Kaliningrado, avispero ruso entre Polonia y Lituania
La decisión de Lituania de restringir el tránsito por vía férrea de mercancías afectadas por las sanciones de la UE desde el territorio ruso a la región de Kaliningrado ha desatado la ira de Rusia, a diferencia, por ejemplo, de la oficialización de la candidatura de Ucrania a la Unión Europea.
Entre las mercancías figuran metales, cemento, alcohol y fertilizantes, y probablemente, en las próximas semanas, el carbón y el petróleo.
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El Kremlin alega la violación de un acuerdo de 2002 entre Rusia y Bruselas, cuando se avecinaba la adhesión a la Unión de Polonia y Lituania, y el gobernador de Kaliningrado, Antón Alijanov, ha advertido de que están en riesgo entre el 40 % y 50 % de los suministros que llegan al enclave vía el país báltico.
Sean cual sean las razones que ambos lados invocan, lo cierto es que esta nueva crisis vuelve a poner en el disparadero a una zona especialmente sensible. O no del todo: a mediados de febrero, en vísperas de la invasión de Ucrania, Moscú desplegó en el enclave misiles hipersónicos.
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Desde 2016, Kaliningrado, que también es sede de la Flota rusa del Báltico, alberga con frecuencia maniobras militares masivas del Ejército ruso. Aquel año, el Kremlin utilizó en el enclave misiles Iskander, que pueden ser dotados con carga atómica.
La exhibición fue interpretada como un mensaje dirigido a Polonia y Rumanía, que acababan de acoger piezas de defensa antimisiles en sus respectivos territorios. Desde entonces, la presencia militar rusa no ha hecho sino reforzarse.
Como escribía en 2019 la universitaria rusa Tatiana Kastueva, los países bálticos temen que «las vías de acceso terrestre (el paso de Suwalki, por ejemplo) para las fuerzas aliadas sean cortadas en caso de crisis con Rusia». Un temor que vuelve a cobrar vigencia. Y no solo por razones militares, también económicas.
Desde que adquirió en 1996 el estatus de zona económica especial con ventajas fiscales, Kaliningrado –que tiene una superficie de algo más de 200 km² y está poblado por alrededor de un millón de habitantes– ha experimentado un periodo de prosperidad.
De entrada, porque el estatus le ha permitido dejar de ser únicamente región de tránsito –y de tráficos ilegales– para convertirse en polo de atracción económica. Entre las actividades principales destaca la industria –automovilística, alimentaria, electrónica–, que se suma a otras más clásicas como la producción de ámbar o las pesca.
El estratégico enclave también disfruta de dos puertos ajenos a las heladas: Kaliningrado y Baltisk. Creado, en 1255, prusiano hasta 1946, ha sido tradicionalmente el punto de encuentro entre el mundo eslavo y el germánico.
Como concluye Katsueva, «laboratorio durante un largo tiempo de la cooperación entre Rusia y la Unión Europea, Kaliningrado se está convirtiendo en rehén de su confrontación».