Pakistán
Imran Khan, ex primer ministro de Pakistán: la caída del 'playboy' islámico
De leyenda deportiva y social a gobernante fallido: Khan no ha sabido enderezar el rumbo de un país de 226 millones de habitantes al borde de la quiebra
Imran Khan (Lahore, 5 de octubre de 1952) se ha convertido en el primer jefe de Gobierno de Pakistán en ser derrocado por una moción de censura desde que el país islámico obtuviera la independencia, allá por 1947.
El 9 de abril, los diputados de los partidos de la oposición y un puñado de tránsfugas del suyo sumaron los votos necesarios para desalojarle, de la «Zona Roja» de Islamabad, desde la cual se gobierna el país de 226 millones de habitantes. Khan intentó detener el proceso disolviendo el Parlamento –amén de otras estratagemas dilatorias–, pero la Corte Suprema, mediante un fallo unánime de sus integrantes, frustró la maniobra.
De esta manera poco gloriosa terminaba una aventura iniciada en agosto de 2018, cuando Khan, tras 26 años de presencia ininterrumpida en política a la cabeza del Movimiento Pakistaní por la Justicia, logró formar gobierno con la ayuda de partidos regionales. Hacía tiempo –con la excepción de los intervalos dictatoriales– que la nación islámica estaba en manos de formaciones vinculadas a los Bhutto o a los Sharif.
El balance al cabo de cuatro años no es muy concluyente. Lo corrobora un dato: el impuesto sobre la renta solo representa un 6 % de los ingresos fiscales, frente al 70 % del IVA. Comerciantes y agricultores prácticamente no pagan el primero, lo que dificulta destapar las tramas fraudulentas. Tampoco Khan ha sacado provecho de la osadía que mostró al no decretar el confinamiento al inicio de la pandemia. Pero cuando ésta última empezaba a desaparecer, no llegó la tan ansiada recuperación económica.
La política exterior durante el mandato de Khan tampoco ha coleccionado los éxitos: el primer ministro ha roto el tradicional equilibrio paquistaní intensificando el acercamiento a China al tiempo que se alejaba de su otro viejo aliado, Estados Unidos. De hecho, en casi año y medio en la Casa Blanca, Joe Biden aún no ha llamado a Khan. La visita de este último a Vladimir Putin el primer día de la invasión a Ucrania le priva de los pocos apoyos que le quedaban en Occidente.
Por otra parte, la aparente calma en el conflicto con la India, su eterno enemigo, no debe de hacer olvidar la paulatina pérdida de posiciones de Islamabad respecto de Nueva Delhi.
Y la vuelta de los talibanes –tradicionales aliados de Pakistán– al poder en Afganistán ha sido en vano: los atentados en territorio paquistaní se han recrudecido en los últimos seis meses, pese a la retórica cada vez más islamista de un Khan que redescubrió la fe a raíz de la muerte de su madre. Hoy apoya sin reservas la polémica ley anti blasfemia que aniquila la libertad religiosa.
El Khan actual no era el Khan anglófilo, diplomado de Oxford, a cuyos encantos de playboy sucumbieron diversas damas de la alta sociedad occidental. Con una de ellas, Jemima, hija del magnate anglo-francés sir James Goldsmith, llegó a casarse. Era 1995 y poco antes Khan había empezado a forjar su leyenda al liderar a la selección paquistaní de cricket que se había proclamado campeona del mundo por primera vez en su historia. Hace una semana Khan se vio obligado a ceder el poder a un Sharif. Justo lo que quería evitar.