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Cosas que pasanAlfonso Ussía

El odio entre los que odian

Hay, en las bases, ingenuos que viven con menos de 1.000 euros al mes y nuevos ricos con sueldos fabulosos y muy certeros en las inversiones. Todos quieren ser como Zapatero o Sánchez, que han sabido ahorrar para el futuro

Actualizada 01:30

Siempre terminan igual. En tiempos de paz y de guerra. El Ejército Nacional retrasó unos días su entrada triunfal en Madrid. Un general lo justificó: «Estamos esperando a que dejen de matarse entre ellos para entrar en Madrid». Los comunistas odiaban y eran correspondidos en el odio por los socialistas. Y los anarquistas y los sindicalistas… Ya no quedaban mandos soviéticos. Todos habían sido retirados por orden de Stalin, y la mayoría de ellos, terminarían siendo fusilados por el «padrecito» georgiano. Al fin y al cabo, la URSS fue derrotada en la Guerra Civil española, y todavía lo estamos pagando. El último detalle, el apoyo ruso al golpe de Estado de Cataluña.

Ahora el odio se ha instalado en Podemos y Sumar. La Belarra ha decidido que Irene Montero sea la candidata de Podemos a la presidencia del Gobierno, y entre los podemitas han explosionado los celos, las manías personales, las vengancitas y las protestas. Por otra parte, la pareja atómica de Podemos ha decidido que Yolanda Díaz es irrecuperable —en ese punto coincido plenamente—, y que se presente en las listas del PSOE, porque del proyecto Sumar no va a quedar ni un ripio de cascote. Y Mónica García, que está encantada de ser ministra de Sanidad por cuota, y pertenece a Sumar, ha manifestado que está harta de la prepotencia de las obsesionadas con el sexo, que eso lo digo yo, y no Mónica García, que en ese aspecto es muy parecida a las de Podemos. Pablo Iglesias ha traicionado a todos. A Podemos y a Yolanda, que es vicepresidente del Gobierno por indicación suya a Pedro Sánchez. Y de los muchachos mejor no hablar. Han pasado de ser ardientes defensores de la dignidad de la mujer, cuando en realidad lo único que buscaban en Podemos y en Sumar era el sobeo, el toqueteo y el fornicio con sus subalternas. Iglesias, Monedero y Errejón montaron ese chiringuito para aliviar lo que la naturaleza les dificultaba, si bien contribuía a la dificultad el escaso uso del agua y el jabón, esa mezcla tan antidemocrática que acostumbran utilizar a diario los fachas y la derechona.

En el PSOE, el odio entre los que odian no ha hecho acto de presencia porque les compensa atiborrarse de bilis a cambio de perder su puesto, sus sueldos y sus ventajas. Y los sindicalistas, en ese sentido, se están comportando admirablemente. Mientras queden langostinos, gambas y percebes en nuestras costas, Comisiones Obreras y la UGT mantendrán la disciplina y seguirán viviendo y gozando del dinero de los contribuyentes. Porque si CCOO y UGT tuvieran que funcionar del dinero de las cuotas de sus afiliados no tendrían sus dirigentes ni para comer una ensalada de ortigas.

Las ultraizquierdas —que son todas las izquierdas al día de hoy—, siempre se han aborrecido. Y cuando han tenido armas, se han disparado entre ellas por venganzas personales en el uso del poder. Y hay que esforzarse en intentar comprenderlas. Casi todos sus representantes en el Gobierno, en las cloacas, en el Parlamento Europeo, en el Congreso, en el Senado y en las redes sociales, no han vivido jamás como lo hacen ahora. Hay, en las bases, ingenuos que viven con menos de 1.000 euros al mes y nuevos ricos con sueldos fabulosos y muy certeros en las inversiones. Todos quieren ser como Zapatero o Sánchez, que han sabido ahorrar para el futuro. Por ello, también son odiados por quienes se sienten disminuidos en su partido. Los odios entre los que odian florecen cuando las cosas van mal y puede ir a peor.

Y esa es nuestra esperanza.

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