Obituario
Abdul Qadir Khan: Inventor y traficante de bombas atómicas
El 'padre' del programa nuclear de Pakistán era un héroe en su país y uno de los hombres más peligrosos del mundo según la CIA
El 18 de mayo de 1974 supuso un punto de inflexión en la compleja geopolítica del subcontinente indio: fue el día elegido por las autoridades de la República de la India para proceder a su primer ensayo atómico -al que llamaron “Buda Sonriente”- en el desierto de Thar, al noroeste del país. Un paso más en la proliferación de armas de destrucción masiva en un mundo -aún imperaba la Guerra Fría- inseguro. Sin embargo, para el Gobierno de Nueva Delhi, con Indira Gandhi a la cabeza, significaba una etapa crucial para asegurar una superioridad estratégica duradera sobre Pakistán, país con el que la India se había enfrascado en tres guerras desde 1947. Así lo entendió también, aunque por motivos antagónicos, Abdul Qadir Khan, un joven ingeniero paquistaní afincado en Amsterdam, donde prestaba sus servicios en el Laboratorio de Investigación de Dinámica Física.
Pocos meses después, sintiendo que corría peligro la seguridad de su país, volvió a Pakistán y no precisamente con las manos vacías: traía consigo información confidencial que había sustraído infringiendo todas las normas de seguridad y de preservación del secreto profesional. Como escribe Stanley Wolpert en 'India and Pakistan, continued conflict or cooperation?', Khan «fue el más notorio de esos compradores nucleares pakistaníes, robando planos del 'proceso secreto de enriquecimiento de uranio' por 'ultracentrifugación'». Los planos fueron dos.
Un uso correcto de los datos obtenidos de forma subrepticia permitirían a Pakistán igualar a su eterno enemigo. En Islamabad, Khan logró -no sin dificultades: abundaban los candidatos para iniciar la «remontada» contra la India- que el entonces primer ministro, Ali Bhutto, le encomendase la dirección del laboratorio de energía atómica. El mandatario, siempre según Wolpert, importó nuevas cantidades de uranio enriquecido desde Libia así como tecnología de misiles de China y Corea del Norte.
Esta fue la poderosa estructura desde la cual Khan dirigió las labores que desembocaron un cuarto de siglo después, el 28 de mayo de 1998 para ser precisos, en el primer ensayo atómico paquistaní. Khan alcanzó la condición de héroe nacional, no sin tener que oír ciertas críticas que le obligaron a admitir públicamente que el protagonismo científico no fue exclusivamente suyo. Pero le daba igual, lo mismo que las airadas protestas de Estados Unidos, el antiguo mejor aliado de Pakistán, que durante años certificó públicamente, a sabiendas de que no era así, que Islamabad no proseguía un programa atómico.
Khan ya estaba en la segunda fase de su carrera. Más peligrosa, si cabe, que la primera. De acuerdo a las conclusiones de la inteligencia norteamericana, la nueva aventura consistía en facilitar el acceso a su tecnología a Estados considerados como «gamberros». Con Corea del Norte, por ejemplo, cooperó en el enriquecimiento de su uranio. En su lista de peculiares «clientes» figuraban asimismo, cómo no, Irán o Libia y una poderosa red de contactos en el mundo islámico en plena radicalización. Y no solo Estados.
La paciencia de Washington, temeroso de que la diseminación de semejante tecnología pudiera acabar, sin ir más lejos, en manos de Al Qaida, se agotó por lo que la administración de George W. Bush, obtuvo el cese de Khan en enero de 2004. El interesado asumió su culpa en una sonada comparecencia televisiva que no generó mucha credibilidad en Occidente. Un escepticismo que fue confirmado pocos años después con motivo del indulto parcial concedido por el general Pervez Musharraf, gobernante de facto de Pakistán entre 1999 y 2008. Demasiado sabía Khan como para no incordiarle más de la cuenta.
El hilo de su trayectoria fue el resentimiento. Primero contra la India, en cuyo territorio había nacido y que hubo de abandonar a raíz de las trágicas consecuencias, principalmente étnicas, de la partición del subcotinente. Con el paso de los años, y sin que aflojara su hostilidad hacia el enemigo histórico, amplió su detestación al mundo occidental. «¿Por qué solo ellos van a poder tener la bomba atómica?». Eso fue después de que Occidente, en este caso Bélgica y los Países Bajos, le proporcionasen formación académica, empleo, reputación profesional y hasta esposa. Tal vez porque no había que escatimar en medios para conseguir la única «bomba atómica islámica».