China quiere controlar el acceso al Pacífico a través de los islotes Spratly y Senkaku
Pekín practica una política de hechos consumados, económicos y militares, para convertir su soberanía en irreversible frente a sus vecinos
Pocas horas antes del estallido de la crisis con Taiwán, China desplegó en los islotes que controla en el archipiélago de las Spratly fuerzas de rescate, incluido un escuadrón aéreo y autoridades marítimas permanentes.
Más precisamente, en las islas artificiales que ha ido erigiendo desde hace una década para consolidar y hacer irreversible su presencia en la zona.
China es, junto a Taiwán y Vietnam, uno de los tres países que reclaman para sí la totalidad de centenar de islotes que conforman un archipiélago situado en la parte meridional del mar de China.
La superficie total del conjunto de pedruscos apenas rebasa los 5 kilómetros cuadrados y su población es de un centenar de personas. Pero están ubicadas en una zona que todos los países reclamantes consideran de importancia crucial para acceder cómodamente al océano Pacífico.
El problema reside en la rotunda negativa de Pekín para aceptar cualquier fórmula de soberanía compartida. Pese a la sentencia condenatoria emitida en 2016 por la Corte Internacional de Justicia –con sede en La Haya–, China sigue reivindicando la cuasi totalidad de islas e islotes situados en el mar de China mediante una «línea de 9 puntos» que fundamenta en razones históricas, pero carente de cualquier base legal, según la geoestratega Valérie Niquet.
Pekín actúa en consecuencia al considerar esas reivindicaciones como «intereses vitales». Como escribe Niquet «las capacidades marítimas de China deben proporcionarle los medios para imponer su soberanía en aquellos territorios».
Una aplicación, unilateral por supuesto, de lo enunciado en 2015 en su Libro Blanco sobre la estrategia militar: «China ha de abandonar su mentalidad tradicional, que situaba a la tierra por encima del mar, y entender la importancia de la protección de sus derechos e intereses marítimos».
Ya en 2010, el entonces jefe de la diplomacia china, Yiang Jiechi, aprovechó la celebración de una cumbre de la APEC (Asia Pacific Economic Cooperation) en Hanoi para blandir una suave, pero inequívoca amenaza: «Los pequeños países deberían tener en cuenta los intereses de los grandes». Entiéndase, los de Pekín.
Política de hechos consumados
La advertencia implicaba, entre otras cosas, no oponerse a la política de hechos consumados de China. A través de un modus operandi que, ya en 2015, el experto español Jorge Tamames describía, en las páginas de Política Exterior: «Hundiendo toneladas de cemento y arena en el mar, Pekín erige islas artificiales donde antes no había más que un puñado de rocas. A continuación, presenta su soberanía sobre estos castillos de arena como un hecho consumado».
Cuando otros Estados reclaman los islotes, China pone en práctica la 'estrategia del repollo': rodeándolos con capas y capas de pesqueros y patrulleros (como las hojas que envuelven al vegetal), impide el acceso a los territorios disputados.
También con Japón
No solo en la parte meridional del Mar de China. También en su zona oriental. En 2013, Pekín declaró en aquellos lares una «zona de identificación de defensa aérea».
Allí radican las Islas Senkaku, administradas por Estados Unidos desde 1945 hasta 1972 y desde esa fecha objeto de disputa entre China y Japón. Pekín mantiene en las proximidades de la zona una presencia naval constante.
Apunta Niquet que «en 2020, pese a la crisis de la COVID-19, las fuerzas chinas hicieron acto de presencia durante 283 días, imponiendo la vigilancia constante de los guardacostas japoneses».
¿Se puede frenar a China? Tamames, en su artículo de 2015, sugería una estrategia arriesgada: que los países de la Asociación de Naciones de Asia Sudoriental, si se unieran, «podrían atar a China como los liliputienses al gigante Gulliver».
Es poco probable que en el escenario actual emprendan una aventura de semejantes características.