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Francisco Vázquez de Coronado parte hacia el norte obra de Frederic Remington

Francisco Vázquez de Coronado parte hacia el norte obra de Frederic Remington

Una empresa española y no anglosajona: así fue la verdadera conquista del oeste americano

Juan de Oñate, a quien muchos califican como «el último gran conquistador español», es sin duda un personaje interesante y a quien se le debe la difícil y laboriosa conquista de Nuevo México

Algunos western clásicos, especialmente los dirigidos por John Ford, como La diligencia, Centauros del desierto o Fort apache nos muestran, de manera muy maniquea, la «heroica» conquista del oeste, en el siglo XIX, por parte de los valientes, honestos y sacrificados anglosajones, frente a unos indios sanguinarios y primitivos, que parecían no haber tenido contacto con el hombre blanco hasta la llegada de aquellos protestantes de habla inglesa.

No obstante, como señala, muy acertadamente, Elvira Roca, «eso es falso de toda falsedad». En realidad, por muy entretenidas y entrañables que nos resulten estas películas, la historia del western es la historia de una gran mentira. Desde el siglo XVI, España había explorado y posteriormente conquistado todo el sur y el oeste de los actuales Estados Unidos y antes de la cesión de la Luisiana (1800), la venta de la Florida (1819) y de la independencia de México (1821), una gran parte de las naciones indias habían llegado a múltiples acuerdos con la Corona, muchos de ellos se habían vuelto sedentarios en tierras cedidas por el virreinato, hablaban español y profesaban la religión católica.

No eran, en absoluto, los salvajes que nos retrata el séptimo arte y si posteriormente se enfrentaron a mexicanos y estadounidenses fue por razones de supervivencia, ya que, a diferencia de lo que hizo España, ni unos ni otros respetaron idioma, costumbres, ni la concesión de tierras. Es célebre, entre otros, el caso de Gerónimo, que se rebeló porque los soldados del gobernador militar de Sonora, asesinan a su esposa, a su madre y a tres de sus hijos. Pero, para no caer tampoco en una leyenda rosa, hay que señalar que la verdadera conquista del oeste, la protagonizada por otros blancos, pero estos católicos y que hablaban castellano, supuso numerosas guerras indias.

Como recuerda Edward K. Flager, en su Historia de los indios apaches, «apache» es una transcripción castellana de «apachu», (apiches los denominaba Oñate, el primero en referirse a ellos con ese término), y provendría de la lengua zuñi, etnia de los indios pueblo, para quienes significaba «enemigo». Los apaches se llamaban a sí mismos dine que quiere decir simplemente «hombre». Para Flager, la nación apache la formarían siete tribus, los chiricahuas, los jicarillas, los kiowa-apaches, los lipanes, los mescaleros, los navajos y los apaches occidentales. Otros autores, como Jorge Luis García Ruiz, incluyen, también, a los querechos o vaqueros, (denominados así por los españoles por vivir cerca de manadas de bisontes), los gileños, los yntajen-ne y los natagés, entre otros.

Dada su gran dispersión por el sur de los actuales Estados Unidos, sin duda exploradores anteriores a Oñate habrían tenido contacto previo con ellos, como Cabeza de Vaca, Fray Marcos de Niza, Coronado o Castaño de Sosa. Pero los primeros contactos de importancia y también las primeras guerras entre la «Apachería» y España son responsabilidad de Juan de Oñate, a quien muchos califican como «el último gran conquistador español».

Juan de Oñate, dibujado por José Cisneros

Juan de Oñate, dibujado por José Cisneros

Oñate es sin duda un personaje interesante y a quien se le debe la difícil y laboriosa conquista de Nuevo México. Provenía de una poderosa familia virreinal, ya que su padre, era el conquistador y gobernador de Nueva Galicia, Cristóbal de Oñate y su esposa era Isabel de Tolosa Cortés Moctezuma. Persona adinerada, por su descubrimiento de minas de plata y de gran ambición, solicitó a la Corona permiso de conquista de los territorios del norte, permiso que, debido a la célebre burocracia española y al cambio de virrey, se retrasó unos dos años.

Según el relato del capitán Gaspar de Villagra, se trató de una expedición grandiosa, formada por 83 carretas, 200 hombres armados, 300 caballos y abundante ganadería (1.000 reses, 3.000 ovejas y 1.000 carneros), todo ello, dos siglos y medio antes de que los colonos estadounidenses se expandiesen hacía los territorios del, para entonces, ya extinto virreinato.

La expedición tuvo que sortear desiertos, crecidas de ríos, como las del Nazas y enfrentarse a arenas movedizas como las de las dunas de Samalayuca. También hubieron de cruzar y remontar el río Conchas y el río Grande y en la actual ciudad del Paso fundaron una capilla. El 8 de septiembre de 1598, realizaron un banquete de acción de gracias y tomaron posesión del territorio de Nuevo México en nombre de España y de su Rey.

Escudo de la ciudad de Zacatecas concedido por el rey Felipe II, representando a sus cuatro fundadores, Cristóbal de Oñate, Baltasar Temiño de Velasco, Juan de Tolosa y Diego de Ibarra

Escudo de la ciudad de Zacatecas concedido por el rey Felipe II, representando a sus cuatro fundadores, Cristóbal de Oñate, Baltasar Temiño de Velasco, Juan de Tolosa y Diego de Ibarra

Tras aquel acto simbólico, Oñate envió exploradores en todas direcciones, en una aventura mucho más épica que cualquiera de las películas citadas. Se trataban de enormes e ignotos territorios, en los que se encontraron, sin embargo, con pruebas del paso de exploradores previos. En Puaray conocieron a un indio que chapurreaba algunas palabras de castellano y más adelante a otros dos, de la expedición de Gaspar Castaño de Sosa, que le resultaron muy útiles, porque además de hablar español habían aprendido la lengua local.

A medida que avanzaban, las refriegas con tribus apaches comenzaron a ser más intensas. Sobre ellos escribe el ya citado García Ruiz: «Vivían del saqueo de españoles, pero también de otros grupos indios, por lo que no tenían aliados, eran enemigos de todos los demás. Años más tarde… fueron perdiendo territorio al norte, pero ganándolo al sur, donde el Imperio español trataba de contenerlos sin éxito, debido a la política de respeto y protección a los indios que se impulsaba desde España. Ellos lo sabían y se aprovecharon de esta debilidad», (Presidio. 2024).

Aunque Oñate se empobreció con la empresa, ya que no encontraron minas, ni grandes riquezas y tuvo que hacer frente a varias acusaciones, fundamentalmente por abuso de poder, sus exploraciones expandieron el virreinato al norte del paralelo 35. En expediciones posteriores se mantuvieron los conflictos con los apaches y otras tribus de la zona, como los Acoma, aunque la labor de los misioneros fue fundamental en el proceso de pacificación de muchos de estos pueblos.

Los jicarillas, muy debilitados tras sus enfrentamientos con los comanches, se convirtieron en fieles aliados de los españoles. Sin embargo, otra rama de los jicarillas, los yntajen-ne, (a los que los españoles llamaban «faraones») se aliaron, en las zonas de Nuevo México y Texas, con los mescaleros para rapiñar y guerrear apoyados, a veces, por los natagés, los lipiyanes y los apaches llaneros. Al oeste del río grande, los apaches chiricahuas, además de dedicarse a la caza y la recolección, también atacaban los asentamientos novohispanos, robando caballos, ganado o raptando a colonos, por los que pedían un rescate.

La respuesta española sería la construcción de presidios o fuertes con una guarnición militar y, ya avanzado el siglo XVIII, se constituyó una caballería ligera para la vigilancia del territorio, el cuerpo de dragones de cuera. Para entonces los lipanes ya se habían aliado con los españoles e incluso el gobernador Juan de Ugalde consiguió, tras una decisiva batalla con los belicosos mescaleros, (en la que mató a cinco caciques y recuperó 500 caballos), una paz relativa con ese pueblo.

Su sucesor, Juan Bautista de Anza llegaría a acuerdos con la mayor parte de las tribus circundantes para guerrear a las tribus apaches, incluyendo a los comanches. En sus campañas Anza consiguió derrotar al mítico jefe comanche «Cuerno Verde». Posteriormente firmó, también, acuerdos con los navajos para luchar contra los apaches aún no sometidos, (los gileños y algunos irreductibles mescaleros), que finalmente se rendirían en su mayoría.

Para finales del siglo XVIII, la mayor parte de la nación apache había abandonado la vida nómada y se había establecido en asentamientos cercanos a presidios y misiones, muchos de ellos, instruidos por los monjes, aprendieron castellano, se hicieron católicos y se dedicaron a la agricultura y a la ganadería. Sin embargo, un 16 de septiembre de 1810, en un pequeño pueblo de antiguas tierras chichimecas, del extenso y próspero virreinato de la Nueva España, un religioso, corrupto y amoral, por cierto, llamó a la independencia. En aquel momento, alrededor del 60 % de la población del territorio novohispano, la conformaban indios que en su inmensa mayoría vivían en paz. Lo que les ocurrió luego a los apaches ya es historia conocida.

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