Grandes gestas de la historia
La gesta del republicano gallego que en el franquismo fue «el rey de Sevilla»
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Ángel Casal Casado, era concejal del Ayuntamiento de Sevilla en la convulsa Segunda República, cuando el 18 de julio de 1936 España vivía el golpe de Estado contra el gobierno del Frente Popular.
Casal había sido directivo del Partido Radical de Martínez Barrio y de la Unión Republicana y cuando los sublevados entraron en el consistorio, era el único edil que permanecía junto al alcalde electo, Horacio Hermoso. Cuando fueron encañonados a punta de pistola, ambos manifestaron su fidelidad al gobierno, por lo que fueron detenidos. Hermoso sería ejecutado y Casal encarcelado en la prisión sevillana de La Ranilla.
Pero lo asombroso de su historia no vendría de su trayectoria política ni carcelaria, sino de la aventura de cómo un republicano confeso acabaría siendo un rey en la ciudad.
Una Infancia y juventud con tintes de aventura
Ángel Casal nació en Ferrol (La Coruña) en 1901 en el seno de una familia vinculada a la Armada. Allí vivió hasta los 14 años, cuando la familia se trasladó a vivir a Ribadeo (Lugo) al morir su padre.
En esta villa lucense se produciría muy poco después un encuentro providencial. Conoció a Antonio Lluciá un famoso impostor internacional —conocido allí como Tomás Portolés— y apodado «El Rey del Cacao». Un personaje fascinante que, entre otros avatares, se casó cinco veces con millonarias en diferentes países, tuvo decenas de nombres y sus fechorías abarcaron desde desfalcos a atracos o suplantar la personalidad del mismísimo Alfonso XIII, con el que tenía cierto parecido. Sus truculentos negocios llegaron a ser recogidos por el New York Times.
Lluciá se hospedó en Ribadeo, y tomó a Angel Casal, chico diligente y de buena planta, como ayudante para hacerle recados varios los días que residiera allí. Apenas tenía 15 años y al ver su eficacia, prometió llevarle con él a América. Desconocemos si su madre lo aprobó o no, ya que era menor de edad. Y así el estafador partió a Barcelona, llevando al joven como «asistente», tal y como recuerda el cronista de Ribadeo Martin Vizoso.
De Lluciá, el estafador al establecimiento en Sevilla
Después de una temporada en Barcelona, Lluciá lo dejaría abandonado a su suerte… y jamás por supuesto llegaría a América.
Allí, solo, casi adolescente y estigmatizado por las fechorías de su jefe, tuvo que trabajar muy duro en todo tipo de empleos. Sin más recursos que sus ganas de sobrevivir e ingenio, descubrió que tenía un don para las relaciones públicas y fue escalando puestos hasta convertirse nada menos que en director de ventas de una empresa de comercio extranjero, que distribuía paraguas, abanicos y souvenirs varios para turistas.
Con su instinto comercial, pese a gozar de un buen puesto de trabajo, consideró que Sevilla era la ciudad de las oportunidades por la inminente celebración de la Exposición Iberoamericana de 1929. Gracias a su experiencia fue pronto contratado como encargado del prestigioso establecimiento Casa Rubio, una tienda que comercializaba los mismos productos que su tienda de Barcelona.
Los ratos de asueto se dirigía a la Casa de Galicia de Sevilla, lugar habitual de reuniones de los gallegos de la diáspora, con sucursales en medio mundo. Allí conoció a Consuelo Arias, hija de otro gallego, un inspector de Hacienda, con la que compartió su vida, y formó una familia numerosa con seis hijos.
En 1930 Casal decidía tomar la sartén por el mango y establecerse por su cuenta. Adquirió un comercio en propiedad: Abanicos Victoria, especializado también en paraguas, abanicos y souvenirs. El éxito estaba garantizado no solo por su capacidad de gestión, sino por su privilegiada situación en la emblemática calle Sierpes. Una famosa calle en el corazón de la ciudad que muy pocos saben recibe su nombre por la leyenda de una serpiente que se comía a los niños crudos y que el esclavo que logró matarla alcanzó su libertad.
En 1932 lo rebautizó como Creaciones Casal. Incorporó un objeto que entonces no era tan imprescindible como lo es hoy: los bolsos. Apostó por todo tipo de formatos y materiales diversos. Entre sus innovaciones estaría la difusión del plexiglás, un material estadounidense —muy parecido al charol— que haría las delicias de las mujeres más glamourosas de su tiempo.
Muy implicado en la vida de la ciudad, participaría de forma activa en los festejos y en la vida intelectual del momento, lo que le llevó a involucrarse en la política municipal en el Partido Radical de Martínez Barrio y en la Unión Republicana. Muy conocido en la ciudad sería elegido concejal del Ayuntamiento de Sevilla.
Con el estallido de la sublevación, las primeras horas fueron de incertidumbre. Nadie esperaba que el alzamiento militar triunfara y se produjeron tiroteos en la Plaza Nueva, donde se ubicaba el edifico del ayuntamiento. Allí cuentan que se refugió un herido. Era un capitán de Caballería sublevado y una vez estabilizado su estado, sacó el arma y detuvo a la corporación. Se les dio oportunidad de cambiar de bando, pero como comentamos, Ángel Casal se manifestó fiel al gobierno de la República y fue hecho cautivo. En un primer momento, en el propio edificio del consistorio. Y de ahí, pasó a la cárcel de la Ranilla.
Casal y Koestler
Casal fue encarcelado en la prisión y allí le tocó compartir celda con Arthur Koestler, un personaje de extraordinario interés. Con el estallido de la Guerra Civil española se había desplazado a Portugal para poder entrar en la zona sublevada. Seguía órdenes de la Internacional Comunista, y se hizo pasar por periodista del London News Chronicle, diario conservador que simpatizaba con la causa de Franco. Consiguió cartas de recomendación de Gil-Robles y de Nicolás Franco, hermano del futuro dictador.
Aunque se ha escrito que la misión de Koestler consistía en documentar la ayuda ítalo-alemana a Franco en Sevilla, donde estaba en aquel momento el Cuartel General rebelde, lo cierto es que Stalin estaba especialmente desconcertado por la situación de Sevilla. Le llamaban Sevilla la Roja, y a sus barrios del centro el Moscú sevillano por la presencia de un gran contingente de obreros atraídos al albur de la Exposición del 29 habían quedado en paro tras finalizar sus obras y se radicalizaron. Había una gran movilización anarquista y comunista responsable de grandes desórdenes con ataques continuos a empresarios y a iglesias de los barrios. Pero con todo eso, Sevilla frente a todo pronóstico había sido ganada a los rebeldes. El haber consolidado la ciudad para el bando sublevado fue crucial para que Franco se hiciera con la victoria.
Como en la mejor película de espías, en el elegante y bullicioso bar del Hotel Cristina, donde estaba alojada la Legión Cóndor nazi. Koestler fue reconocido. Un antiguo colega alemán lo descubrió y denunció su militancia comunista: era un infiltrado de los soviéticos. Lo detuvieron y fue encarcelado y condenado a muerte. Estuvo una temporada en Málaga y otra en la cárcel de la Ranilla donde pasó una temporada con Ángel Casal. Desconocemos el alcance de sus conversaciones que debieron ser intensas, pues los dos eran hombres locuaces. A su estancia en la cárcel le sacaría buen rendimiento, pues la plasmaría en dos obras: Testamento Español y en El cero y el infinito que lo catapultó al éxito. Fue un bestseller en Inglaterra y se convirtió en un clásico moderno en Francia. De hecho, se haría millonario vendiendo libros y abjuraría del comunismo.
Casal pasaría meses de prisión y Koestler pese a lo grave de sus cargos fue liberado. Dos hechos fueron fundamentales. Su mujer movilizó al Foreing Office en una de las primeras campañas internacionales de derechos humanos y por otra, el tesón del aviador sublevado, Carlos Haya. Conocido como el «ángel del Santuario» por su gesta con los sitiados de la Virgen de la Cabeza, el legendario piloto e inventor se volcó en la posibilidad del canje de Koestler escritor por su esposa. Aunque Koestler ingratamente solo tuvo palabras despectivas hacia él en sus memorias, sin que la justicia militar tuviera conocimiento se presentó en la cárcel, lo sacó de allí y lo llevó en su avión a Gibraltar salvándole la vida.
Casal, en libertad en 1937
Se ha escrito que fue milagroso, pero Ángel Casal fue puesto en libertad en 1937. No se pudieron presentar más cargos que su actividad política. Y a pesar de su estancia en prisión, nunca albergó odió a los que fueron vencedores.
En fechas recientes se celebró un homenaje en el ayuntamiento de Sevilla a los ediles represaliados del franquismo, pero en su caso, como en muchos que no suelen contarse, su fidelidad a la república no llevó consigo ningún tipo de represión. Desarrolló su fulgurante carrera con toda libertad y como veremos con una máxima visibilidad y disfrute de la ciudad. Fue aficionado a los toros en la Maestranza, ferviente admirador de la feria de Sevilla, al cante flamenco y un estupendo bailarín de sevillanas, aunque no olvidó las raíces de su tierra, y hasta su muerte en 1983, pasó todos los veranos en Ferrol, la ciudad en la que había nacido recién comenzado el siglo.
El genio de Casal iría in crescendo ampliando su próspero negocio con la adquisición de nuevos establecimientos en la misma calle de la tienda origen de su «imperio».
«Rey de los Bolsos»
Pero no pasó a la historia por ser un próspero comerciante. Su actividad fue acompañada de un planteamiento revolucionario de promoción empresarial. Desde 1940, él mismo diseñaba los anuncios de sus establecimientos para la Prensa y radios locales. En sus spots, los productos que él vendía aparecían mediatizados con ingeniosas alusiones a la actualidad de cada momento. La reiteración continua en las ondas y cartelería de eslóganes y latiguillos comerciales empezaron a formar parte del día a día del pulso de la ciudad. Fue todo un hito en el marketing publicitario.
Pronto encontró un sobrenombre con el que sería conocido y que sería el eje de su publicidad. Se autonombró «Rey de los Bolsos», paradójico cuando nunca abjuró de su republicanismo, pero tal vez fue un guiño al estafador «Rey del Cacao» que le había lanzado a la vida comercial. En las rebajas hacía juegos de palabras como por ejemplo 'reybajas' 'reycalcitrantes'.
A sus negocios, todos en pleno corazón comercial de la ciudad les llamó «El Palacio de los Bolsos» en la calle Jovellanos (1951), «El Alcázar de los Bolsos» en Sierpes 6 (1962), «El Salón de la Piel y los Plásticos» en la calle Rioja (1966) y «Bolsos Casal» en Tetuán (1978) La Reina Victoria Eugenia; Lola Flores, Juanita Reina, Conchita Piquer, Marifé de Triana, o Carmen Sevilla; toreros como Antonio Ordóñez, Jaime Ostos fueron algunos de sus clientes habituales.
En la biografía del cardenal Segura, religioso de poder casi omnímodo en Andalucía se narra que cuando le llevaban el periódico ABC por las mañanas, comentaba: «A ver qué dice hoy Casal el de los Bolsos»… cuenta el periodista Antonio Burgos.
El humor de Casal era muy personal, lleno de ironía burlona y pronto fue un rasgo distintivo que los sevillanos identificaron como retranca gallega.
Un hito de la publicidad
En 2004 se editaría un libro recopilatorio de toda su trayectoria titulado 30 años de publicidad en Sevilla. Los autores Juan Rey, Juan C. Rodríguez y Jorge Fernández, fuente de este artículo, tuvieron acceso a los más de 20 álbumes que guardaba su familia, reflejo de la revolución que supuso su personal estrategia comercial.
Haciendo un análisis de los anuncios que patrocinó se observa una evolución que fue cambiando acorde con los acontecimientos españoles y mundiales. Fue un testimonio de excepción de los principales sucesos entre 1930 y 1983, época en que se anunció con regularidad en la prensa sevillana, sobre todo en el monárquico ABC. También utilizó como soportes de su publicidad calendarios, agendas, programas de Semana Santa o participaciones de lotería.
Todos los eventos festivos o políticos dejaban su impronta en los esperados anuncios de los diarios: la película Gilda, una conversación con los marcianos, la boda de Fabiola, la irrupción de la televisión, el primer trasplante de corazón, el mundo taurino, la llegada a la luna, el triunfo de Massiel en Eurovisión parafraseando el Lalalá… , victorias de los equipos de fútbol locales… En ellos, se vislumbraba una gigantesca imaginación y gran sentido del humor.
Yo canto a la mañana / y no canto al ayer. / Canto a la clientela, / pues la quiero mecer. / Canto a las chicas-chicas / que tienen que crecer, / porque canto a los bolsos / que tengo que vender. / Si vendemos cantando, / esto es saber vender. / La-lalala-lalalá…
Casal fue un publicista de relieve por sus planteamientos innovadores, nunca vistos hasta entonces y que hoy poseen la dimensión añadida de ser testigo de excepción de la España de su tiempo: los felices años 20, la brillantez de la Exposición Iberoamericana, la convulsa república, la sublevación del 18 de julio, la toma de la ciudad por los rebeldes, los años del franquismo y el advenimiento de la democracia.
Y todo ello, se vio a través de los ojos de Ángel Casal un extraordinario empresario, el típico selfmade man, o lo que es lo mismo, «un hombre hecho a sí mismo».
Y pese a que suela afirmarse que la mayoría de los españoles en la postguerra estuvieron sometidos a un régimen de terror y humillación, el «Rey de los Bolsos» sería una demostración fehaciente de que con el fin de la guerra, muchos españoles de ambos bandos, emprendieron un camino sin rencores buscando la prosperidad de su patria.
Y, ¡ah! A la muerte de Franco, Casal admirando el desarrollo pacífico de la transición, envió al Rey Juan Carlos una participación de lotería. Contenía esta dedicatoria «La Rey-pública no lo haría mejor». Con guiños a su vida, a su pasado y a la España que estaba por venir.