
Lámina de la obra Chrorographia del ríoTajo de Luis Carducho
Cuando Toledo estuvo a punto de tener un puerto en el Tajo
Pero el diseño más arriesgado, una especie de utopía que algunos se empecinaron en llevar a cabo fue el de navegación del Tajo desde Lisboa a Toledo, aprovechando los años en que España y Portugal estuvieron unidos
La historia de la navegación fluvial en España es tan sugestiva como vacía. En todo caso, es la historia de algunos visionarios idealistas luchando contra la realidad, contra la naturaleza indomable. Durante el reinado de Carlos I se realizaron planes de todo tipo para mejorar la viabilidad terrestre, los puertos, y la navegación costera. Y Felipe II insistió en el fomento de la comunicación.
Era una época de bonanza económica, aunque las guerras permanentes se llevaban fuera de España gran parte de las riquezas llegadas de América. No obstante, en ese periodo, las obras públicas no las sostenía solo la Hacienda Real sino que los municipios o consulados de comerciantes contribuían a las que afectaban a sus demarcaciones. Esta fragmentación dificultaba los grandes planes nacionales, pero se intentaron.
Al igual que en otros países europeos que el emperador conocía bien, se quiso poner en navegación los ríos de España. Los ríos propios no eran tan caudalosos como los de Francia, Alemania o Países Bajos. Sin embargo, algunos de los ríos peninsulares permitían idear sistemas de navegación fluvial. Quizás el proyecto más temprano fue extender la navegación del Guadalquivir desde Sevilla a Córdoba, aprobada por Carlos I en las Cortes de Toledo de 1525 y retomado por Felipe II en 1561 y en 1584. Algo en lo que destacó el ingeniero Pérez de Oliva, que dejó escrito su obra Guadalquivir (1524). No se hizo nada en la práctica. También quedaron en papel mojado los proyectos del navegación del Duero, el canal que uniera el Guadalquivir con el Guadiana, el enlace entre el Urola y el Urumea o la navegación del Ebro desde Zaragoza al mar.
Pero el diseño más arriesgado, una especie de utopía que algunos se empecinaron en llevar a cabo, como una creencia superior en la voluntad para romper obstáculos y en la ciencia para ejecutar las ideas, fue el de navegación del Tajo desde Lisboa a Toledo, aprovechando los años en que España y Portugal estuvieron unidos. Para eso se contó con un ingeniero italiano, miembro de una saga al servicio de la Corona española. Es justo recordar a esta familia Antonelli.Ya en los estudios de 1584 sobre el tramo Sevilla-Córdoba había participado Giovanni Battista Antonelli, que sería más tarde el encargado de hacer navegable el Tajo. Era miembro de una saga de ingenieros y arquitectos importante para España. Había vuelto a examinar el proyecto de llevar barcos a Córdoba, como se supone que pasó en la antigüedad. Empresa abandonada siempre y nunca retomada. En 1583 elaboró un amplio documento en el que contemplaba la navegación de todos los ríos importantes de España. Y en 1588, Felipe II le encargó el proyecto del Tajo.
Lo había decidido en las Cortes de Tomar y Antonelli a bordo de una pequeña embarcación recorrió el tramo Abrantes-Alcántara, quizás el más fácil de navegar. Tras un viaje en barcaza desde Lisboa a Toledo, demostrando que la obra era viable, murió en la ciudad castellana. Fue el autor de las obras de varias fortificaciones en España y el norte de África.
Su hermano Bautista le siguió en la ejecución de los planes. Conocía bien la América hispana y revisó las fortificaciones de Cartagena de Indias, Nombre de Dios, Portobello, La Habana, Santo Domingo y Puerto Rico. También trabajó en Méjico y Chile. A su muerte, continuó los trabajos el sobrino de ambos, Cristóbal Roda Antonelli. Y más tarde Juan Bautista hijo.

Plano firmado por Bautista Antonelli
No está claro si se llegó a convertir Toledo en puerto fluvial y si recorrieron el río barcos de tamaño suficiente como para hacer rentable la empresa. Sabemos que en enero de 1582, llegó a Toledo una chalupa desde Lisboa pasando luego por Aranjuez para volver a Toledo y regresar a la capital portuguesa. Todavía se puede contemplar, en algunos tramos de las riberas del río, restos del camino de sirga. Pero los intentos acabaron en fracaso por la larga longitud del trayecto y el costo de mantener el río y sus orillas en condiciones.
Sin embargo, Felipe IV retomaría más tarde la idea y consultó al Consejo de Estado sobre la posibilidad de aumentar el caudal del Tajo con el Alberche y hacer practicable para embarcaciones, al menos desde Talavera de la Reina a Lisboa. En este intento encontramos a otro gran ingeniero, Luis Bravo de Acuña. El Consejo de Estado no entró en el fondo, se limitó a recordarle al rey que las arcas del Reino estaban vacías. No obstante, entre 1624 y 1641 se hicieron reconocimientos concienzudos del cauce del río y su longitud. Ese último año, Carduchi bajó en barca desde Toledo a Alcántara observando los problemas que surgían y aportando soluciones. El río estaba lleno de presas para pesqueras y molinos, aceñas y canales. Su idea se quedó solo en un documento.
Pero la inquietud intelectual, el esfuerzo científico, el notable afán por mejorar la economía y la circulación de productor, llevó a unos visionarios admirables a elaborar quimeras que creyeron realizables. Eugenio Llaguno en su Noticias de los arquitectos en España desde su restauración (Madrid 1829), lo explicaba así: «Esta empresa tiene no solo mucha magnificencia y mucha grandeza, pues ningún príncipe lo ha hecho en estos reinos… Con cuya navegación entiendo, que por lo que hasta ahora he visto, se pueden comunicar las mercaderías y frutos de la tierra, y todo lo que navega, así de Indias, como de Europa, África y Asia».