Oriente Próximo
Muqtada al-Sadr, el clérigo que designará el próximo Gobierno de Irak
El religioso se ha convertido en uno de los líderes más carismáticos del país tras la muerte de Sadam Husein
El popular clérigo chií Muqtada al-Sadr se ha erigido como el claro vencedor de las últimas elecciones parlamentarias en Irak. La formación liderada por el religioso ha obtenido 73 escaños, según ha hecho público la agencia oficial de noticias iraquí (INA), lo que supone 19 asientos más que en los comicios de 2018. El Movimiento Sadrista, partido liderado por Muqtada al-Sadr, vuelve a convertirse en la formación más votada en el país asiático y jugará un papel fundamental en la formación de un nuevo Gobierno y la designación del próximo primer ministro.
Muqtada al-Sadr se ha caracterizado por mantener un discurso «anti-intervencionista», partidario de la retirada total de las tropas norteamericanas de Irak –alrededor de 2.500 soldados aún permanecen en el país como parte de una coalición internacional para combatir al Daesh–, pero también se ha declarado contrario a la fuerte injerencia de Irán. La República Islámica posee una notable influencia en Irak a través, sobre todo, de la financiación a milicias proiraníes y partidos políticos claramente alineados con Teherán.
A pesar de que, durante los últimos años, Muqtada al-Sadr se ha consolidado como uno de los hombres más influyentes en la esfera tanto política como social de Irak, no fue hasta 2003 con la caída de Sadam Husein cuando el nombre de este clérigo comenzó a sonar con fuerza en el país. La invasión de Estados Unidos elevó la figura del clérigo chií a los máximos estándares entre sus fieles, convirtiéndole en un líder de masas y, sobre todo, en un símbolo en la lucha contra los invasores.
Muqtada al-Sadr, hijo menor del gran ayatolá Muhammad Sadiq Aadr, asesinado en 1999 por el régimen de Sadam Husein y venerado entre la comunidad chií, fundó el Ejército Mehdi que, durante el período de la invasión estadounidense, suplió las funciones de la Policía y en un primer momento se encargó de proteger a las autoridades religiosas chiítas. A medida que la guerra en Irak se iba recrudeciendo, el Ejército Mehdi pasó a convertirse en uno de los principales enemigos de la coalición internacional desplegada en Irak liderada por Estados Unidos.
El clérigo se valió de su fuerte dinastía para influir en la comunidad chií –mayoritaria en Irak–, que estuvo fuertemente reprimida durante el régimen de Sadam Husein. El dictador, perteneciente a la rama suní, únicamente otorgó cargos de relevancia dentro del Gobierno a dirigentes de su misma confesión. Muqtada al-Sadr, por lo tanto, se valió de esa represión para elevarse entre la comunidad chií y convertirse en el líder de esta mayoría que hasta la caída de Sadam no estaba representada.
El panorama político en Irak, tras los resultados de estas elecciones, ofrece dos claves significativas: el creciente apoyo al Movimiento Sadrista, liderado por el clérigo chií, y el retroceso de las formaciones proiraníes como Al-Fatah, que han pasado de obtener 48 escaños durante las elecciones de 2018 a tan solo 14 asientos durante estas últimas. Irak afronta meses de duras negociaciones hasta que pueda designar un nuevo Gobierno y es que desde 2003 en el país se impone el sistema de cuotas confesionales como ocurre en el Líbano, lo que dificulta aún más la composición de un nuevo Ejecutivo.
El clérigo chií se ha impuesto en unas elecciones adelantadas como consecuencia de las fuertes protestas que se multiplicaron por todo el país en 2019, protagonizadas en su mayoría por jóvenes que denunciaban la corrupción y la falta de oportunidades. La brutal represión de las manifestaciones desembocó en la renuncia por parte del primer ministro Adel Abdul Mahdi y por lo tanto de todo su gabinete. A pesar de que el actual primer ministro de Irak, Mustafa Al-Kadhimi, remodeló la legislación para que en los comicios del pasado domingo pudieran presentarse candidatos independientes, pocos son los que confían en que nada cambie, sentimiento que se ha visto reflejado en la baja participación, un 41%, la más baja en la era post Sadam y que ofrecen poca legitimidad interna e internacional.