanas y cristianas.
Melilla había sido fenicia, cartaginesa, romana y visigoda, bizantina y hasta vikinga para pasar a formar parte del imperio islámico, pero en el siglo XV, el Norte de África se hallaba fragmentado en pequeños territorios regidos por reyezuelos.
Melilla era un puerto estratégico que superaba los diez mil habitantes. Otrora había sido una factoría comercial de cereales, tejidos, metales, pero al ser una plaza ambicionada por los sultanes de Fez y Tremecén las guerras continuas la habían llevado a una decadencia irrefrenable.
Melilla, también se había visto afectada por la crisis de la pérdida de Granada e incluso la inseguridad de los ataques piráticos también se cernía sobre ella. Sus defensas estaban bajo mínimos, con edificaciones semiderruidas y la población muy escasa. Por ello los jefes locales se plantearon postularse como vasallos de los Reyes Católicos para poder prosperar.
Enterado el sultán de Fez envió un emisario para advertirles de que no podían negociar con los españoles, pero la ciudad de Melilla se rebeló contra sus indicaciones y se reafirmó en su intención de ceder la ciudad a los Reyes Católicos. En represalia por esta insubordinación Melilla sería devastada y aún más población abandonaría la ciudad.
Melilla tenía un gran valor geopolítico y estaba en el punto de mira de los Reyes Católicos. De hecho, consiguieron que en el tratado de Tordesillas, Melilla pasase a formar parte de su zona adjudicada. Sin embargo, los monarcas en ese momento tenían muchos frentes abiertos y como afirma el académico Bravo Nieto, debían dosificar sus actuaciones porque estaban inmersos en la expansión atlántica y el fin de la conquista de Canarias. Aún así enviaron expediciones para conocer la situación que confirmaron la ruina de una ciudad casi deshabitada y la práctica demolición de sus torres y murallas. Quedarse así con Melilla les haría gastar excesivos recursos…
Expediciones
En 1495, el Rey enviaba a Martín Fernández Galindo a Melilla a estudiar las posibilidades reales de ocupación. Este también la desaconsejó no solo por su estado ruinoso, sino por la presencia de bereberes muy próximos a su perímetro. Es cierto que estaba semi abandonada, pero el servicio de espionaje que intermitentemente informaba a los Reyes Católicos acreditaba la peligrosidad de la población que la circundaba.
Y al ver que los reyes no se decidían, tomó la delantera Juan Alonso Pérez de Guzmán, III duque de Medina Sidonia que dispuesto a toda costa a ocupar la ciudad pidió la colaboración económica de los monarcas. El se haría cargo de todo, pero los reyes que tendrían que sufragarlo en su mayor parte.
Los reyes aceptaron la propuesta y enviaron a Ramiro López por ser «muy sabio para aquel negocio» para comprobar la disposición de estas plazas. Fernando II el Católico disponía de un grupo de grandes y experimentados capitanes, artilleros, fundidores, e ingenieros, muchos de ellos de origen plebeyo o de nobleza segundona que estaban entre los mejores expertos del mundo.
Y entre ellos estaba Ramiro López Era un artillero experimentado en la construcción de fortificaciones, tanto es así que suele considerarse el referente de la transición entre el castillo fortificado medieval y la moderna fortificación abaluartada. Este ingeniero según Bravo Nieto fue el auténtico cerebro de la gesta, hizo mediciones y un estudio de materiales para fortificarla y calculó la artillería necesaria.
La partida
los Reyes Católicos ordenaron a la Santa Hermandad que dotase un ejército para la conquista de Melilla. La Santa Hermandad –cuerpo que algunos ven como el antecedente de la Guardia Civil– disponía de una milicia propia dividida en cuadrillas que «estaban prestos para lo que el Rey o la Reina les mandasen», y habían tenido una importante actuación en la toma de Granada. Se cuenta que Colón se sintió agraviado por la concesión de tantos recursos a la empresa del Duque y no a sus viajes. Incluso una de las naves que se dedicó a la toma de Melilla estaba adjudicada a una de las empresas colombinas.
Tomada la decisión, el Duque eligió para comandar a las tropas al jerezano Pedro de Estopiñán y Virués, que nació en Jerez de la Frontera en 1470 y entró de niño como paje en la Casa de Medina Sidonia. Gracias a su talento para la contabilidad, muy joven obtuvo el título de Contador Mayor para la administración de las ingentes rentas ducales.
Estopiñán estuvo en la campaña de Granada, gestionando la intendencia de la Casa de Medina Sidonia en las conquistas de Málaga y Granada, pero la acción que le daría el mando sucedió en 1496. Los duques se habían desplazado a Conil para asistir al gran espectáculo de la pesca de almadraba. El gentío convocado fue aprovechado por una nave de piratas berberiscos que se camufló entre los buques pesqueros, abordó uno de ellos y capturó a toda su tripulación. Pidió entonces para su devolución un elevado rescate.
Ante la situación, valientemente, ni corto ni perezoso, Pedro de Estopiñán, embarcó en un bote pidiendo parlamentar con el jefe de los piratas, y al llegar a su nave se tiró al agua arrastrando al capitán pirata con él. Ambos fueron rescatados del mar por sus hombres, algo que colocó a los cristianos en una posición de fuerza. No solo canjearían al jefe por toda la tripulación, sino que además pedirían también una gran suma por él.
La acción, hizo pensar al duque de que, pese a ser un hombre de números, Estupiñán era el hombre idóneo para comandar la expedición. Y la hazaña llegaría a oídos de los reyes y estarían de acuerdo. Fue un pleno acierto porque la toma de Melilla no sería un episodio puramente bélico sino una acción militar en la que la estrategia, la intendencia, proyecto de estructuras, y selección de especialistas demostró que la concesión del mando a un intendente había sido un éxito.
Zarpa la Armada
La armada del duque zarpó del puerto de Sanlúcar de Barrameda y 17 de Septiembre de 1497 desembarcaba en Melilla amparada por la oscuridad de la noche y aprovechando las grandes brechas de las defensas. Se encontraron con una urbe despoblada y semidestruida, por lo que no hubo ningún tipo de resistencia y tomaron la ciudad al grito de «¡Melilla por Fernando e Isabel!» Y al amanecer, los moros de los alrededores se encontraron que la ciudad estaba en manos cristianas.
Barrantes, el cronista de la Casa Ducal, así lo relata: «Mandé cinco mil ombres de pie e alguna gente a caballo e mandé aparejar los navios en que fuesen e hizolos cargar de mucha harina, vino, tocino, carne, aceyte e todos los mantenimientos necesarios e de artillería lanças, espingardas e toda monición».«E asimismo gran cantidad de cal e madera y la primera cosa que hizieron fue sacar a tierra un enmaderamiento de vigas que se encasaban e tablazón que ya llevavan hecho de España».
Y es que fue así, ante la falta de resistencia de los lugareños, las obras de fortificación comenzaron al momento reparando las grietas de las murallas más necesarias. Algunos historiadores afirman que se jugó al trampantojo, ya que con las maderas que llevaban preensambladas construyeron en unas horas un gran fuerte de madera que desde lejos simulaba ser de piedra. Otros opinan que la fortificación provisional que hicieron con el maderamen traído de España respondía al sistema de cava y barrera una tradición de las obras provisionales de tierra y de madera en la que las vigas y las tablas traídas actuaban como encofrado y trabazón del terraplén.
La autoría del diseño correspondió a Ramiro López, aunque éste en las fechas de la toma de Melilla estaba trabajando en la fortaleza de Salsas en el Rosellón. Ramiro López llegaría a influir en el propio Leonardo da Vinci que adoptará elementos del español en alguna de sus obras.
Después, el contingente de canteros, carpinteros, zapadores y albañiles que fueron con Estopiñán siguieron trabajando preparando las posiciones defensivas, reparando todos los elementos de la fortaleza como pozos, muros, adarves, el puente a tierra y torres. En apenas unos días convirtieron la plaza en una fortaleza inexpugnable, resistiendo a todos los ataques que hicieron por intentar recuperarla.
El cronista lo cuenta de forma muy gráfica: «Cuando el otro diaamanecíó, los moros alábares que andaban por los campos que avian visto el dia antes Melilla asolada e la vieron amanecer con muros e torres, e sonar atambores e tirar artilleria, no tuvieron pensamiento que estuvieran en ella cristianos sino diablos, e huyeron de aquella comarca a contar por los pueblos cercanos lo que avian visto».
La toma de la ciudad no había derramado ni una gota de sangre. Fernando e Isabel recibieron así la noticia «la buena nueva nos ha aprovechado para templar un algo el dolor que tenemos». Y es que esos días había muerto su único heredero varón: el malogrado Príncipe don Juan.
Tras la conquista
Tras la conquista, Estopiñán regresó a la península, dejando 1500 hombres para la defensa de la plaza, así como un ingente número de canteros, carpinteros y albañiles con el expreso mandato de continuar reparando los fuertes y construir nuevas murallas defensivas. trabajos de que convirtieron a Melilla en un referente mundial del arte de la fortificación.
Al año siguiente, visto el esplendor de la nueva Melilla los musulmanes intentaron recuperar la plaza perdida y Estopiñán fue enviado con nuevas tropas. Aplastó a los sitiadores y fue premiado con una Encomienda de Santiago
En 1498 los Reyes Católicos y el duque de Medina Sidonia firmaban el Juro de Melilla donde se le concedía al noble el señorío sobre la ciudad. La casa ducal mantuvo la tenencia de la plaza hasta 1556 en que la cedió a la Corona en el reinado de Felipe II.
Entre 1774 y 1775 la ciudad volvería a ser sitiada con apoyo británico por el sultán Mohammed III. No tuvo éxito y Melilla siguió recibiendo ataques episódicos, pero la fortaleza de sus murallas siguió siendo su bastión. Su último episodio dramático la convirtió en el escenario de una gesta grandiosa: el llamado Socorro de Melilla de 1921 en la que la ciudad sería salvada por las bravas banderas de la Legión que se consagró como una fuerza de choque patriótica altamente cualificada.
Las Compañías del Mar
Se ha discutido si la incruenta toma de Melilla puede considerarse o no un episodio puramente bélico, pero tuvo una importancia muy simbólica para el ejército español. Y es que entre los hombres de Estopiñán se encontraban 40 hombres de mar que tripulaban los navíos con los que se realizó el desembarco, sin los que la ocupación no hubiese sido posible. Dada la ubicación geográfica de la plaza, ser una costa difícil, con mar peligrosa, peñones y apostaderos usados por los berberiscos para la guerra o piratería, los Reyes Católicos se dieron cuenta de que hombres y embarcaciones eran imprescindibles para la defensa de la plaza, de la vida y la supervivencia de sus habitantes.
Por ello, el 13 de abril de 1498, firmaban el Real Asiento de Alcalá por el que se dotaba a la guarnición de Melilla de una fuerza especial formada por estos «Cuarenta hombres de mar». Una unidad marinera dotada de cuatro fustas de remos bien pertrechadas y aparejadas. Sus misiones fueron la vigilancia continua de la costa para proteger la ciudad de la acción de los piratas, labores de transporte de material, recogida de leña y de sal e incluso el mantenimiento de las comunicaciones con la Península. Fue una fuerza permanente que dependía directamente de la Corona y que poco después actuaría con brillantez en la conquista del Peñón de Vélez y la ocupación de la isla de Alhucemas. Su labor atenuó el problema de la piratería y favoreció una navegación más segura de las naves españolas por el Mediterráneo.
La relevancia de los cuarenta hombres del mar no se ciñó a la protección de la plaza de Melilla, sino que fue su trascendencia: constituyeron la Unidad más antigua del Ejército español: la Compañía del Mar. Hoy vigentes, sus uniformes parecen de la Armada, pero forman parte de la Infantería del Ejército de Tierra y se consideran Fuerzas Especiales.
Las valientes Compañías del Mar defenderían la plaza desde el origen y junto a la pareja de reyes únicos en nuestra historia, un noble emprendedor, un gran intendente, un genio de la artillería y sus fortificaciones inexpugnables, y los bravos legionarios que acudieron en su socorro. Todos, todos ellos son protagonistas de la fascinante gesta que logró que desde Estopiñán, hace más de medio milenio, hasta hoy, nuestra ciudad de Melilla siga siendo España