Análisis
El fin de la ambigüedad estratégica con China y Rusia y el nuevo escenario de la Historia
El sistema liberal que parecía insuperable en la década de los 90, y que propició la globalización, se ha fracturado irreparablemente
EE.UU. anuncia un plan estratégico para África ante el avance de China y Rusia
Muchos analistas políticos han hecho distintas comparaciones, desde el inicio de la ocupación de Ucrania, con las tres grandes guerras del siglo XX: La Primera Gran Guerra, la Segunda Guerra Mundial y la Guerra Fría. Pero el escenario presente es muy diverso. Los referentes históricos son útiles, pero solo en parte.
Más bien nos situamos en parámetros parecidos al periodo de entreguerras: una sociedad en crisis. Una segunda oleada de «sociedad de masas», pero con un dominio más sutil y eficaz que en el primer tercio del siglo pasado, por la inconmensurable capacidad de manipulación de los medios digitales y las redes sociales.
Un resurgir de las ideologías como se comprueba en el alza de la nueva izquierda en Hispanoamérica y el conglomerado de ideologías (género, climatismo, desigualdad, indigenismo, y otras muchas variantes) que asolan occidente con el beneplácito y financiación de los responsables políticos liberales. Un auge de los extremismos políticos y ciertos nacionalismos que polarizan nuestras políticas.
De otra parte, fragilidad económica (el crac de 2008 fue un anticipo y el crecimiento de la inflación nos tiene hoy en vilo). Inseguridad sanitaria (la vigente pandemia del COVID). Inseguridad jurídica que ha propiciado la emergencia epidémica, facilitando a los gobiernos occidentales un intervencionismo sin precedentes en las libertades civiles (los decretos del Gobierno de España son un palpable ejemplo).
Al mismo tiempo la opulencia, el consumo, los excesos y el ocio de nuestros días pronostican un suicidio de la «moralidad occidental». La democracia liberal está en peligro porque el globalismo ha obviado y rechazado que una sociedad libre es un «logro moral».
El conflicto con Rusia, en Europa, y la competencia con China en el Indo Pacífico ha comenzado a consumir la política exterior de Estados Unidos. En conjunto aquel sistema liberal que parecía insuperable en la década de los 90, y que propició la globalización, se ha fracturado irreparablemente.
Los responsables políticos estadounidenses se están centrando tanto en contrarrestar a Rusia y China que corren el riesgo de perder de vista los intereses y valores afirmativos que deberían sustentar. El curso actual de acontecimientos no sólo traerá un deterioro indefinido de la relación entre Estados Unidos y Europa occidental con Rusia y China sino un creciente peligro de conflictos mayores.
El liderazgo estadounidense en el mundo y la vitalidad de la sociedad y la democracia establecida por su liberalismo político, parecen llegar a su fin.
Hay buenas razones por las que una China más poderosa se haya convertido en la principal preocupación de los políticos y los estrategas de Washington y por extensión de sus aliados occidentales.
Bajo el mandato de Xi Jinping, el gobierno de Pekín se ha vuelto más autoritario en el interior y más coercitivo en el exterior. Ha reprimido brutalmente a los uigures en Xinjiang, ha aplastado las libertades democráticas en Hong Kong, ha ampliado rápidamente sus arsenales convencionales y nucleares, ha interceptado agresivamente aeronaves militares extranjeras en los mares de China Oriental y Meridional, ha tolerado la invasión de Rusia en Ucrania, en connivencia con Vladimir Putin, y ha amplificado la desinformación rusa. Exportó tecnología de censura y vigilancia, denigró a las democracias, trabajó para reconfigurar las normas internacionales, así podríamos enumerar una lista muy larga.
Como hemos advertido es muy probable que Xi se asegure un tercer mandato de cinco años en otoño y consolide más su control para finales de este año.
Estados Unidos y sus socios deben articular una alternativa eficaz a lo que ofrece China, en su entorno, sin embargo, la necesidad de contrarrestar cada iniciativa, proyecto y provocación de China hace que el gigante asiático vaya siempre algunos pasos por delante. Se había alimentado demasiado al «Dragón». Los teóricos y estrategas occidentales no habían tenido en cuenta que el poder global podía cambiar, que los cursos históricos no son siempre una línea ascendente, sino que sufren también involuciones.
La guerra en Ucrania ha reclamado una considerable atención y recursos para contrarrestar la competencia geopolítica que ofrece la convergencia chino-rusa. El hecho es que estos dos bloques ya están inmersos en una lucha global. Estados Unidos busca perpetuar su preeminencia y un sistema internacional que privilegie sus intereses y valores.
China considera que el liderazgo de Estados Unidos está debilitado por su negligencia, lo que le proporciona una apertura para obligar a otros a aceptar su influencia y legitimidad. En ambas partes, crece el fatalismo de que una confrontación es inevitable e incluso necesaria.
Crece el fatalismo de que una confrontación es inevitable e incluso necesaria
En Washington y Pekín crece la convicción de que quizás sea necesaria esa crisis. Incluso en ausencia de una crisis, una postura reactiva ha comenzado a impulsar una serie de políticas para intentar contrarrestar los esfuerzos chinos en todo el mundo, sin apreciar lo que desean los gobiernos y las poblaciones locales. Parece, además, que Washington no quiere tomar medidas para estabilizar la escalada de tensiones.
Nuestro escenario es ahora una «geopolítica díscola» e incierta porque durante décadas se ha dado por hecho que EE. UU. era el «gendarme del mundo» y que junto con sus aliados podían conjugar todos los peligros, mientras la economía global creciese y creciese. Se había pensado que con China y Rusia se podía sostener, a cambio de riqueza, una «ambigüedad estratégica» que ahora toca a su fin.
Ya no se trata de maniqueísmos, sino de ¿dónde situarnos, nosotros los occidentales, en este nuevo escenario de la Historia?