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El corredor terrestre que obsesiona a Putin: ¿qué gana Rusia si une el Donbás con Crimea?
Unir este corredor terrestre desde el Donbás, hasta Crimea y ocupar la costa hasta Odesa y Transnistria le daría a Rusia un dominio estratégico y geopolítico imponente
En el siglo XVIII el Imperio Ruso libró varias guerras contra los otomanos para conquistar la península de Crimea. Estas campañas no tuvieron mucho éxito hasta la conquista de la fortaleza de Azov por Pedro I el Grande, que marcó el fin de la Cuarta Guerra ruso-turca. A partir de ahí Rusia convirtió su acceso al Mar Negro en su mayor prioridad.
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Tras la victoria de Rusia sobre Suecia en la Gran Guerra del Norte (1701-1721) que le aseguró su dominio en el Mar Báltico, Rusia centró toda su atención en el Mar Negro y la región de Azov, donde se aseguró primero el control permanente del Mar de Azov, en esta Guerra ruso-turca de 1735-1739, y le siguió la invasión de la península de Crimea.
En Rusia, la llamada «Cuestión Oriental» se centraba en el control de las rutas comerciales del Mar Negro. La obstrucción de los comerciantes rusos por los turcos y las perspectivas lucrativas para el Imperio Ruso si podía controlar estas rutas marítimas, impulsaron a la zarina Catalina II a lanzar otra guerra ruso-turca (1768-1774). En esta guerra, el gabinete de guerra ruso centró sus esfuerzos en el control de Crimea, continuando en parte el objetivo anterior de poner la provincia de Crimea bajo control ruso.
El Tratado de «Küyük Kayarna»
Esta guerra terminó con el Tratado de «Küyük Kayarna» en 1774, en el que Rusia se aseguró el acceso al Mar Negro a través del estuario del Dniéper, el comercio sin restricciones en el Mar Negro y el control de numerosas fortalezas en la región, como Kerc y Kinburn.
El Kanato de Crimea debía llamarse Estado independiente, aunque en la práctica estaba bajo la influencia rusa, mientras que el Imperio Otomano sólo mantenía su influencia en cuestiones religiosas. La nueva situación aseguró el control del Imperio zarista sobre el Mar Negro y Crimea.
En el siglo XIX el estallido de la Guerra de Crimea se produjo tras una escalada de tensiones políticas entre Rusia y el Imperio Otomano, desencadenadas por una disputa sobre la peregrinación de católicos y ortodoxos a los Santos Lugares, donde entraron las potencias europeas.
El zar Nicolás I utilizó el Tratado de «Küyük Kayarna» para exigir a los otomanos protección para los 12 millones de cristianos ortodoxos griegos de la región.
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En medio de esta escalada, en Gran Bretaña, su primer ministro, Lord Aberdeen, fiel a los principios del Congreso de Viena, buscó un enfoque conciliador y pacifista, mientras que Lord Palmerston adoptó una postura dura e intransigente hacia Rusia, abogando por la defensa de la integridad otomana como medio para contener las ambiciones rusas.
«La posesión de Crimea da a Rusia el dominio del Mar Negro. Puede volar las defensas marítimas y terrestres, puede quemar los almacenes y destruir los muelles» escribía Lord Palmerston el 29 de septiembre de 1854.
Lord Aberdeen, además, debía lidiar no sólo con sus detractores en el parlamento inglés sino con las aspiraciones de Napoleón III que había desencadenado mayores tensiones políticas, cuando en marzo de 1853, envió una escuadra de buques de guerra desde Tolón a la isla de Salamina en Grecia. Así, Francia e Inglaterra se posicionaban del lado turco para frenar la hegemonía rusa.
El origen
La Guerra de Crimea se inició con la batalla naval de Sinope, en noviembre de 1853. En octubre y noviembre de ese año, el Imperio Otomano declaró la guerra a Rusia y movilizó una flotilla en la costa oriental del Mar Negro, situándose muy cerca de Sebastopol.
Poco después Francia y Gran Bretaña declararon la guerra a Rusia a finales de marzo de 1854.
La historia no se repite, pero los conflictos, a veces, se concatenan unos con otros y se tropieza en la mismas piedras.
El corredor territorial
En el actual conflicto Rusia busca un gran corredor territorial, desde las regiones del Donbás hasta la frontera con Moldavia, pasando por Crimea y Mariúpol.
Es un gran arco terrestre que le daría el completo dominio del Mar Negro, por eso el riesgo de una anexión de la región independiente de Transnistria, unida a la ocupación de toda esta franja costera, es previsible y desbordaría los límites territoriales del conflicto.
Una anexión de esta región por parte de Rusia, tal como señalan numerosos analistas, es un escenario muy posible, que llevaría la guerra hasta Moldavia, un país pobre, sin apenas ejército y que no es miembro de la OTAN.
El Ejército ruso cuenta allí con un contingente de 2.000 soldados, estacionados en Transnistria, que fueron los que apoyaron la secesión frente a Moldavia y después pasaron a ser la «fuerza de paz».
Estas tropas junto a las fuerzas que tiene a las puertas de Odesa, repartidas entre las que ocupan Jersón y las estacionadas en Crimea, formarían una pinza perfecta contra las fuerzas ucranianas que defienden Odesa. Rusia podría dirigir sus fuerzas, por tierra, mar y aire, hacia esta ciudad.
Operación Odesa
Odesa constituye la salida natural de Ucrania al Mar Negro y de consumarse su ocupación por parte rusa, le sustraería a Ucrania su principal puerto y su comunicación con la economía global.
Un ejemplo, es que allí siguen bloqueadas toneladas de grano ucraniano, almacenadas en silos y bodegas de barcos. La caída de esta ciudad se mantiene en el punto de mira de Moscú, porque una vez cerrado el paso al mar Azov, tras la caída de Mariúpol, es la única salida de Ucrania al mar Negro.
Unir este corredor terrestre desde el Donbás, hasta Crimea y de ahí ocupando toda la costa hasta Odesa y Transnistria le daría a Rusia un dominio estratégico y geopolítico imponente.
Algo que los ingleses supieron vislumbrar cuando, en el siglo XIX, entraron de lleno en esa guerra lejana con su desastrosa y épica «Carga de la Brigada Ligera» en el Valle de la Muerte.