Picotazos de historia
Un monumento a un soldado japonés en Filipinas
Tal vez sea el único monumento a un soldado japonés muerto en combate, al cual los filipinos reconocen como adversario, pero no como un enemigo
Las Islas Filipinas o República de las Filipinas, que es su nombre oficial, es un archipiélago formado por más de siete mil islas que ocupan una superficie total en torno a los trescientos mil kilómetros cuadrados donde se apiña una población que está hoy por encima de los ciento veinte millones de habitantes. La historia de las Filipinas ha estado vinculada con España desde el siglo XVI hasta la cesión de estas a Estados Unidos en diciembre de 1898. Los filipinos descubrieron, para su desgracia, que los norteamericanos no estaban dispuestos a permitir que se les escapara de las manos los frutos de su guerra de agresión contra España. La guerra filipino americana que siguió costó un millón de muertes a los filipinos y la imposición de un gobierno norteamericano surgido de la llamada Acta Orgánica de Filipinas, legislación aprobada por el gobierno de EE. UU. para este fin, el 1 de julio de 1902.
Con el inicio de la Segunda Guerra Mundial, la invasión de las Filipinas por las fuerzas de Japón se inició el 8 de diciembre de 1941. Diez horas después del ataque japonés a la base norteamericana de Pearl Harbor. Las tropas norteamericanas, arrinconadas en la península de Batán, se rendirían el 9 de abril de 1942. El 6 de mayo se rendirían las últimas fuerzas norteamericanas sitiadas en la isla del Corregidor.
Señores de las Filipinas, los japoneses impusieron un gobierno títere presidido por José Paciano Laurel y se dedicaron a la explotación sistemática de las riquezas y recursos de las islas. A eso lo llamaron Esfera de Coprosperidad de la Gran Asía Oriental y se quedaron tan panchos. Los crímenes que cometieron las tropas niponas, tanto sobre los prisioneros como sobre la indefensa población civil, repugnan por su espeluznante sadismo y están documentados hasta la extenuación.
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Por su parte, los filipinos, tratados como animales y asesinados por diversión por los japoneses, desde el primer día llevaron a cabo una activa guerra de guerrillas como forma de oposición a la ocupación japonesa. Es en medio de esta lucha y del odio creado por las acciones de unos (sistemáticamente negadas o no reconocidas) y la respuesta de otros que sorprende tantísimo el encontrar en la isla de Leyte, cerca de la población de Dulag, un pequeño santuario que los lugareños levantaron en honor y recuerdo de un capitán japonés.
Realmente se sabe muy poco del capitán Isao Yamazoe. Pertenecía al 20º regimiento que había sido reclutado en la ciudad japonesa de Fukuchiyama. El 20º estaba encuadrado en la 16ª división de infantería bajo las órdenes del general Shiro Makino, que se abriría la tripa el 10 de agosto de 1945.
«Un buen caudillo y un amigo»
El 23 de agosto de 1943 el capitán Yamazoe llegó a Dulag, al mando de un batallón, con funciones de gobernador de la zona. Desde el principió el nuevo comandante desconcertó y agradó a la población local. Para empezar prohibió cualquier tipo de abuso sobre la población e inició una relación con los filipinos basada en la consideración a sus sentimientos, el respeto y la justicia. Los habitantes de Dulag estaban sorprendidos y agradecidos con el gobernador que les había tocado —sobre todo al compararlo con la información que les llegaba de otras zonas—, un extraño japonés que sonreía, era amable con todos y que velaba por la seguridad y el bienestar de la población.
«Un buen caudillo, un capitán sonriente y un amigo para todos», lo definiría más tarde el historiador filipino Jovino Bautista, natural de la villa de Dulag y testigo de los hechos. Yamazoe organizaba sesiones de calistenia, verbenas y fiestas populares donde la población civil se mezclaba con los militares japoneses e, incluso, con miembros de la guerrilla que salían de la espesura para disfrutar del baile y la diversión.
Enterado el capitán Yamazoe de que la guerrilla local, bajo el mando del teniente José Nazareno, iba a llevar un ataque sobre la guarnición de Dulag acordó con estos el llevar a cabo los combates fuera de la ciudad para evitar daños a la población. El capitán Isao Yamazoe, «Yamasoy» como era conocido entre los filipinos, murió en combate el 22 de abril de 1943 a los 32 años de edad.
La población de Dulag lloró la muerte del capitán, y con buen motivo, ya que su sustituto demostró ser de una pasta completamente diferente, y organizaron misas por su alma. Terminada la guerra, entre todos reunieron fondos y levantaron un pequeño santuario en recuerdo del querido Yamasoy. Tal vez sea el único monumento a un soldado japonés muerto en combate, al cual los filipinos reconocen como adversario, pero no como un enemigo.