Todas las veces que Estados Unidos ha intentado adquirir Groenlandia
El interés (u obsesión) de Estados Unidos por adquirir Groenlandia ya tiene sus antecedentes en el siglo XIX y XX
«Groenlandia es un sitio estupendo y sus habitantes se beneficiarán mucho si, y cuando, se convierta en parte de nuestra nación», escribía Donald Trump en redes sociales el pasado lunes. En esta línea, elogiaba esta isla y prometía «¡Hacer que Groenlandia sea grande otra vez!», en una clara referencia a su famoso eslogan.
Sin embargo, estas pretensiones no son nuevas. En 2019, durante su primer mandato en la Casa Blanca, ya lo había intentado. En aquella ocasión, el presidente electo de Estados Unidos ofrecía a los groenlandeses más prestaciones económicas que la administración bajo la que se encuentran, la de Dinamarca. Es más, el interés de Estados Unidos por la isla más grande del mundo no es solo cosa de Trump, sino que ya hubo propuestas similares a lo largo de los siglos XIX y XX.
Groenlandia ha sido habitada desde mediados del III milenio a. C., aunque de forma discontinua, por pueblos amerindios. En el año 986 su costa meridional fue colonizada por poblaciones de origen nórdico procedentes de Islandia hasta que en 1261 sus habitantes aceptaron la soberanía de Noruega, reino que siglo y cuarto más tarde se uniría al de Dinamarca.
Estas colonias, que dependían mucho de sus reinos para abastecerse, abandonaron la isla a principios del siglo XV tras el periodo conocido como Pequeña Edad del Hielo que endureció aún más las condiciones de vida. Así, mientras que la corona noruega se alejaba de esta tierra, la danesa reforzaba su vínculo con ella con gestos como la incorporación de un oso polar en el escudo danés. O la fundación de un asentamiento al que pusieron el nombre de Godthab (Buena Esperanza). Posteriormente, aquel territorio fue designado capital y rebautizado como Nuuk.
Aún así, la isla continuó prácticamente despoblada y la situación no cambió hasta que en el siglo XVIII se afianzó el contacto con la isla, pasando a depender de Dinamarca en 1814, tras la disolución del Reinado de Dinamarca y Noruega; y desde la Constitución de Dinamarca de 1953, Groenlandia forma parte del Reino de Dinamarca con una relación conocida como Rigsfællesskabet (Mancomunidad de la Corona). Con el paso del tiempo, esta isla se ha convertido en un territorio de interés para las grandes potencias debido a su ubicación estratégica, así como abundantes fuentes de recursos.
Sin embargo, el interés (u obsesión) de Estados Unidos por adquirir Groenlandia ya tiene sus antecedentes a los intentos de Trump, quien será investido presidente el próximo 20 de enero. Cuando Norteamérica todavía era una nación incipiente en proceso de expansión mostró sus intenciones por adquirir la isla. La primera iniciativa se realizó en 1867 cuando el secretario de Estado William H. Seward planteó la anexión de esta isla y la de Islandia al territorio norteamericano.
Pero no se llegó a concretar ninguna oferta a los daneses. Quizá porque, en aquel entonces, Serward también tenía entre manos la compra de Alaska al Imperio ruso, que finalmente se realizó por 7,2 millones de dólares. De esta primera propuesta queda el documento titulado Informe sobre los recursos de Islandia y Groenlandia «para su uso cuando el gobierno considere la cuestión en el futuro», indicó el secretario de Estado. En dicho informe, Seward expresaba su opinión y daba razones por las que Estados Unidos debía comprar Groenlandia: «Las razones son políticas y comerciales».
«La nación con tan vastas pesquerías no solo debe tener la mayor marina comercial, sino también el mejor y mayor número de marineros, y, en consecuencia, debe estar capacitada para poner en funcionamiento rápidamente, cuando lo requiera cualquier emergencia, la mayor y más eficaz armada», argumentaba el secretario de Estado.
Con el cambio de siglo llegaría la segunda tentativa. Concretamente en 1910, aprovechando un conflicto entre Dinamarca y Noruega, que quiso recuperar sus antiguos derechos sobre Groenlandia. En este contexto, el embajador estadounidense en Dinamarca, Maurice Francis Egans, hizo una propuesta, pero esta vez no de compra, sino de permuta: Groenlandia a cambio de las Antillas holandesas y la isla filipina de Mindanao.
La entrega de la isla filipina se pensó con vistas a que los daneses hiciesen lo mismo con los alemanes, quienes estaban interesados en colonias en Asia que sirvieran de base a su Marina imperial, a cambio de la zona sur de Jutlandia la que perdieron a manos de los teutones en la Segunda Guerra de Schleswig. Al final no se llegó a ningún acuerdo.
Con la Segunda Guerra Mundial, Dinamarca fue invadida por la Alemania nazi y se temió que Groenlandia, cercana a Estados Unidos, se convirtiera en una peligrosa base para las fuerzas armadas de Hitler. En este sentido, en 1941 el embajador danés en Washington firmó un tratado con Roosevelt que le autorizaba a instalar bases en la isla. Con ello se creó la base aérea de Thule.
Estados Unidos no quería perder su base aérea en Groenlandia y en 1946, el secretario de Estado James Byrnes hizo llegar una propuesta de compra al gobierno danés por cien millones de dólares en lingotes de oro. Como ya había estimado Seward casi 80 años antes, Byrnes argumentó que la isla carecía de valor para Dinamarca mientras que para Norteamérica tenía un valor enorme desde el punto de vista estratégico: desde la base aérea de Thule se podía controlar el Círculo Polar Ártico y poner límites a la presencia soviética ante la incipiente Guerra Fría.
Washington puso sobre la mesa dos opciones: un arrendamiento por 99 años a cambio de que Estados Unidos asumiera la defensa total de la isla o, directamente, la citada adquisición. Finalmente, el gobierno danés rechazó este nuevo intento: Groenlandia era danesa y no se vendería.