¿Qué pasó con los supervivientes de la erupción del Vesubio en el año 79 d.C.?
Si bien miles murieron tras la erupción del Vesubio, aquellos que consiguieron escapar de Pompeya y Herculano lograron construir una vida lejos de su ciudad
Era el año 79 d.C. cuando el tiempo se detuvo al pie del Vesubio. Pompeya y Herculano quedaron sepultadas por varias capaz de ceniza volcánica y, junto a ellas, otras ciudades al sur de Italia como Estabia o Torre Annunziata fueron destruidas tras una erupción que se prolongó durante 18 horas.
Para la mayoría, la historia termina aquí; con las ciudades y sus habitantes congelados en el tiempo hasta que su descubrimiento y el inicio de las excavaciones en el siglo XVIII reanudan el relato. Pero algunas investigaciones recientes, como la del profesor estadounidense Steven L. Tuck, están cambiando la narrativa y sugieren que la historia del trágico desastre del Vesubio continúa con aquellos que lograron sobrevivir y reconstruir sus vidas.
Información sobré qué les ocurrió a las víctimas y cómo fueron sus últimos instantes sigue saliendo a la luz; sin embargo, el profesor Tuck –al igual que otros estudiosos– abre la puerta a otra línea de investigación hasta ahora ignorada: qué pasó con los supervivientes del área vesubiana. «La búsqueda de supervivientes y sus historias ha dominado mi trabajo arqueológico de campo durante la última década, en la que he intentado averiguar quién pudo escapar de la erupción», escribe el catedrático de Arqueología e Historia Antigua en la Universidad de Miami en la revista The Conversation.
Su investigación se centra en los habitantes de Pompeya y Herculano, dos ciudades en la costa al sur de Nápoles. En la primera habitaban unas 30.000 personas con una próspera industria y activas redes políticas y financieras –según indica el historiador– mientras que la segunda ciudad, con una población de unos 5.000 habitantes, contaba con la activa flota pesquera y varios talleres de mármol. Y aunque en el imaginario colectivo todos acaban muriendo, «la evidencia de que la gente podría haber escapado siempre estuvo ahí», advierte el académico estadounidense.
La clave: los objetos desaparecidos
Según el artículo de síntesis publicado en The Conversation (también existe un documental titulado Pompeii: The New Dig, producido por el canal público PBS), la clave de su tesis se encentra en los objetos que habían desaparecido y no en los restos arqueológicos encontrados: «Los restos humanos hallados en cada ciudad representan sólo una fracción de su población, y muchos objetos que cabría esperar que hubieran permanecido y se hubieran conservado en la ceniza han desaparecido», reza su estudio.
Así, observó que habían desaparecido carros y caballos de los establos, barcos de los muelles y que varias cajas fuertes quedaron vacías de dinero y joyas: «Todo esto sugiere que muchos –si no la mayoría– de los habitantes de las ciudades podrían haber escapado si huyeron con suficiente antelación». Y puntualiza que, aunque otros arqueólogos han supuesto la posibilidad de supervivientes, «su búsqueda nunca ha sido una prioridad».
Más de 200 supervivientes en 12 ciudades
Pero aquella búsqueda no fue nada fácil. Primero y debido a la escasez de datos, seleccionó una serie de apellidos únicos de Pompeya y Herculano, como Numerius Popidius o Aulus Umbricius, para luego comprobar si quedaban rastros de ellos en las ciudades vecinas en el periodo posterior a la erupción. También explica que estudió información adicional como «la mejora de las infraestructuras de las comunidades vecinas para acoger a los emigrantes». Y tras ocho años de rastrear bases de datos de decenas de miles de inscripciones romanas en lugares que van desde muros a lápidas, señala que encontró «pruebas de más de 200 supervivientes en 12 ciudades». No obstante, indica que no es posible conocer el número total de supervivientes pues «no existen tantas evidencias como para conseguir cifras precisas».
Estas personas «prefirieron asentarse con otros supervivientes y se apoyaron en las redes sociales y económicas de sus ciudades de origen mientras se reasentaban», escribe el historiador. Algunas de las familias que decidieron escapar a tiempo –y con éxito– prosperaron en sus nuevas comunidades. Así sucedió con al matrimonio Aulus Umbricius, que comenzaron de cero en Puteoli (la actual Pozzuoli), la segunda ciudad portuaria más importante de la Italia romana.
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En esta nueva ciudad, los Aulus Umbricius reactivaron el negocio familiar de garum, una popular salsa de pescado fermentada. Aquí nacería el primer hijo de la familia al que nombrarían como su ciudad adoptiva Puteolanus, o «el Puteolano».
Pero no todos los supervivientes tuvieron la misma suerte: no eran igual de ricos o no consiguieron fortuna en sus nuevas comunidades. Es el caso de Fabia Secundina, de Pompeya que también acabó en Puteoli, donde se casó con un gladiador llamado Aquarius, quien murió a los 25 años dejando a Fabia «en una situación económica desesperada», detalla el académico estadounidense. Otras familias pobres –en su estudio, Tuck habla de los Avianii, los Atolii y los Masuri– que consiguieron sobrevivir «se asentaron en una pequeña comunidad más pobre llamada Nuceria, que hoy se conoce como Nocera».
Asimismo, subraya la «generosidad de los emigrantes –incluso los empobrecidos– hacia otros supervivientes y sus nuevas comunidades». Menciona el caso de la familia Vibidia de Herculano. Antes de ser destruida por el Vesubio, habrían realizado grandes donaciones para ayudar a financiar diversas instituciones, incluido un nuevo templo de Venus, la diosa romana del amor, la belleza y la fertilidad.
Un miembro de la familia que sobrevivió a la erupción continuó con esa faceta familiar y, una vez instalada en su nueva comunidad, Beneventum, donó un altar a Venus muy pequeño y mal hecho en un terreno público cedido por el ayuntamiento local, comenta.
Una Roma volcada a ayudar
Concluye su artículo hace una mención especial a la implicación del gobierno en la acogida de los supervivientes y su ayuda para que pudiesen comenzar una nueva vida. «Los emperadores de Roma invirtieron grandes sumas en la región, reconstruyendo las propiedades dañadas por la erupción y construyendo nuevas infraestructuras para las poblaciones desplazas, como carreteras, sistemas de abastecimiento de agua, anfiteatros y templos».
Y aplaude el comportamiento de las comunidades que les hospedaron. Gracias a todo ello, muchos de los que sobrevivieron pudieron abrir sus propios negocios y ocupar, incluso, cargos en los gobiernos locales.