Los cinco católicos que fundaron el CSIC hace 85 años
Ante el discurso historiográfico laicista sobre la fundación de esta institución, la más importante en España dedicada en exclusiva a la ciencia; recogemos cinco figuras que encarnaron la complicidad entre la ciencia y la fe
El 28 de noviembre de 2024 se cumple el 85 aniversario de la sorprendente puesta en marcha del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), nada menos que la mayor organización científica de carácter público de la historia de España, y que probablemente sea también el más importante establecimiento para la investigación fundado a nivel mundial por católicos en todo el siglo XX.
Lo sorprendente del caso es que teniendo como objetivo fundamental dar continuidad a la ciencia española tras la terrible Guerra Civil, echó a andar tan solo meses después de su finalización, sin esperar a la recomposición de unas mínimas estructuras sociales, sino más bien considerando una de sus funciones primordiales contribuir a la recomposición de un país hundido. Lo normal es que la ciencia tarde en recuperarse tras un conflicto bélico, algo que nos pasó tras el paso de la barbarie napoleónica por nuestro territorio.
La neutralidad de España en la Segunda Guerra Mundial dio estabilidad a la reconstrucción del tejido científico español que, como en todo conflicto bélico, quedó seriamente dañado tanto por los científicos muertos durante el mismo, como por los exiliados y la destrucción de las instalaciones dedicadas a tal fin. Lo insólito del caso es que quienes echaron a andar esta institución, que hoy sigue siendo la más importante en España dedicada en exclusiva a la ciencia, y una de las más destacadas a nivel europeo y mundial en el sector público, fueron personas en las que ciencia y fe se complementaron de manera conciliadora —como siempre ha ocurrido a lo largo de la historia de nuestro país—.
José Ibáñez-Martín
El presidente fundador del CSIC, José Ibáñez-Martín (1896-1969), fue un parlamentario de la CEDA durante la II República y miembro de la entonces Asociación Católica Nacional de Propagandistas (ACdP). Con una intensa formación universitaria, que le llevó a obtener la Licenciatura en Filosofía y Letras y la Licenciatura en Derecho, vio truncada su carrera científica porque el fallecimiento de su padre le obligó a dejar los estudios de doctorado para dedicarse al sostenimiento de su familia, algo que consiguió ganando brillantemente las oposiciones para catedrático de instituto con el n.º 1 nacional.
No obstante, llegaría a ser nombrado Doctor honoris causa por cuatro Universidades, y siempre se consideraría heredero intelectual de un insigne miembro fundador de la JAE, Marcelino Menéndez Pelayo. El estallido de la Guerra Civil le cogería en Madrid, de donde tuvo que huir para evitar ser asesinado por el Ejército del Frente Popular, no sin antes permanecer asilado en hacinamiento extremo con sus hijitos en la Embajada de Turquía, donde su esposa daría a luz una hija que moriría al poco de nacer. Volvería a España y tras ser nombrado Ministro de Educación Nacional fundaría el CSIC, siendo su primer presidente hasta 1967. Su perfil de político veterano experto en derecho sería crucial para la puesta en marcha del CSIC, pero no estaría solo en esta empresa.
Jose Mª Albareda Herrera
Su más estrecho colaborador sería el también aragonés Jose Mª Albareda Herrera (1902-1966), Secretario General fundador del CSIC. Doblemente licenciado en Química y Farmacia, y doblemente doctorado en ambas, disfrutaría de varias pensiones en el extranjero de la Junta para Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas (JAE), fruto temprano del regeneracionismo inmediato antecesor del CSIC, fruto tardío de aquel. Albareda llegó a ser un prestigioso científico experto internacional en edafología, la ciencia del suelo, que llegaría a desarrollar como pionero en el CSIC.
La Guerra Civil le cogió en Madrid formando también parte de la ACdP. Vinculándose finalmente al Opus Dei en 1937, participó junto a otros científicos en la evasión de san Jose Mª Escrivá de Balaguer para evitar su asesinato, algo que ocurriría a su padre y hermano discapacitado intelectual. De vuelta a España diseñaría con Ibáñez Martín el CSIC, aportando su propia experiencia científica, ordenándose finalmente sacerdote en 1959 y siendo rector fundador de la primera universidad privada de la España contemporánea: la Universidad de Navarra. Sobre su pensamiento a cerca de la conciliación ciencia-fe escribió su maravilloso Consideraciones sobre la investigación científica, que tuve el honor de reeditar. Al igual que Ibáñez Martín fue catedrático de instituto, y llegaría a serlo de universidad en la Fac. Farmacia de Madrid.
Antonio de Gregorio Rocasolano
Antonio de Gregorio Rocasolano (1873-1941), aragonés de la mítica Escuela de Química de Zaragoza, fundador de la Academia de Ciencias Físicas, Químicas y Naturales de dicha ciudad, maestro de Albareda, sería Vicepresidente 1º fundador del CSIC. Catedrático de Universidad, Einstein visitó su Laboratorio de Investigaciones Bioquímicas cuando vino a España en 1923. Sus creencias católicas se ponen de manifiesto de modo sobresaliente en el libro De la vida a la muerte, en cuyo prólogo comenta:
«Al estudiar el desarrollo de la vida y el tránsito de la vida a la muerte, surge el impulso religioso que no puede disimularse cuando se medita sobre estas ideas. Es cierto que esta inclinación religiosa origina algunas concepciones fantásticas; pero quien se oriente tomando como guía la Revelación y las enseñanzas del Creador, que quiso hacerse hombre para que pudiéramos comprenderle, queda libre de fantasías inútiles y de vacilaciones perturbadoras de la serenidad espiritual que precisa para interpretar los hechos experimentales que aparecen en el Laboratorio de Química cuando se estudian sin pasión estos problemas biológicos. En el momento actual los eclecticismos doctrinales, las medias tintas, han desaparecido, y en el continuo batallar que es la vida del hombre sobre la tierra, solo quedan en pie, cual gladiadores en plena lucha, la tradición espiritualista de la Iglesia Católica, con toda su fecundidad, difundiendo por el mundo el amor a Dios y al prójimo que enaltece la vida y nos prepara otra mejor, y el materialismo ateo bárbaramente lógico cuando actúa, porque si para el hombre, como para las fieras, no hay más vida que la presente, debe vivir como mejor pueda, aunque para conseguirlo tenga que atropellar todo usando de armas traidoras para derribar eso que sus sabios dirigentes llaman convencionalismos crueles: Religión Patria, Familia; es decir, cuanto constituye el firme cimiento de la civilización cristiana».
Miguel Asín Palacios
Al también zaragozano Miguel Asín Palacios (1871-1944), cura católico y famoso arabista español, además de islamólogo, le correspondería formar parte del equipo directivo fundador del CSIC como Vicepresidente 2º. Reconocidísimo humanista a nivel internacional, prologaría su tesis doctoral Menéndez Pelayo, vocal fundador de la JAE, llegando a participar en la fundación del Centro de Estudios Históricos de dicha institución en 1910, a ser miembro de la Junta Constructora de la Ciudad Universitaria, Catedrático de Árabe en la Universidad Central y miembro de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas desde 1914.
Juan Marcilla Arrazola
Cierro el quinteto fundacional Juan Marcilla Arrazola (1886-1950), Catedrático de la Escuela de Ingenieros Agrónomos y mayor experto en vitivinicultura del siglo XX español, a quien la Fundación Nacional para Investigaciones Científicas y Ensayos de Reformas (FNICER) desgajada de la JAE le nombraría director del primer centro científico dedicado en España al vino, el Centro de Investigaciones Vinícolas. Madrileño de nacimiento, aquí le pilló la Guerra Civil, siendo apresado, trasladado a la checa de Fomento y milagrosamente salvado del asesinato por un alumno suyo, soldado del Ejército del Frente Popular, tras lo que alojó en su casa madrileña a curas y monjas perseguidos.
En la clausura de la IV Reunión Plenaria del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Marcilla dejaría traslucir sus creencias:
«Caminando hacia estas metas, aquellos a quienes Dios, en su infinita misericordia, ha concedido la gracia de la fe, podemos llegar sin temor ni prejuicios a las últimas consecuencias de nuestras investigaciones, sabiendo que sus resultados no pueden ser, en definitiva, opuestos a la Suma Verdad, que es a la vez Suprema Bondad y Suprema Belleza, y escribimos libremente; pero, como aconseja AmpÍre, «con una sola mano, sosteniéndonos asidos con la otra de las vestiduras de Dios» —y yo me permito agregar: y recordando que somos españoles—. «No cerramos ningún camino a nuestra inteligencia; reconocemos que no es infalible y la imponemos normas morales, que amplían horizontes al hacer meditar en que, más allá del campo de la estrecha especialización a que obliga (a los no privilegiados) la creciente complejidad de las ciencias de la materia, existen realidades que no pueden ser olvidadas sin incurrir en voluntaria, anticientífica y antihumana amputación de nuestro espíritu».
Todos los miembros de este quinteto fundacional eran o políticos o científicos de prestigio que desarrollaron su actividad durante la Edad de Plata y dieron continuidad a la investigación científica en nuestro país sin renegar de su fe católica, habiendo sido depurados por el Frente Popular varios de ellos. Fueron ellos quienes hicieron posible, además, que la investigación científica sin carga docente se profesionalizara, creando los empleos de colaborador científico (1945), investigador científico (1947) y profesor de investigación (1970), vigentes hasta la actualidad. Además, promovió la descentralización de dicha actividad y su expansión por toda España, así como una importante tarea de formación de científicos en el extranjero muy superior a la JAE. De todo ello y más hablo en Iglesia católica y ciencia en la España del siglo XX.
- Alfonso V. Carrascosa es científico del MNCN-CSIC y miembro colaborador del Instituto de Estudios Madrileños