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Soldados ucranianos a bordo de un tanque

Soldados ucranianos a bordo de un tanqueAFP

77 días de guerra en Ucrania

La guerra de los relatos, o cómo Rusia reescribió la historia de Ucrania

En los grandes acontecimientos histórico-políticos las narrativas son fundamentales, y en este caso tenemos dos historias distintas y enfrentadas

El 9 de mayo de 2022, Moscú celebró el 77 aniversario de la victoria de 1945 sobre la Alemania nazi. Este año ha sido distinto.

Rusia de nuevo está en guerra, pero no ha podido presentar el gran triunfo de su campaña en Ucrania. Solo su presidente se ha podido permitir mantener su «gran relato» acerca de la «Gran Guerra Patriótica» (1941-1945).

Este acontecimiento ha sido siempre su inspiración, desde hace mucho tiempo, junto a su añoranza de recuperar el imperio soviético.

Esto demuestra que, en los grandes acontecimientos histórico-políticos, en los hechos que dislocan el curso de la historia, las narrativas son fundamentales y, en este caso, tenemos dos historias distintas y enfrentadas:

En la Federación Rusa se ha extendido un relato que incita a restaurar la Gran Rusia Imperial de la que Ucrania no es más que una parte constitutiva.

Durante 70 años, la Unión Soviética difuminó las distinciones entre rusos y ucranianos y en esta versión soviética, aun admitiendo diferencias etnográficas y culturales, se insistía en la unidad de ambos pueblos y un destino histórico compartido.

En 1954, cuando se conmemoraban los 300 años del Tratado de Pereyaslav (1654), cuando los cosacos ucranianos juraron lealtad al zar ruso, los funcionarios soviéticos propagaban el eslogan: «¡Por siempre unidos!».

Los soviéticos sostenían el mito de una Rusia que era «hermano mayor» de Ucrania. Pero cuando en 1991, Ucrania emergió independiente de los restos de la Unión Soviética, los ucranianos volvieron a narrativas históricas pre-soviéticas que rechazaban esa de la fraternidad histórica.

Durante el desmantelamiento de la URSS, los funcionarios rusos, trataban por todos los medios de superar el auge de los nacionalismos locales y étnicos.

Académicos y personajes públicos rusos aceptaron propiciar un relato, eludiendo el estalinismo, que se remonta al Imperio Ruso. Una versión imperial que consagraba la nueva Federación Rusa en un Estado supranacional, como garante y protector de una gran Rusia.

En cuanto a Ucrania, trataron de trazar una cronología que reforzara la idea de que rusos y ucranianos eran un solo pueblo, que compartía la descendencia de la Rus de Kiev y el recuerdo del tratado de Pereyaslav. Un relato que minimizaba figuras y acontecimientos que resaltasen la singularidad de Ucrania.

También se desestimó, en esta narrativa, la revolución ucraniana (1917-1920) y la república independiente que la acompañó, visto como un conflicto civil desafortunado:

El relato pro-soviético, también contaba la devastadora hambruna del «Holodomor» (1932-33) que mató a unos cuatro millones de ucranianos, como una tragedia compartida por todos los pueblos de la Unión Soviética.

Otro aspecto narrativo importante de los rusos fue que el movimiento nacionalista ucraniano, de las décadas de 1930 y 1940, era obra de colaboracionistas de la Alemania nazi. Este es hoy una fuente principal del argumento de la invasión rusa bajo la necesidad de «desnazificar» Ucrania.

Restaurada en la simbología por la «cinta negra y naranja» de la Orden de San Jorge que representa la lucha y la victoria patriótica sobre el fascismo.

La unidad de los pueblos

En Ucrania el relato es distinto: Los ucranianos perciben a la Rus de Kiev como un momento originario y fundante del pueblo ucraniano «en solitario». Encuentran la reunificación de 1654, como un momento aciago que inauguró tres siglos de opresión colonial rusa.

Para ellos, esa unidad de pueblos que supuso el «Rus de Kiev» a orillas del Dniéper, a finales del siglo IX, fue seguido por los estados ucranianos, como el principado de Galitzia-Volinia o el reino de Rutenia en el medioevo.

Luego vinieron los estados cosacos de los siglos XVII y XVIII. Más tarde, en el siglo XIX, Ucrania quedó dividido entre los imperios ruso y austrohúngaro, pero los ucranianos no se rindieron a tales dominios.

El líder cosaco Iván Mazepa, que, en la Gran Guerra del Norte, en el siglo XVIII, se puso del lado de Suecia frente a la Rusia de Pedro I, es visto como héroe del renacimiento nacional y de la resistencia frente al dominio imperial.

Así, la revolución ucraniana y su breve estatalidad (1917-1920) los consideran una culminación de siglos de lucha contra el dominio imperial ruso.

El Holodomor es recordado con un brutal genocidio cometido por Moscú, así como el movimiento nacionalista ucraniano (1930 – 40) y sus heroicas campañas de guerrilla partisana contra los soviéticos, son el apogeo de la lucha de liberación nacional contra el totalitarismo soviético y Stalin.

Reescribir la historia

En 2003, una comisión conjunta de historiadores rusos y ucranianos trató de debatir estos acontecimientos históricos con el objetivo de «armonizar» los relatos, pero acabó por ratificar un abismo existente entre ambas partes.

A partir de 2014, los medios de comunicación rusos caricaturizan a Ucrania como un zoológico lleno de nacionalistas rabiosos. Desde entonces, Rusia invoca sus argumentos históricos para justificar su anexión de Crimea y su conflicto en el Donbás, alegando que esas tierras fueron traspasadas ilegalmente por los bolcheviques.

La guerra entre Rusia y Ucrania es, al fondo, una guerra de relatos y narrativas: Rusia recurre al pasado para justificar su expansión y ocupación de un territorio con quien comparte una historia, para resucitar un imperio. Ucrania lo hace en defensa de su autodeterminación como república independiente para procurar su supervivencia y su futuro.

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