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21 de septiembre de 2024

José Luis Orella
José Luis Orella

Historia, la asignatura vital para nuestra existencia como nación

Es una disciplina de carácter eminentemente objetivo: porque se trata de desentrañar la naturaleza real de lo que ha ocurrido en el pasado, no de interpretar ese pasado en función de una idea arbitraria o de una mera visión subjetiva del mundo

Actualizada 12:56

La carga de los tres reyes obra de Augusto Ferrer-Dalmau

La carga de los tres reyes obra de Augusto Ferrer-DalmauAugusto Ferrer-Dalmau

Si no se va a enseñar la historia de La Reconquista y Al-Ándalus o de los Reyes Católicos y nuestro Siglo de Oro, ¿para qué sirve un Museo sobre la Batalla de las Navas de Tolosa? O incluso ¿el mismo Museo del Prado? En Fahrenheit 451, la novela distópica del escritor estadounidense Ray Bradbury los libros están prohibidos porque según el gobierno los libros son peligrosos, al leer, las personas comienzan a pensar, analizan y cuestionan su vida y la realidad que los rodea. Si la historia de España desaparece del proceso formativos de los españoles, en la práctica, ya lo ha hecho por reducción de créditos y relatos elaborados en las comunidades periféricas, el proyecto de una nueva España confederal sin ningún tipo de ligazón con una historia macerada en 16 siglos de historia se hace posible.

La historia debía ser maestra del ciudadano nacional

La Historia es vital para nuestra existencia como nación, es el análisis de los hechos de manera que, a partir de ellos, comprendamos la naturaleza de los elementos que intervienen en los mismos. Se trata de conocer y comprender los hechos en correspondencia con la realidad, y de ahí extraer la razón de la Historia, en expresión de Ortega y Gasset. Por eso la Historia es una disciplina de carácter eminentemente objetivo: porque se trata de desentrañar la naturaleza real de lo que ha ocurrido en el pasado, no de interpretar ese pasado en función de una idea arbitraria o de una mera visión subjetiva del mundo.

En los autores griegos, el saber histórico se fundaba sobre la «autopsia» y se organizaba sobre la base de datos que procuraba. La historia que se identificaba con la observación, y que como diría más tarde san Agustín en el capítulo XX de sus Confesiones, había que rechazar la idea de pasado y futuro, por no existir, ya que lo que existe en realidad es la memoria del presente del pasado, la visión presente del presente, y la espera de un presente en el futuro.

El Cristianismo provocó una revolución en la Weltanschauung de concebir la historia, al asignarle tres puntos fijos. La Creación como punto inicial de la Historia; la encarnación del Señor, como inicio de la historia cristiana y de la Salvación; y el Juicio Final, con el final de los tiempos, y por tanto de la historia. El Cristianismo rompe el tiempo circular y orienta la historia de forma lineal, dándole un sentido y una visión de progreso. Esta era la razón, mediante la cual Marc Bloch se refería al «cristianismo como la religión de los historiadores», al permitirle a la humanidad acercarse al pasado a través de la Fe.

La historia adoptará su responsabilidad pedagógica en el siglo XIX con la formación de los modernos estados nacionales. Principalmente los recientemente unificados, como Italia y Alemania, verán una historia fuertemente marcada por la obra de Von Ranke, Droysen, Trietschke y Meineke. Estos intelectuales prusianos convertirán a la nación en el sujeto de la historia, y el Estado será emanación del espíritu del pueblo, cuyos líderes, sean reyes o jefes políticos, se convertirán en fieles servidores del Estado como hacedores de la misión histórica que debe realizar su pueblo.

El principal objetivo de aquella manera de concebir la historia era el afán pedagógico de instruir a la ciudadanía sobre su pertenencia a una comunidad nacional, determinada por un espíritu nacional marcado por las proezas de los héroes del pasado. La historia debía ser maestra del ciudadano nacional. Para amar a tu país, tienes que estudiar su historia objetivamente, por lo que se convirtió en una de las asignaturas más valiosa del bachillerato de los países europeos antes de la Segunda Guerra Mundial.

Sin embargo, la caída del Muro de Berlín producirá varias consecuencias en este campo, por un lado, la crisis de los proyectos políticos de orientación izquierdista, que fue obligando a muchos de sus antiguos defensores a plantear nuevos proyectos vinculados a la desvertebración social a favor de un individualismo que debilite a la sociedad y la haga más permeable a la autoridad. Por otro lado, fue un elemento más que ayudó a quitar importancia a la historia como instrumento de lucha cultural y transformación social. La visión economicista de la realidad global presente determina actualmente las relaciones internacionales de un país. Las grandes empresas se guían con informes elaborados por economistas amantes de algunos aspectos de la antropología, pero se dejan de lado las sesudas investigaciones de los expertos históricos en áreas determinadas.

Los sicarios de la censura luchan por eliminar la verdad de la historia de nuestras aulas y de nuestros corazones. Sin historia, sólo su mentira existirá

Para España la desaparición del conocimiento de su historia tiene dos grandes consecuencias de tipo político. Para los nacionalismos secesionistas vasco, catalán y gallego los últimos cuarenta años, gracias al paso de la competencia educativa a los gobiernos autonómicos, han ido creando el falso relato de una comunidad nacionalista oprimida que necesita un pago por los desagravios de un pasado falsificado. Para los teóricos de la nueva izquierda la desaparición de la historia de España ligada al Descubrimiento de América, a la evangelización católica en el orbe, u otros grandes hechos históricos favorece la necesidad de reconducir el futuro de España por nuevos derroteros.

La divulgación de la leyenda negra y la eliminación de la enseñanza de la Historia de España beneficia un relato negativo del pasado que apoya la necesidad de un país diferente que concordaría con el proyecto de una España confederal. No obstante, para ello –como los antibomberos de Fahrenheit 451– un ejemplo ha sido la eliminación de los frescos con los principales hechos históricos protagonizados por catalanes en la historia de España, que estaban representados en el Salón de Sant Jordi en el Palacio de la Generalitat. Los sicarios de la censura luchan por eliminar la verdad de la historia de nuestras aulas y de nuestros corazones. Sin historia, sólo su mentira existirá.

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