Hungría se vuelca con los refugiados ucranianos: «Los acogemos porque somos seres humanos»
El Debate visita, con restricciones, el centro de tránsito de refugiados en la frontera entre Hungría y Ucrania
A unos 300 kilómetros al norte de Budapest, y a cinco de la frontera ucraniana, se ubica Beregsurány, tranquila aldea poblada por alrededor de 650 almas.
En abril de 1944, los nazis confiscaron todos los bienes de los judíos allí presentes antes de deportarlos, un mes más tarde, a Auschwitz. A todos, sin excepción.
Fue la última vez que Beregsurány inscribió trágicamente su nombre en la Historia hasta el pasado 25 de febrero.
La víspera, Rusia había iniciado su invasión de Ucrania y a Beregsurány empezaron a llegar refugiados por doquier: una media de 5.000 diarios durante las tres primeras semanas y unos 1.200 a mediados de marzo.
Una marea humana
En el punto álgido de esta marea humana se llegaron a servir 10.000 bocadillos. Desde hace unos días, los bocadillos que se reparten son entre 500 y 600. Se nota el descenso de llegadas de refugiados: el alcalde confiesa que por fin ha podido dormir tres horas seguidas. Hasta el pasado viernes, su sueño no sobrepasaba la hora.
A Istvan Herka, así se llama, no le quedó más remedio que decretar la movilización general de su escueta administración desde el primer momento: baste decir que la sede del ayuntamiento -un edificio neoclásico pintado de amarillo- acoge el centro de tránsito de refugiados, uno de los cinco que se han instalado a lo largo de los 175 kilómetros de frontera que comparten Hungría y Ucrania. «Lo hacemos porque somos seres humanos».
No se percibe otra actividad en la sede municipal que no sea la relacionada con los refugiados
No se percibe otra actividad en la sede municipal que no sea la relacionada con los refugiados. En cambio, llama inmediatamente la atención la importante presencia de ambulancias de una Orden de Malta que dispone de un presupuesto de 40 millones de euros para atender a refugiados ucranianos en diversos países.
También hay una ambulancia británica, de Devon, un puesto de información –con sus carteles en húngaro y en ucraniano– y otro de primeros alimentos también
Aunque el grueso de los víveres y productos de primera necesidad están almacenados en varias estancias: todo tipo de comida enlatada, paquetes de galletas, fruta, botellas de agua mineral, algo de chucherías, rollos de papel higiénico, jabón…, y también muñecos de peluche.
El equipo médico está integrado por un médico holandés, varios galenos voluntarios de la zona, y, por supuesto, enfermeros «malteses» y de otras organizaciones. Por haber, hay hasta un servicio de masajes muy requerido.
Todos los que llegan son sometidos a un primer reconocimiento médico
Todos los que llegan son sometidos a un primer reconocimiento médico. En caso de que este dispositivo no fuera suficiente, los enfermos son derivados en menos de veinte minutos hacia hospitales de la zona.
Pero no solo hay personal sanitario: en el centro está igualmente presente el Ejército –un comandante en uniforme de campaña, que no se deja fotografiar, recibe a la entrada–, la Policía y discretos agentes de inteligencia.
El objetivo es abortar cualquier conato de tráfico de niños o de explotación sexual de mujeres. Por si las moscas hasta ahora, ya que el sistema ha exhibido toda su eficacia: el alcalde cuenta cómo hace unos días un menor que se metió por inadvertencia en un autobús distinto al de su madre fue inmediatamente identificado por vía informática.
Su rostro delata cansancio, el físico y el psicológico, y también tristeza
De todas formas, los pocos refugiados que se dejan ver -la comprensible vergüenza impera- lo hacen en pequeños grupos. No es fácil acercarse a ellos. Su rostro delata cansancio, el físico y el psicológico, y también tristeza. Además, su estancia en Beregsurány dura una media de cinco horas. Los que más, se quedan un día y medio.
Son, salvo contadísimas excepciones, mujeres y niños por la sencilla razón de que los hombres, a menos que sean padres de tres o más hijos, han de quedarse en Ucrania.
Según Herka, y en contra de lo que cabría esperar, solo alrededor 10 % de los refugiados ucranianos del centro de Beregsugány son de etnia húngara; tienen sentimientos magiares, pero piensan que Ucrania es su hogar.
Si tienen familia en Hungría, allí se quedarán, y también podrán hacerlo con los ciudadanos que acogen a refugiados. De lo contrario, tomarán autobuses en dirección a Austria, Alemania, República Checa o Polonia, países en los que esperan rehacer –temporalmente, para la mayor parte– sus vidas.
La visita termina. Tras la foto de grupo –para esa no hay problemas–, el alcalde ajusta la bandera húngara en el mástil de la entrada principal mientras Atila Tilki, el diputado del distrito, del Fidesz, y antiguo asesor personal de Viktor Orban, negocia una visita de los reporteros al puesto fronterizo.
Al cabo de un par de minutos llega el fallo: prohibido cruzar la frontera y acercarse al sórdido y lúgubre lugar. ¿Las fotos? Terminantemente prohibidas. Es una zona militarizada y estamos en guerra.